Blog dedicado al estudio de temas históricos y jurídicos peruanos.

sábado, 8 de octubre de 2022

Los héroes lambayecanos del "Huáscar"

Este artículo fue publicado originalmente en el Semanario "Expresión" en el mes de abril de 2018; queremos compartirlo (con algunos detalles adicionales) en un aniversario más de la epopeya de Angamos.

Monumento de mármol que fue instalado en 1895 en la plazuela Elías Aguirre de Chiclayo, trasladado en 1924 (al instalarse el monumento actual) a la sede de la Sociedad Obreros de la Unión en la que fue la casa natal del marino chiclayano.
(fotografía del autor)
El 10 de abril de 1948, hace setenta años, fallecía humildemente el grumete Alberto Medina, el último superviviente de la plana menor del legendario monitor “Huáscar”. Trece años después, en 1961, fallecía Manuel Elías Bonnemaison, el último superviviente del “Huáscar”, quien asistió a la campaña naval como guardiamarina. Queremos aprovechar el aniversario de la muerte de Medina, para brindar algunos apuntes sobre los veteranos del “Huáscar”, aquel monitor que se agiganta en nuestra memoria al paso de los años, en feliz frase del presidente Bustamante y Rivero.

El combate de Angamos, según un grabado de la época.
(revista "La Ilustración Española y Americana", noviembre de 1879)
Normalmente, de la nómina de tripulantes del monitor “Huáscar”, el departamento de Lambayeque recuerda al capitán de corbeta Elías Aguirre Romero (1843-1879) y al teniente primero Diego Ferré Sosa (1844-1879), caídos en Angamos y sepultados con los debidos honores en la Cripta de los Héroes. Pero se puede ampliar la lista de lambayecanos que navegaron bajo la insignia del contralmirante Grau, con tres tripulantes rescatados del olvido por la acuciosa pluma del investigador Manuel Zanutelli Rosas.

  • Hijo natural, Tomás de Aquino Esteves nació en 1835 en Pacasmayo (hasta 1864, Pacasmayo formó parte de la provincia de Chiclayo). Desde joven, se enroló en la marina de guerra, combatiendo en Abtao (1866), y luego en la campaña naval. Sobrevivió a Angamos, y ante la virtual desaparición de nuestra marina, debió dedicarse al pequeño comercio. Falleció a los 84 años en febrero de 1919.
  • El caso del grumete José Encarnación Mantilla es triste teniendo en cuenta su breve vida. Nacido en 1861 en el puerto de San José, son pocos los datos sobre Mantilla. Enrolado como grumete en el monitor, sirvió en la torre Coles del monitor, puesto en el que sucumbió en Angamos, con apenas dieciocho años. Su madre, Petronila Gamarra, presentó la solicitud para cobrar la pensión por el sacrificio de su hijo.
  • Darío San Ginés era parte de los “buitres” de la Columna “Constitución”, fuerza de infantería de marina embarcada en el monitor, compuesta mayoritariamente por negros y zambos, de donde se desprende la denominación. San Ginés sobrevivió a la guerra, pasando a residir en Eten, de donde presumimos era oriundo. En 1912, solicitó al gobierno una pensión, la cual le fue denegada por no estar en servicio.

El paso del tiempo transcurrió inexorable para los veteranos del monitor, los que debieron subsistir en un país empobrecido y dolido luego de la derrota. Debieron indignarse ante el gesto del dictador Nicolás de Piérola al nombrar al almirante Grau, su heroico jefe, como un héroe de segunda clase en 1880, y luego en 1897, con su gesto de alabar al comandante del “Huáscar”. Año a año, acudían a las ceremonias, luciendo con orgullo sus uniformes; otros acudían con los modestos trajes de diario (como se puede apreciar en la imagen inferior). La muerte reducía con el tiempo las filas de los sobrevivientes. Personas de modesto nivel social, los veteranos de la guerra se hundieron en el anonimato. Otras veces eran ninguneados por la fría burocracia, cuando reclamaban la modesta pensión con la que este país de gentes ingratas les reconocía sus esfuerzos y sufrimientos. Y muchas veces, debido a la pobreza del Estado en reconstrucción, tal pensión era sumamente irrisoria: por ejemplo, la madre del marinero Aparicio Robles, caído en Angamos, recibió una pensión de 4 soles de plata con 50 centavos.

El capitán de fragata José Leónidas Rivadeneira reunido con cinco sobrevivientes de la corbeta "Unión" en la Municipalidad de Chiclayo, el 27 de julio de 1934, centenario del nacimiento del almirante Grau.
(Archivo Histórico y Biblioteca Central de Marina)
En diciembre de 1910, por Resolución Legislativa N.º 1357, se dispuso el pago de haberes a “los individuos de la tripulación y guarnición ó que, por contrata especial, hubiesen asistido al combate de Angamos, á bordo del monitor “Huascar””. En noviembre de 1917, otra Resolución Legislativa, la N.º 2509, ordenó expedir cédulas para “los tripulantes del Monitor “Huascar” don Manuel Mejía, don Eduardo Price, don Faustino Colán, don Eleodoro Dávila, don Ramón Galicia, don Ramón Tejada, don Tomás Estevez, don José Velásquez, don Alberto Medina, don José Santos Calderón y don Modesto Ruidias”. Diez años después, en abril de 1927, por Ley N.º 5802, se concedió una gratificación de 25% sobre “sus haberes o pensiones, a los sobrevivientes que a bordo del “Huáscar” o de la corbeta “Unión”, hubiesen asistido a alguno de los combates mantenidos por esos barcos durante la guerra de 1879”, otorgando a los veteranos del monitor el derecho a una medalla (de oro, si hubiesen asistido a toda la campaña de 1879; de plata, si sólo concurrieron a algún combate).

"El señor Leguía rodeado de los sobrevivientes del combate de Angamos que fueron a saludarlo".
Con esta leyenda, el semanario limeño "Sudamérica" en su edición del 15 de febrero de 1919,publicó esta célebre fotografía, cubriendo el regreso de Leguía al Perú para postular a la presidencia por segunda ocasión.
(colección Eduardo Dargent Chamot)
Meses después, en julio de 1927, el Centro Naval del Perú, en un gesto de justicia con aquellos valientes y con la epopeya que representaban, decidió incorporar como socios honorarios de la institución a los jefes, oficiales y tripulantes que estuvieron presentes en Angamos. Apenas si quedaban vivos un jefe (Manuel Melitón Carvajal), un oficial (Manuel Elías Bonnemaison), y cuatro tripulantes (Francisco Ramos Spiell, Faustino Colán, Alberto Medina y José Santos Calderón). Y cuando el 28 de octubre de 1946, la gratitud nacional inauguró el monumento al almirante Grau en Lima, sólo acudieron dos de los veteranos de Angamos: el grumete Alberto Medina, sujetando aún el estandarte rojiblanco, y el antiguo guardiamarina Bonnemaison.

Composición alegórica mostrando a los héroes del "Huáscar".
En el centro, el contralmirante Miguel Grau, flanqueado por el capitán de fragata Manuel Melitón Carvajal y el capitán de corbeta Elías Aguirre.
En la sección izquierda, se destaca el teniente primero José Melitón Rodríguez. La primera columna muestra, de arriba a abajo, al teniente segundo Jorge Velarde (muerto en el combate de Iquique), al alférez de fragata Ricardo Herrera y al cirujano mayor Santiago Távara. La segunda columna al teniente primero Pedro Gárezon, al teniente segundo Gervasio Santillana y al teniente segundo Fermín Diez Canseco.
En la sección derecha, se destaca el teniente segundo Enrique Palacios. La primera columna muestra al teniente segundo Carlos de los Heros (muerto en el combate de Antofagasta), al sargento mayor José M. Ugarteche y al sargento primero Francisco Retes. La segunda columna al teniente primero Diego Ferré, al contador Juan Alfaro y al cirujano de primera clase Felipe Rotalde.
(Museos Navales del Perú)

Sirvan estas líneas en homenaje a aquellos marinos, de distintas culturas y razas, que combatieron por el Perú, que fueron homenajeados a la hora de los discursos, que sufrieron el olvido del Estado y luego la indiferencia de la posteridad. Aunque tarde, vale la pena rescatar su memoria.

El "Huáscar" y la "Unión" en alta mar.
(Museos Navales del Perú)

viernes, 7 de octubre de 2022

Germán Leguía y Martínez, el "Tigre"

Poeta, historiador y político.


Una de los intelectuales más notables de las primeras décadas del siglo XX peruano fue, sin duda, Germán Leguía y Martínez. Sin embargo, su faceta literaria e histórica quedó relegada ante su dedicación a la magistratura y a la política, actuación que estuvo vinculada, con luces y sombras, a la figura de su primo hermano, el presidente Augusto B. Leguía. “De alta estatura, ligeramente encorvado, tenía unos ojos penetrantes y burlones tras de las gafas de dorado arco; el bigote le caía canoso y desigual sobre la boca sarcástica; peinaba con raya a un lado, y lucía un pabellón sobre el lado derecho. Su apodo era el de “El Tigre”, robado a Clemenceau”, lo describiría Luis Alberto Sánchez.

Retrato de Germán Leguía y Martínez a fines de los años 1880.
(revista "El Perú Ilustrado", septiembre de 1890)

Bisnieto de un burócrata virreinal, nieto de un prócer de la independencia e hijo de un magistrado itinerante, Germán Leguía y Martínez nació en Lambayeque en abril de 1861. Huérfano de madre a una tierna edad, acompañó a su padre en sus funciones judiciales en Lambayeque y Cajamarca. A pesar de ello, su afecto por Lambayeque fue profundo, como lo expresaría en uno de sus poemas: “¡Oh Lambayeque, Lambayeque amado, que guardas de mi madre los despojos; [...] áureo sol, aire puro, suelo amigo, yo os amo, yo os venero, yo os bendigo!”.

El literato.

Germán estudió Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pero, por motivos de salud, regresó a Cajamarca. Allí, desde las tribunas de los periódicos La Juventud primero, y La Locomotora después, se unió a su amigo Pedro Centurión para oponerse al caciquismo de Miguel Iglesias. En marzo de 1877, durante la inauguración de una sociedad de instrucción popular, ambos fueron atacados; Centurión fue brutalmente golpeado hasta morir, y Leguía resultó contuso, lo que lo obligó a abandonar Cajamarca.

De De regreso a Lima, el joven se hizo conocido por su “Canto a mi Patria”, que declamó en el salón de actos de la Universidad en julio de 1879, durante los primeros meses de la guerra con Chile. El ministro de Justicia e Instrucción, Mariano Felipe Paz-Soldán, costeó la impresión de este poema. Nombrado secretario adscrito a la legación peruana en Quito en 1880, regresó al Perú y desarrolló una activa labor en Lambayeque entre 1883 y 1887: fundó un colegio secundario, el “Instituto Lambayeque”, organizó un club liberal llamado “Fraternidad y Progreso” (que editó entre 1887 y 1892 un semanario para difundir sus actividades, titulado El Fénix) y escribió el drama La Calumnia (estrenado en el Teatro Olimpo en 1891), además de corregir una “leyenda dramática” titulada El Manchay-Puito (concluida en 1887 y publicada en 1908). También contrajo matrimonio con doña Francisca Iturregui y Martínez, con quien tuvo descendencia; uno de sus hijos sería el prematuramente fallecido historiador Jorge Guillermo Leguía.

Portada de las "Poesías" de Germán Leguía y Martínez.

La obra literaria inicial de Germán Leguía y Martínez fue principalmente poética, un fiel reflejo del género romántico. En sus primeros versos, cantó al sentimiento patrio con poemas como “Canto a mi Patria”“8 de Octubre”“Á los héroes del Huáscar, á los vencedores de Tarapacá y á los mártires de Arica”“Tacna y Arica” y “Á la Juventus peruana, en la repatriación de los restos de sus héroes”. También celebró la naturaleza del terruño con títulos como “Impresiones de un viaje”“Á orillas del mar”“En una noche de luna”“Á orillas del Lambayeque”“Á Lambayeque”. Su poesía abordó, además, el afecto familiar (“Dedicatoria a mi padre”, “Á mi hermana, en su cumpleaños”), el amor (“Su retrato”, “Ensueño”, “Tu amor y el mío”, “El primer beso”, “Así te quiero más”), y la admiración por los hombres ilustres de su tiempo (“En la muerte de Carlos Heros”, “Lorente”, “En la muerte del Dr. Paz Soldán”, ”Á Wenceslao Valera”, “Á Jorge Isaacs”). Algunos de estos poemas fueron publicados en la célebre revista El Perú Ilustrado, y posteriormente serían compilados en un volumen de Poesías, publicado en 1893.

Autógrafo de Germán Leguía y Martínez en el álbum de Juana Rosa de Amézaga.
(Biblioteca Nacional del Perú)

Paulatinamente, Leguía y Martínez transitó hacia un cierto realismo, que se evidenció en la prosa vívida de sus textos históricos. En sus inicios literarios, tuvo como modelo al tradicionalista Ricardo Palma, cuyos consejos fueron fundamentales en la depuración de su estilo. Sin embargo, con el tiempo, don Germán se acercó a las ideas de Manuel González Prada, quien lo propuso, en 1912, para ejercer la dirección de la Biblioteca Nacional tras la renuncia del “bibliotecario mendigo”.

Carta de Germán Leguía y Martínez a don Ricardo Palma, de agosto de 1881, agradeciéndole las observaciones a su obra "El Manchay-Puito".
(Biblioteca Nacional del Perú)

El historiador.

Germán Leguía y Martínez leyendo su "Elogio a Bolívar" en julio de 1921.
("El Perú en el primer Centenario de su Independencia", 1922)

Germán Leguía y Martínez, trabajador infatigable, aprovechó cada uno de sus destinos para dedicarse a la labor investigadora, tanto en el ámbito jurídico como en el estudio histórico. Tras dejar la prefectura de Piura, llevaba consigo los primeros apuntes de su Diccionario geográfico, histórico y estadístico del departamento de Piura, publicado en 1914, aunque solo apareció el primer volumen. Al concluir su magistratura en Arequipa, había iniciado la redacción de su ambiciosa Historia de Arequipa, de la que solo se editaron los dos primeros volúmenes en 1912 y 1914.

Desde Desde su cargo en la Vocalía Suprema, Leguía y Martínez intentó actualizar el monumental diccionario de Francisco García Calderón con su inconcluso Nuevo diccionario de la legislación peruana, de la que se publicaron únicamente dos volúmenes, en 1914 y 1921. Con el detallismo que empleó en su trabajo, Basadre consideró que la obra completa habría requerido más de cincuenta volúmenes. Durante su destierro, don Germán logró concluir su Diccionario de legislación criminal del Perú, publicado póstumamente en 1931.

Es relevante mencionar que don Germán trabó amistad con el célebre investigador alemán Hans Heinrich Brüning. Es probable que se conocieran en los años 1880, momento en el que intercambiaron información sobre el pasado lambayecano. Cuando Brüning, ya anciano y abrumado por las dificultades, decidió vender su colección y ofrecérsela al Estado, la angustia por el destino de su trabajo de toda una vida lo consumió. Así lo manifestó en su correspondencia con intelectuales como Victor Larco Herrera y Julio C. Tello. En enero de 1921, escribió a don Germán pidiéndole sus buenos oficios ante su primo, don Augusto, para lograr concluir la transacción con el Estado y asegurar la entrega de su valiosa colección. Este proceso culminaría en el Decreto N.º 16550 del Ministerio de Instrucción Pública, fechado el 10 de julio de 1921, que creó el primer museo regional estatal en el norte del Perú: el Museo Brüning.

Facsímil del manuscrito original de la “Historia de la emancipación del Perú: el Protectorado”.
(Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú) 

La obra principal de don Germán fue, sin duda, la Historia de la emancipación del Perú: el Protectorado. Este monumental trabajo, escrito a mano en cien cuadernos con un total de 9,207 hojas, fue publicado póstumamente en siete volúmenes por la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia en 1971. Su propósito era analizar el paso de San Martín por el Perú, rescatando del olvido el esfuerzo peruano en la lucha por la Independencia, viéndolo como el primer paso de una historia integral de la República. Esta intención queda reflejada tanto en algunas de las páginas de la obra como en las últimas anotaciones del manuscrito. Sin embargo, debido a las múltiples actividades que don Germán realizó a lo largo de su vida, no logró llegar a abordar la época bolivariana. A pesar de ello, su Elogio a Bolívar, pronunciado durante las celebraciones del Centenario en 1921, es una muestra notable de su visión sobre el Libertador, y le valió un voto de aplauso del Senado. Es importante destacar el vigoroso estilo de su prosa, el uso de fuentes directas (como la que permitió dar a conocer el acta del pueblo llano y bajo de Lambayeque del 31 de diciembre de 1820) y la tradición oral que aún se conservaba en la región. Su enfoque patriótico, en ocasiones, le llevó a no ser estrictamente objetivo, lo que justifica el calificativo de "historiador romántico" otorgado por Raúl Porras, una etiqueta que, sin embargo, no desmerece la calidad de su trabajo.

El magistrado y político.

En 1887, Leguía y Martínez ocupó varios cargos en Lambayeque: fue representante de San José en el Concejo Provincial y miembro de la Sociedad de Beneficencia local. Poco después, se trasladó a Lima, donde estableció su hogar en la calle Juan Pablo Nº 671 (actualmente la cuadra sexta del jirón Azángaro), finalizando sus estudios en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y trabajando en la Cancillería. De forma paralela, se unió al Círculo Literario fundado por el apasionado Manuel González Prada. Años después, la viuda de González Prada evocaría a los intelectuales que formaron parte de dicho círculo, el cual eventualmente daría pie a un intento de partido denominado Unión Nacional. Mientras criticaba a los más altisonantes y vehementes, doña Adriana señalaba que "Germán Leguía y Martínez, Eduardo Lavergne y el doctor Gregorio Mercado formaban el núcleo serio que dejaba hablar, pelear y batallar a los jóvenes".

Retrato de Germán Leguía y Martínez durante su período parlamentario.
(revista "Ilustración Peruana", septiembre de 1909)

No es sorprendente que, al ser electo diputado en 1895, Germán Leguía y Martínez se convirtiera en un combativo opositor al gobierno de Nicolás de Piérola. Encabezó la censura al gabinete de Antonio Bentín (noviembre de 1895), defendió la reforma electoral y se opuso a la reforma constitucional que proponía la creación de un Consejo de Estado (1896). Con González Prada apartado del escenario político, Leguía y Martínez optó por apoyar la fundación del Partido Liberal en 1902, un grupo "a la derecha de la exangüe Unión Nacional y a la izquierda del declinante Partido Demócrata", formando parte de su primera junta directiva.

De izquierda a derecha, Rafael Villanueva (presidente del Senado), Augusto B. Leguía (presidente de la República), Juan de Dios Salazar y Oyarzábal (presidente de la Cámara de Diputados) y Germán Leguía y Martínez (ministro de Relaciones Exteriores), escuchando el discurso del Dr. Aníbal Maúrtua durante la inauguración de las obras de canalización del Rímac.
(revista "Variedades", septiembre de 1912)

Dedicado al foro y a la docencia, fue nombrado prefecto de Piura en 1905, donde impulsó iniciativas patrióticas, como el reconocimiento de la casa natal del almirante Miguel Grau. Posteriormente, pasó a la magistratura, siguiendo los pasos de su padre: fue vocal superior en Arequipa en 1908 y en Lima en 1909. Más tarde, don Germán ocupó diversos cargos diplomáticos durante el primer gobierno de su primo, Augusto B. Leguía: fue ministro en Ecuador durante la crisis diplomática de 1910 y ministro de Relaciones Exteriores en 1911. En 1912, fue designado vocal de la Corte Suprema, lo que motivó una dura crítica por parte de Clemente Palma en las páginas de Variedades. Posiblemente, este juicio se debió a la amargura que le generó el papel de don Germán en la designación de González Prada como sucesor de su padre don Ricardo en la dirección de la Biblioteca Nacional. En su nuevo cargo, el vocal Leguía y Martínez votó de manera singular, acusando al coronel Óscar R. Benavides, presidente provisorio de la República, del cobarde asesinato del general Enrique Varela, presidente del Consejo de Ministros y ministro de Guerra, ocurrido durante los hechos del pronunciamiento militar de febrero de 1914.

Retrato de Germán Leguía y Martínez durante su vocalía suprema.

Su momento de mayor notoriedad (y también de mayor polémica) llegó durante el Oncenio de su primo Augusto B. Leguía, cuando ocupó el cargo de ministro de Gobierno y presidente del Consejo de Ministros entre diciembre de 1919 y octubre de 1922. Ambos primos tenían visiones del mundo muy diferentes, principalmente debido a sus formaciones: mientras don Augusto había amasado su fortuna en el mundo de las finanzas, ingresando a la política de la mano del civilismo de Manuel Candamo, don Germán había permanecido más cercano al ámbito académico, iniciando su carrera política influenciado por la prédica de González Prada. Ambos primos, aunque unidos por la sangre, caminaban en mundos paralelos: uno, en el terreno de las finanzas y la política práctica, el otro, en el de la reflexión intelectual y la crítica social

El gabinete presidido por Germán Leguía y Martínez en 1921.
("El Perú en el primer Centenario de su Independencia", 1922)

Un contemporáneo diría: "Augusto B. Leguía era más dúctil, don Germán Leguía y Martínez, más intransigente. Augusto B., era más intuitivo; don Germán, más letrado. Augusto B., creía en la eficacia del perdón y eso lo perdió; don Germán, creía en la eficacia del castigo y eso lo perdió también. Augusto B., creía que nuestros males se deben a nuestro atraso, sin exculpar por cierto a los civilistas; don Germán, creía que toda la culpa de nuestros males la tienen los civilistas. Augusto B., creía que las reformas políticas, sociales y económicas requieren tiempo; don Germán creía, como Joaquín Capelo, en la necesidad de una política quirúrgica, inmediata y eficaz".

Caricatura en relación a la mano dura de don Germán como ministro de Gobierno.
(revista "Variedades", enero de 1921)

La mano dura de don Germán como ministro de Gobierno y Policía no pasó desapercibida. Violó las garantías individuales (como en los casos de los hábeas corpus interpuestos a favor de Luis Pardo y Barreda y de Juan Durand), procedió a detener y desterrar a opositores, convirtió la isla de San Lorenzo en prisión para los disidentes, y desacató las decisiones del Poder Judicial, lo que provocó las protestas del presidente de la Corte Suprema, doctor Carlos Erausquin. Además, impuso restricciones a la libertad de imprenta y avaló la expropiación del diario La Prensa. No obstante, su actitud firme atrajo la atención de sectores jóvenes que comenzaron a ver en el antiguo magistrado una diferencia con su primo, dando origen al fenómeno del “germancismo”, cuyo principal objetivo —más allá de cualquier ideología— era consagrar a don Germán como sucesor de don Augusto en la presidencia.

Dibujo de Raúl Vizcarra (1963) sobre el enfrentamiento entre don Germán y don Augusto.
(Archivo Histórico Riva-Agüero)

Valdría lla pena analizar qué significaba el "germancismo". Podríamos comenzar por examinar las palabras de don Germán en un ágape ofrecido en su honor en diciembre de 1921: “Hasta ahora imperaron irrestrictos, los derechos del hombre: el individuo era todo; el Estado casi nada. En el día deben imperar, e imperan ante todo, los derechos de la colectividad: la Nación es la esencia; el individuo, lo accesorio; éste es casi nada; aquélla lo es todo. Instituciones y leyes; elementos y fuerzas; fines y medios: todo tiende a socializarse. El deber de los que gobiernan no está en tolerar las demasías de los menos, sino en contemplar y defender los intereses de los más”.

Don Germán terminó por ser víctima del equipo represor que había establecido y utilizado. Detenido en noviembre de 1923 junto con sus hijos Óscar y Jorge Guillermo, fue desterrado a Panamá; regresaría ya enfermo, falleciendo en noviembre de 1928. Con él, sin duda, se perdió una posibilidad interesante (no exenta de polémica) para convertir al leguiísmo en un movimiento más duradero, en vez de un empeño modernizador autoritario basado en la figura presidencial de don Augusto.

FUENTES CONSULTADAS.

  • Basadre Grohmann, Jorge (2005). Historia de la República del Perú 1822-1933 (tomo 14). Lima: Editora El Comercio.
  • Centurión González, Freddy (2020). Leguía antes de la vida política: 1863-1903. Chiclayo: Semanario Expresión.
  • González Prada, Adriana de (1947). Mi Manuel. Lima: Editorial Cultura Antártica.
  • Guerra Martiniere, Margarita (1994). "La República 1899-1948". En: Historia General del Perú (tomo VIII). Lima: Editorial Brasa.
  • Hooper López, René (1963). Leguía: ensayo biográfico. Lima: Ediciones Peruanas.
  • Leguía y Martínez, Germán (1893). Poesías. Lima: Imprenta y Librería Benito Gil.
  • Leguía y Martínez, Germán (1912). Historia de Arequipa (tomo I). Lima: Imprenta Moderna.
  • Leguía y Martínez, Germán (1914). Historia de Arequipa (tomo I). Lima: Tipografía "El Lucero".
  • Leguía y Martínez, Germán (1914). Nuevo Diccionario de la Legislación Peruana (tomo I). Lima: Tipografía "El Lucero".
  • Leguía y Martínez, Germán (1916). Nuevo Diccionario de la Legislación Peruana (tomo I). Lima: Tipografía "El Lucero".
  • Leguía y Martínez, Germán (1931). Diccionario de la Legislación Criminal del Perú. Lima: Librería e Imprenta Gil.
  • Leguía y Martínez, Germán (1972). Historia de la emancipación del Perú: el Protectorado (7 volúmenes). Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia.
  • Paz-Soldán, Juan Pedro (1917). Diccionario biográfico de peruanos contemporáneos. Lima: Librería e Imprenta Gil.
  • Planas Silva, Pedro (1994). La república autocrática. Lima: Fundación Friedrich Ebert.
  • Porras Barrenechea, Raúl (1963). Fuentes históricas peruanas. Lima: Instituto Raúl Porras Barrenechea.
  • Ramos Nuñez, Carlos (2015). Ley y justicia en el Oncenio de Leguía. Lima: Fondo Editorial de la PUCP.
  • Schaedel, Richard (1988). La etnografía muchik en las fotografías de H. Brüning, 1886-1925. Lima: Ediciones COFIDE.
  • Tauro del Pino, Alberto (2001). Enciclopedia ilustrada del Perú. Lima: PEISA.

martes, 20 de septiembre de 2022

Bicentenario del Congreso de la República

Los inicios del parlamentarismo peruano.


El viernes 20 de septiembre de 1822, en una solemne ceremonia, el Protector San Martín instaló el Congreso Constituyente.
(pintura de Francisco González Gamarra)

Habiendo proclamado la independencia del Perú el 28 de julio de 1821 —aunque, en rigor, sólo se ejercía control efectivo sobre los territorios de las antiguas intendencias de Trujillo y Lima, así como sobre Jaén y la comandancia general de Maynas—, el general José de San Martín resolvió asumir provisionalmente el mando del nuevo Estado con el título de Protector, el 3 de agosto. Ese mismo día estableció los primeros ministerios: Gobierno y Relaciones Exteriores, Guerra y Marina, y Hacienda y Comercio.


Retrato del general José de San Martín, protector del Perú entre agosto de 1821 y septiembre de 1822.
(Congreso de la República)

El 8 de octubre, el Protector promulgó un Estatuto Provisorio con el propósito de delimitar sus atribuciones y garantizar el desenvolvimiento de las actividades cotidianas del gobierno. Asumía en él las funciones ejecutivas y legislativas, absteniéndose expresamente de intervenir en los asuntos judiciales. El Estatuto establecía que su vigencia se mantendría “hasta que se declare la independencia en todo el territorio del Perú, en cuyo caso se convocará inmediatamente un Congreso general que establezca la Constitución permanente y la forma de Gobierno que regirá en el Estado”.

El contexto de la elección.

El 27 de diciembre de 1821, el Protector San Martín convocó a elecciones para un Congreso Constituyente, encargado de establecer la forma de gobierno del naciente Estado peruano y de redactar la Constitución “que mejor convenga al Perú, según las circunstancias en que se hallan su territorio y población”. Este Congreso debía reunirse el 1º de mayo de 1822. El decreto aclaraba que los poderes otorgados por los pueblos a los diputados “se contraerán exclusivamente a estos objetos, y serán nulos los que se excedan de ellos”. Asimismo, se dispuso la creación de una comisión encargada de presentar un plan adecuado para las elecciones y un proyecto de Constitución.

Por decreto del 27 de diciembre de 1821, el Protector San Martín convocó a elecciones para el que sería el primer Congreso peruano.

Sin embargo, como la comisión no logró presentar los proyectos esperados, el Supremo Delegado José Bernardo de Tagle, mediante decreto del 27 de abril de 1822, postergó la reunión del Congreso para el 28 de julio. Tampoco se pudo instalar el Congreso en esa fecha, debido al retraso ocasionado por la entrevista de Guayaquil entre el Protector San Martín y el general Simón Bolívar, presidente de Colombia. El 19 de agosto, el Protector desembarcó en el Callao y se enteró de los sucesos ocurridos durante su ausencia, en particular de la caída de su autoritario ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, Bernardo Monteagudo. San Martín, quien ya había decidido retirarse del Perú tras su conversación con Bolívar, ratificó su decisión y, mediante decreto del 18 de septiembre, fijó la reunión del Congreso para el día 20 del mismo mes.

Decreto del 18 de septiembre de 1822.

Con anterioridad, el Supremo Delegado, mediante decreto del 15 de junio de 1822, dispuso que, hasta que se construyera un edificio adecuado para las labores del Congreso, se destinara a tal fin el local de la Universidad de San Marcos, institución que sería trasladada provisionalmente al Colegio de San Pedro.

Decreto del 15 de junio de 1822.

Finalmente, sobre la base de los datos poblacionales de 1797, se estableció que habría un diputado por cada 15 mil habitantes. La elección fue de carácter indirecto y, en el caso de las provincias aún bajo control de las fuerzas realistas, se optó por designar diputados suplentes entre los nativos de esas regiones residentes en Lima. Fueron elegidos 79 congresistas propietarios y 38 suplentes. Entre los diputados electos, 14 eran extranjeros: nueve grancolombianos, tres rioplatenses, un chileno y un altoperuano. La mayoría de los representantes eran abogados y eclesiásticos, con un número reducido de militares.

Justo Figuerola y Estrada, lambayecano de nacimiento, catedrático en San Marcos, llegó a presidir los tres poderes del Estado, en diferentes momentos de la historia republicana. Falleció en Lima en mayo de 1854.
(colección del autor)

Por el departamento de Trujillo fueron elegidos 15 diputados titulares y 7 suplentes. En representación del partido de Lambayeque, fueron designados los abogados Justo Figuerola y Estrada, Mariano Quesada y Valiente, y Pedro Antonio López Vidaurre; los dos primeros como titulares, y el último como suplente. Ninguno de ellos estuvo presente en la sesión inaugural del 20 de septiembre de 1822, incorporándose al Congreso en fechas posteriores: Figuerola el 17 de octubre y Quesada el 15 de noviembre.

El doctor Mariano Quesada y Valiente, de importante actuación en el movimiento lambayecano de 1820, fue elegido diputado en el primer Congreso Constituyente. Falleció en Trujillo en octubre de 1845.
(Archivo Regional de Lambayeque)

La instalación del Congreso.

El viernes 20 de septiembre de 1822, los 51 diputados que se encontraban en Lima se dirigieron al antiguo Palacio Virreinal. Luego, acompañados por el Protector, se trasladaron a la Catedral, donde asistieron a una misa de acción de gracias oficiada por el deán Francisco Javier de Echagüe, quien exhortó a los diputados sobre el rol de la fe y el compromiso que implicaba el juramento que prestarían. Tras el sermón, el ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, Francisco Valdivieso, leyó la fórmula del juramento:

¿Juráis conservar la santa religión católica, apostólica, romana, como propia del Estado; mantener en su integridad el Perú; no omitir medio para libertarlo de sus opresores; desempeñar, fiel y legalmente, los poderes que os han confiado los pueblos; y llenar los altos fines para que habéis sido convocados?

Los diputados prestaron juramento y, luego, pasaron de dos en dos a tocar las Sagradas Escrituras. Para concluir el acto, el Protector San Martín pronunció:

Si cumpliereis lo que habéis jurado, Dios os premie; y, si no, Él y la Patria os lo demanden.


Edificio donde funcionaba la Universidad de San Marcos, donde sesionó el primer Congreso peruano, y donde hoy se levanta el Palacio Legislativo.
(Universidad Nacional Mayor de San Marcos)

A continuación se entonó el Te Deum, mientras en la Plaza Mayor la artillería saludaba con una salva de 22 cañonazos, réplica que fue respondida desde el Callao por los cañones de la fortaleza del Real Felipe y los buques de la escuadra. Culminada la ceremonia en la Catedral, la comitiva se dirigió al local de la Universidad de San Marcos, situada en la Plaza de la Inquisición, en medio del repicar de las campanas de la ciudad y de una lluvia de flores arrojadas desde los balcones. La tropa apostada a lo largo del trayecto presentó armas al paso de los representantes.

La dimisión de San Martín.

Dentro de la capilla de la Universidad, el Protector tomó asiento bajo el dosel central, acompañado por el coronel Guido, ministro de Guerra, y por el doctor Francisco Valdivieso, ministro de Gobierno. Mientras aguardaba a que los 51 diputados ocuparan sus asientos, el ambiente se llenaba de expectación. En un gesto solemne, el Protector se desprendió de la banda bicolor que cruzaba su pecho y la depositó sobre la mesa, declarando:

Al deponer la insignia que caracteriza al Jefe Supremo del Perú, no hago sino cumplir con mis deberes y con los votos de mi corazón. Si algo tienen que agradecerme los peruanos, es el ejercicio del supremo poder, que el imperio de las circunstancias me hizo obtener. Hoy, que felizmente lo dimito, yo pido al Ser Supremo el acierto, las luces y el tino que esta asamblea necesita para hacer la felicidad de sus representados.

Acto seguido, añadió con voz firme:

¡Peruanos: desde este momento queda instalado el Congreso Soberano, y el pueblo reasume el poder supremo en todas sus partes!

Tras unos instantes de silencio, desde las galerías se escuchó un enérgico “¡Viva el Libertador del Perú!”, grito que fue rápidamente coreado por la concurrencia. Mientras tanto, el general San Martín depositaba seis pliegos lacrados sobre la mesa y abandonaba la sala, acompañado por sus exministros y seis diputados. En la calesa palaciega, San Martín se dirigió por última vez al Palacio de Gobierno, donde recogió sus papeles y objetos personales, para luego partir rumbo al pueblo de la Magdalena.

Proclama de despedida del general San Martín.

La primera sesión del Congreso.

Mientras San Martín se alejaba de la Plaza de la Inquisición, el Congreso procedió, a propuesta del doctor Francisco Javier Mariátegui, a instalar una mesa momentánea para presidir las sesiones hasta elegir la mesa definitiva. Por aclamación, fueron designados el veterano maestro de San Carlos, Toribio Rodríguez de Mendoza, como presidente provisional, y el vehemente “solitario de Sayán”, José Faustino Sánchez Carrión, como secretario. Posteriormente, por 48 votos, fue elegido presidente del Congreso el sacerdote Francisco Javier de Luna Pizarro; vicepresidente, el conde de Vistaflorida, Manuel Salazar y Baquíjano; y como secretarios, Sánchez Carrión y Mariátegui.

Acta de la primera sesión del primer Congreso peruano.
(Archivo del Congreso de la República)

Ya en la curul de la presidencia, Luna Pizarro se puso de pie y proclamó:

El Congreso Constituyente del Perú queda solemnemente constituido e instalado; la soberanía reside en la Nación, y su ejercicio en el Congreso, que legítimamente la representa.

A continuación, se abrieron los pliegos dejados por el Protector y, tras su lectura y teniendo en cuenta su retiro, se propuso —y fue aprobado— declarar al general San Martín generalísimo de las armas del Perú, al mando de las fuerzas militares, además de brindarle un voto de gracias por sus eminentes servicios a la Nación.

Finalmente, a propuesta del poeta José Joaquín de Olmedo, se ratificó la declaración de independencia. Los diputados, en medio de una lluvia de aplausos, renovaron el juramento de hacer que el Perú fuese libre y quedase emancipado tanto de la dominación española como de la de cualquier otra nación extranjera.

A las cinco de la tarde, Luna Pizarro levantó la sesión, citando a los diputados para una nueva reunión a las siete de la noche, ese mismo día. En esa sesión, tras recibir la respuesta del general San Martín, en la que agradecía el título de Generalísimo pero renunciaba al mando de las fuerzas militares, se insistió en enviar un nuevo oficio. Sin embargo, este saldría tarde, pues a las diez de la noche el ex Protector abordaba el bergantín Belgrano, alejándose del Perú para siempre.

Con la salida de San Martín concluía una administración que buscó garantizar la institucionalidad necesaria para construir un nuevo Estado en medio de una situación inestable. La construcción aún era frágil, y el Protector lo intuía al invocar la unión en su proclama de despedida. Sin embargo, los congresistas de 1822, animados por ideas liberales contrarias a la concentración del poder, optaron —en palabras del diputado Mariano José de Arce— por considerar que “el Congreso debe retener cuanta autoridad sea dable, para hacer cumplir sus determinaciones y corriendo el riesgo de que un ejecutivo extraño aislado y separado de él, aunque hechura suya, le pueda formar un partido de oposición, como lo hizo una de las Regencias con las cortes de Cádiz”.

Tal decisión tuvo consecuencias en una equivocada aplicación de la división de poderes y dio pie a golpes de Estado que terminaron otorgando más atribuciones al Ejecutivo. No sorprende, entonces, que Nemesio Vargas apuntara en 1906:

El primer Congreso del Perú fue una imagen fiel de lo que serían los posteriores, es decir, una agrupación de aspirantes políticos en la que sobresalían algunos; inconscientes de su alta misión; entidades parlamentarias nulas; con pretensiones de grandes oradores; incapaces de valer por sí mismos, con raras excepciones; sin más importancia que la del puesto, ni otra malicia que la de hacer pagar bien sus servicios al Estado.

FUENTES CONSULTADAS.

  • Basadre Grohmann, Jorge (2005). Historia de la República del Perú 1822-1933 (tomo 1). Lima: Editora El Comercio.
  • Colección Documental de la Independencia del Perú (1973-1975). Primer Congreso Constituyente (3 volúmenes). Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú.
  • D'Medina, Eugenio (2019). Faustino. Pragmatismo y utopía en el republicanismo liberal de Sánchez Carrión. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú.
  • Gálvez, José Francisco (2002). La política como pasión. Breve historia del Congreso de la República (1822-1968). Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú.
  • Leguía y Martínez, Germán (1972). Historia de la Emancipación del Perú: el Protectorado. Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú.
  • Mazzeo, Cristina (2019). Francisco Javier Mariátegui. Liberal, constitucionalista y republicano (1793-1884). Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú.
  • Obin, M. J. y Aranda, R. (1895). Anales parlamentarios del Perú. Lima: Imprenta del Estado.
  • Paniagua, Valentín (2003). Los orígenes del gobierno representativo en el Perú. Las elecciones (1809-1826). Lima: Fondo Editorial de la PUCP - Fondo de Cultura Económica.
  • Vargas, Manuel Nemesio (1906). Historia del Perú independiente (tomo II). Lima: Imprenta de La Abeja.
  • Vargas Ugarte, Rubén (1971). Historia general del Perú (tomo VI). Lima: Editorial Milla Bartres.
  • Villanueva, Carmen (2016). Francisco Javier de Luna Pizarro: parlamentario y primer Presidente del Congreso Peruano. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú.

martes, 26 de julio de 2022

A 150 años del golpe de los Gutiérrez (II)

El dictador de las cien horas.


El gobierno de José Balta concluyó en medio del golpe de los hermanos Gutiérrez, golpe que tendría un sangriento corolario. En la fotografía, se aprecia la hoguera en la que fueron calcinados los restos de los hermanos rebeldes la tarde del 27 de julio de 1872.
(fotografía publicada por Pedro Felipe Cortázar en la colección Documental del Perú, 1966)

El gobierno de Balta había iniciado en medio de calamidades como la epidemia de fiebre amarilla y el terremoto del sur. Había saneado la economía con el contrato Dreyfus, pero, obnubilado por la fiebre de las obras públicas, comprometió las rentas nacionales con dos empréstitos sucesivos, primero por 59 millones de soles, y luego por 75 millones de soles. Al apostar por el francés Dreyfus, había roto con los consignatarios nacionales; "pasamos en cuerpo y alma al poder de Dreyfus, que daba con mano pródiga los millones, y de Meiggs que los recibía y manejaba, deslizándolos entre los dedos" diría Carlos Lissón al recordar el despilfarro de aquellos años. La consecuente tensión política llevaría al trágico final de su gobierno en julio de 1872.


En su gestión, Balta designó ministros de las administraciones de Echenique y Pezet, a las que había servido en su carrera militar, pero su gobierno lejos de mostrar tendencias ideológicas definidas, se enfocó en temas económicos y de obras públicas mas que en asuntos políticos. Si bien, al inicio de su gestión no había encontrado mayor oposición gracias a sus llamados a la concordia nacional, a medida que avanzaba en su mandato, empezó a enajenarse el apoyo de varios sectores. Los antiguos consignatarios no le perdonaban el contrato Dreyfus. Los militares no estaban satisfechos con la composición de sus gabinetes y por sus políticas; Balta incluso se jactó en el mensaje presidencial de 1870, de no haber conferido ascensos. Los liberales se irritaron con las actitudes despóticas del régimen, como la violenta disolución de una manifestación en honor al primer aniversario de la toma de Roma por el reino de Italia. Y el mismo Balta se suscitó enemigos cuando dejó entrever la intención de imponer su sucesor.

Retrato y firma del presidente José Balta.
(grabado inserto en la Galería de retratos de los gobernantes del Perú independiente, 1909)

Si bien Balta era una persona carismática (como lo mostraba el entusiasmo que generó entre la población chiclayana durante la lucha de enero de 1868), tenía un gran defecto: su irritabilidad, que lo hacía propenso a tomar medidas arbitrarias. Como jefe de tropa había ganado fama de rudo en los castigos, y como presidente, hubo numerosas escenas en las discusiones con los ministros, llegando a los gritos y volcar muebles. Un caso ocurrió en octubre de 1869, cuando el presidente pidió informes al cajero fiscal pasando por encima del ministro de Hacienda, Nicolás de Piérola, quien irrumpió en el despacho, e impuso su autoridad al hacer salir al cajero, enzarzándose en una discusión con el presidente y su hermano Juan Francisco, ministro de Guerra y Marina. Era también influenciable, una vez producido el estallido. En marzo de 1870, un anónimo publicado en El Comercio, atacaba al presidente, a su esposa y sus hijas; el director del periódico, Manuel Amunátegui, fue conducido ante un furibundo Balta que llegó a ordenar su fusilamiento, siendo el presidente aplacado por el ministro Piérola, revocando la orden.

El surgimiento del civilismo.

Desde principios de 1871, se empezó a agitar el ambiente electoral. En abril de 1871, más de una centena de notables se reunieron en casa de José Antonio García y García a fin de organizar un grupo político, la Sociedad Independencia Electoral, de la cual surgiría el Partido Civil. “Para su advenimiento coincidieron tres cosas: la presencia de un leader excepcional con las características positivas de un caudillo, la formulación de un programa (cuyas notas más sencillas ante las masas fueron la reacción contra el militarismo y el anuncio de una "República práctica") y la enérgica e inmediata aptitud para ir a los hechos dentro de los cauces de un intenso y combativo proceso electoral”, apuntaría el maestro Basadre.

Grabado del periódico italiano L'Illustrazione Popolare retratando a Manuel Pardo.
(colección del autor)
Ese líder era el dinámico empresario e intelectual Manuel Pardo y Lavalle. Antiguo consignatario, secretario de Hacienda durante la guerra con España, había alcanzado relieve por su actuación como director de la Beneficencia Pública durante la epidemia de fiebre amarilla, y luego por su labor progresista como alcalde de Lima. Desde aquella época, Pardo preparaba activamente su candidatura presidencial, escribiendo cartas a sus amigos en provincias para sondear sus posibilidades, logrando articular una eficaz red de colaboradores en provincias.

Noticia del periódico El Chiclayano del 17 de febrero de 1872, en relación con la candidatura presidencial de Manuel Pardo.
(Archivo Regional de Lambayeque)

Se ha sostenido que el Partido Civil fue fruto de la revancha de los consignatarios frente a la decisión del gobierno de Balta de apartarlos del negocio guanero. Sin embargo, hay que notar que a lo largo de los cincuenta años republicanos, se habían producido varias transformaciones en la sociedad peruana, apuntando al surgimiento de un partido político moderno. De hecho, un análisis de dichos colaboradores (a través de la correspondencia de Pardo), muestra que integraba a amplios sectores del país, a través de profesiones y oficios claves: militares retirados, periodistas, agricultores, hacendados, escribanos, comerciantes, abogados, catedráticos, empleados públicos, telegrafistas, obreros, artesanos, joyeros, plateros, carpinteros, jueces, mineros, industriales, estudiantes universitarios, impresores. Este grupo, presentado oficialmente el 2 de mayo siguiente, buscaba articular a los sectores laboriosos del país a fin de establecer una fuerza superior al de las individualidades aisladas, replanteando el sueño republicano.

Se había rumoreado insistentemente que Balta favorecía a su hermano Juan Francisco, presidente del Consejo de Ministros y ministro de Guerra y Marina, de notoria influencia sobre su hermano. Sin embargo, Juan Francisco Balta publicó una carta el 15 de abril de 1871, rechazando su candidatura, actitud elogiada por la prensa. Se voceó también la candidatura del general Andrés Segura o del senador Evaristo Gómez Sánchez, sin llegar a mayor alcance. El doctor Manuel Toribio Ureta, rival de Balta en la elección de 1868, volvió a presentarse como candidato, haciendo una campaña reposada. Pero pareció que el gobierno se inclinaba por la candidatura del expresidente José Rufino Echenique.

Caricatura de 1871 mostrando a los candidatos presidenciales: Evaristo Gómez Sánchez, Manuel Pardo, José Rufino Echenique, Manuel Toribio Ureta, y el general Andrés Segura.
(Archivo Riva Agüero)

Según la legislación vigente en 1872, las elecciones tenían dos etapas: elegir a los electores que se integrarían en Colegios Electorales, y dichos Colegios elegirían al Presidente de la República, a los Vicepresidentes de la República y a representantes al Congreso. Pues bien, al realizarse las elecciones preliminares, el 15 de octubre de 1871, los partidarios de Pardo se impusieron frente a los de Echenique. El presidente Balta, cada vez más inquieto ante la ardorosa lucha electoral, intentó proponer una candidatura de unidad nacional. En un manifiesto en noviembre de 1871, el presidente presentó dicha iniciativa, presentando la candidatura del jurista Antonio Arenas; Echenique aceptó, e incluso llegó a referirse a Arenas como "otro yo", cediéndole su fuerza política. Los partidarios de Pardo se opusieron por ser un principio contrario al sistema representativo y a la soberanía popular ya expresada en las elecciones primarias.

El voto emitido por Balta sólo sirvió para crear conflictos y enturbiar la misma situación que pretendía aclarar. En provincias, algunas autoridades convirtieron lo que se publicó como una simple recomendación oficial, en una imposición, lo que al final, llevó a que los sectores opuestos a Balta, cerrasen filas en torno a la candidatura de Pardo. En tal contexto, en mayo de 1872, se llevaron a cabo las elecciones por los Colegios Electorales. Como los abusos continuaban, la prensa aumentó sus ataques al Gobierno, que apresó parlamentarios y periodistas, y cerró los periódicos El Nacional y El Comercio. Mientras tanto, la Comisión Permanente revisaba las actas, y el ejército incrementaba sus efectivos, realizando un ejercicio en la pampa de Amancaes, seguido de un lúcido desfile el 15 de julio. A la cabeza, marchaba el ministro de Guerra y Marina, coronel Tomás Gutiérrez.

La polémica figura de Gutiérrez.

Para comprender y analizar lo más imparcialmente posible los hechos de julio de 1872, se requiere prestar atención a las demonizadas figuras de los hermanos Gutiérrez.

Tarjeta de visita con el retrato de Tomás Gutiérrez.
(retrato a la venta en ebay)

Tomás Gutiérrez, oriundo de la sierra arequipeña, tenía algo más de cincuenta años cuando el 7 de diciembre de 1871, asumió el cargo de ministro de Guerra y Marina en la administración Balta. Modesto arriero, se unió al ejército en los años 1850. Sargento mayor en 1854, ascendió a coronel en marzo de 1858 por su conducta en el asalto de Arequipa a las órdenes del mariscal Castilla. Fugaz diputado en el Congreso de 1858, participó en la campaña de Ecuador, y se mantuvo fiel a los gobiernos de San Román y Pezet. De hecho, este último quiso premiar su lealtad ascendiéndole a general de brigada, ascenso que quedó sin efecto por la caída de Pezet en noviembre de 1865. Como soldado raso, acudió al combate del 2 de mayo de 1866, siendo reincorporado al escalafón. Desterrado a Chile junto con el coronel Balta por conspirar contra el gobierno de Prado, Tomás Gutiérrez se puso a las órdenes del mariscal Castilla en su última expedición; don Ramón le reconoció su grado de general, y Gutiérrez acompañó al viejo tarapaqueño hasta su muerte en Tiviliche, tras lo cual, se retiró a Arequipa. Al estallar la rebelión contra el gobierno de Prado, Gutiérrez respaldó al vicepresidente Diez-Canseco, siendo ascendido nuevamente a general de brigada; caído Prado, Diez-Canseco encomendó a Gutiérrez la misión de restablecer el orden, primero en Chiclayo, y luego en Huancayo, misiones que cumplió de forma pacífica, ganándose fama de hombre sagaz y prudente. Balta confió a Gutiérrez la Inspectoría General del Ejército, pero el ascenso a generalato quedó pospuesto; el gobierno propuso al Congreso su ascenso en 1870, pero la propuesta nunca llegó a ley. Quizá entonces, surgiese un resentimiento en Tomás Gutiérrez hacia el Legislativo que le negaba el ascenso que le habían otorgado Pezet, Castilla y Diez-Canseco.

Retratos de Marceliano y Silvestre Gutiérrez.
(grabados de La Ilustración Española y Americana, 1872)

Silvestre, Marceliano y Marcelino no tenían el prestigio de Tomás, pero a su sombra habían hecho carrera. Durante la rebelión contra Prado en 1867, Silvestre y Marcelino lucharon al lado de Balta en las trincheras de Chiclayo, siendo herido Silvestre y ganándose el apodo de "cabeza rota". Marceliano había participado en las conjuras contra Prado en Lima; Ricardo Palma lo recordaría como un "soldado bravo como el león de las selvas, de avinagrado carácter y que en la vida social trascendía siempre a cuartel". Silvestre y Marceliano tenían reputación de oficiales valientes y enérgicos, aunque violentos e irritables; en abril de 1871 se habían hecho reos del delito de flagelación, juicio que terminó por ser cortado. Marcelino pasaba incoloro frente a la personalidad de sus tres hermanos; el general Juan Buendía bromearía diciendo que Marcelino era "el menos Silvestre de los Gutiérrez". Los tres mandaban importantes batallones: Silvestre estaba a cargo del Pichincha N° 2, Marceliano del Zepita N° 3 y Marcelino del Ayacucho N° 4.

Retrato del coronel Tomás Gutiérrez hacia 1870.
(colección del autor)

Basadre apuntaría sobre los cuatro hermanos: "En medio de las prodigalidades en que les tocara vivir, los cuatro hermanos habían sido honrados. Sencillos, consideraban en una actitud exagerada, como un desastre para su profesión, la llegada al poder del civilista Pardo. Altivos, no podían pensar en plegársele. Violentos, se sentían naturalmente inclinados hacia las soluciones de la fuerza. Poderosos, la tentación los circundaba. En Lima se les miraba con cierto miedo, no exento de respeto".

Coronel Tomás Gutiérrez, ministro de Guerra y Marina.
(Biblioteca Municipal de Guayaquil)

Era vox populi que el presidente Balta no estaba dispuesto a entregar el poder a Pardo, y sus colaboradores en esa tarea eran los Gutiérrez, que habían reforzado al ejército, hasta contar con siete mil hombres. "Esos hombres habian sido el baluarte, puede decirse así, el mas poderoso sosten de la Administracion pasada; ellos se habian atraido el ódio del pueblo, no solo por la severidad en sus castigos como jefes de cuerpo, sino tambien por la perseverancia con que hubieron de servir á aquel gobierno. Apoyados en ellos, tuvieron lugar todas las violencias, todos los ataques á las libertades y garantías de los ciudadanos, y el gran derroche de la hacienda pública. Eran en fin militares y sostenedores de un gobierno que se enajenó la opinion con su proceder tortuoso é incierto, ¿qué porvenir se les esperaba, pues, con el triunfo de la candidatura civil, mucho mas cuando entre todos sus defectos brillaba al parecer la honradez, virtud harto rara en nuestros hombres públicos? ninguno, su perdicion era completamente inevitable...", apuntaría el anónimo "Un creyente" (aunque algunos consideran que detrás de ese seudónimo se ocultaba Federico Panizo).

El pronunciamiento.

Sin embargo, a último momento, el presidente Balta, aconsejado por varios amigos, entre ellos Enrique Meiggs, cambió de opinión: en la mañana del lunes 22 de julio de 1872, en una borrascosa entrevista con Tomás Gutiérrez, se negó a emprender acciones subversivas. Esa tarde, el presidente se encontraba reunido con su esposa, doña Melchora Lizarzaburu, y con el ministro de Hacienda, Felipe Masías. Esa noche, se iba a realizar el matrimonio de su hija Daría, y se ultimaban los preparativos. Se suponía que esa jornada, la guardia de Palacio estaría a cargo del batallón Legión Peruana N° 1, pero esa mañana, se cambió la orden, asignando tal servicio al batallón Pichincha N° 2, al mando del coronel Silvestre Gutiérrez.

Coronel José Balta, presidente de la República.
(retrato vendido en ebay)

A eso de las dos de la tarde, las compañías que restaban del batallón, marcharon a Palacio. Habiendo sometido a la Escolta, cuyo jefe estaba ausente, Silvestre dirigió personalmente a dos compañías hacia las habitaciones del presidente. Ordenó al edecán de servicio, teniente coronel Rueda, que intimase la rendición al presidente. Ante la demora, Silvestre se dio cuenta que Balta intentaría salir por las habitaciones interiores, le dio alcance y lo tomó prisionero. Luego el presidente fue llevado al cuartel San Francisco en un coche de plaza; la guardia intentó rendirle honores, lo que fue impedido por Silvestre. Según el joven Faustino Silva, cuando Balta era llevado al coche, se había formado ya una multitud de curiosos en la plaza; el presidente depuesto se sacó el sombrero y gritó "los que yo creía mis hijos me han traicionado", a lo que Silvestre lo empujó al coche antes que dijera algo más. La multitud se agitó y empezó a vivar a Balta y a Pardo, y a lanzar mueras a los Gutiérrez; no hizo más porque Marceliano Gutiérrez, que había formado su batallón Zepita en las gradas de la Catedral, "dominando el tumulto y haciendo uso de su voz de trueno que llenó la plaza imponiéndose", ordenó preparar y apuntar las armas, lo que desató el pánico en la gente que despejó la plaza.

Despejada la plaza, Silvestre Gutiérrez marchó con sus tropas a la Plaza Mayor y proclamó solemnemente a su hermano, el "general" Tomás Gutiérrez, Jefe Supremo de la República, en medio de los vivas entusiastas de la tropa. El nuevo Jefe Supremo en tanto, recorría los cuarteles, asegurando la lealtad de los distintos batallones; otra fue la respuesta de numerosos oficiales de artillería que rehusaron apoyar el golpe, y Gutiérrez se limitó a dejarles en libertad. En el Callao, el coronel Chariarse, al mando del batallón Lima N° 6, tomó posesión del puerto, sin la menor resistencia del prefecto, coronel Pedro Balta, hermano del depuesto presidente; es célebre el asombro mostrado por Pedro Balta: "¡Cómo! ¿Mi hermano no está metido en esto?". Dominada la situación, Tomás Gutiérrez se dirigió a Palacio, dictando los usuales decretos y proclamas.

Proclama del Jefe Supremo Tomás Gutiérrez a la Nación el 22 de julio de 1872.

Mientras tanto, en el Congreso de la República sesionaban las juntas preparatorias, cuando se apercibieron de la retirada de la guardia, y la concentración en la plaza de la Inquisición de una fuerza de celadores y parte del batallón Callao N° 5. Ante ello, y habiendo escuchado sobre el cuartelazo, la Cámara de Diputados solicitó la formación de Congreso Pleno, reuniéndose bajo la presidencia del general José Rufino Echenique, expresidente de la República, senador por Lima y presidente del Senado. Se designó entonces una comisión compuesta por los senadores Manuel F. Benavides y Antonio Gutiérrez de la Fuente, y por los diputados José Simeón Tejeda, Luciano Benjamín Cisneros y Ricardo W. Espinoza para redactar una protesta, la cual fue aprobada por unanimidad.

Proclama del Congreso de la República ante el golpe de los coroneles Gutiérrez.

Pero al declarar a los golpistas fuera de la ley, se contradecía con lo establecido en el vigente Código Penal de 1863 en el libro segundo, sección tercera, título II, artículos 127° a 132°, en relación con el delito de rebelión. Ningún delincuente está fuera de la ley, sino que su delito, sea doloso o culposo, se encuentra dentro de la ley, en este caso de la ley penal, que señala una pena como castigo por la infracción cometida; es lo que en el ámbito jurídico se da en conocer como principio de tipicidad. Al establecer que los Gutiérrez estaban fuera de la ley, implícitamente se dejaba su sanción a la ley del más fuerte; sin duda, en el apasionamiento del momento, los parlamentarios que rubricaron la protesta del Congreso no se apercibieron de tal cuestión.

Interior de la Cámara de Diputados antes de su disolución por la fuerza armada.
(grabado inserto en la obra Revolución de Lima)

Cuando los congresistas se encontraban en la firma de la protesta, ochenta celadores al mando de un comandante Bartra, ingresaron a la sala de sesiones y desalojaron a culatazos a los representantes.

La tensa calma del 23, 24 y 25 de julio.

Decreto de Tomás Gutiérrez, invistiéndose como Jefe Supremo de la República.

El 23 de julio, se emitió la usual serie de proclamas y decretos, con el aval del nuevo secretario general, el abogado y orador liberal Fernando Casós, quien justificó su actitud en la necesidad de evitar una dictadura castrense y ultramontana. Se dio a los funcionarios públicos el plazo de cuarenta y ocho horas para reincorporarse a sus puestos, bajo apercibimiento de considerarlos renunciantes. Se garantizó la libertad de la prensa como "necesidad de la existencia política en el régimen republicano", pero estableciendo la detención precautoria en casos de difamación. Se ordenó la publicación quincenal de los ingresos y egresos de la Caja Fiscal.

Pero esa madrugada, la Marina de Guerra rehusó acatar a Tomás Gutiérrez, ofreciendo sus elementos a la Nación para hacer frente al gobierno de facto. Las pocas unidades listas para navegar habían zarpado: la fragata Independencia vigilaría entre el Callao y Pisco, el monitor Huáscar viajaría al sur, y la fragata Apurímac y el transporte Chalaco anclarían en Islay. Manuel Pardo había logrado escaparse del destacamento que el día anterior, acudió a su domicilio en la calle Pileta de la Trinidad (séptima cuadra del Jirón Lampa), que había logrado escapar de Lima, logró unirse a la escuadra que lo trasladó a Pisco.

Proclama de la Marina de Guerra, oponiéndose al golpe de los hermanos Gutiérrez.

El 23 y 24 de julio, pese a todo, empezaron a darse casos de deserciones entre las tropas golpistas. Se dijo que la maquinaria civilista prodigó dinero y alcohol para incitar esta situación, por lo que el 25 de julio, se decretó la creación de un jurado especial para quienes intentasen trastocar la lealtad de las tropas, aduciendo que se pretendió corromper la lealtad del ejército con cheques falsos contra los bancos, enemistar a jefes y tropa e incitar al asesinato de jefes de batallón. El Callao se sublevó ese día, y Silvestre Gutiérrez fue enviado a pacificar el puerto, lo que consiguió al menos en apariencia.

Decreto de Tomás Gutiérrez del 25 de julio de 1872.

En las ediciones del diario oficial El Peruano del 24 de julio de 1872, junto con los decretos del nuevo Jefe Supremo, se publicaron los telegramas y notas de apoyo en provincias, o al menos en un sector del aparato estatal, opuesto al ascenso del civilismo. Figuras como Nicolás Rebaza en Trujillo, Ladislao Espinar en Ica, o Gregorio Relayze en Chincha, telegrafiaron su aceptación al nuevo gobierno.

Telegramas de adhesión al gobierno de Gutiérrez publicados en El Peruano del 24 de julio de 1872.

En Lambayeque, el coronel Agustín Bedoya informó telegráficamente el 23 de julio la adhesión al régimen de Gutiérrez, pero al pedir más datos para disipar la alarma local, se produjo una interrupción en la línea; cabe la posibilidad de algún sabotaje por parte de los opuestos al pronunciamiento. Por eso, al día siguiente, reparada la avería, Bedoya reiteró su apoyo al gobierno de facto.

Es curiosa la reiterada mención a la existencia de un acta de adhesión al régimen gutierrista, la cual, evidentemente y a la luz de los hechos de los siguientes dos caóticos días, fue destruida para evitar incomodidades políticas en las provincias lambayecanas. Otro sería el tenor de El Peruano el 25 de julio, dictando medidas para afianzar el régimen de facto, y aún más distinto, sería el tenor de El Peruano del 27 de julio, después de la dantesca víspera.

El viernes 26.

En este mapa del centro de Lima, se pueden apreciar los escenarios del drama de julio de 1872: (A) Palacio de Gobierno; (B) Calle Pileta de la Trinidad, donde vivía Manuel Pardo; (C) Congreso de la República; (D) Estación de San Juan de Dios, donde fue victimado Silvestre Gutiérrez; (E) Iglesia de los Huérfanos, a donde fue trasladado su cadáver; (F) Cuartel de San Francisco, donde fue asesinado el presidente Balta; (G) Cuartel de Santa Catalina, última resistencia de Tomás Gutiérrez; (H) Plazuela de la Merced, donde se encontraba la botica "La Unión Peruana", en la que fue asesinado Tomás Gutiérrez. La línea naranja es el recorrido de Tomás Gutiérrez desde Santa Catalina hasta su final.
(Detalle del plano de Lima del Ing. Santiago M. Basurco hecho en 1904)

Amaneció el viernes 26 de julio de 1872. Temprano en la mañana, Silvestre Gutiérrez condujo tropas al Callao, regresó a Lima para informar que la situación estaba controlada, y volvió a salir hacia la estación del ferrocarril de San Juan de Dios (actual plaza San Martín). Llevaba quince mil soles y despachos en blanco para premiar la lealtad de sus subordinados. Caminó solo, haciendo gala de valor, a través de grupos hostiles que lo veían pasar en silencio. Pero al llegar a la estación, un grupo de exaltados decidió atacarlo. Ante los vivas a Pardo, el irritable Silvestre salió a la puerta de la calle Quilca, y disparó al grupo, que le respondió el fuego, hasta que una bala impactó en el lado derecho del cráneo de Silvestre. Cuando el coronel cayó, la turba se lanzó sobre su cadáver, dejándolo casi desnudo; un inglés Kilpatrick llevó el cadáver a la iglesia de los Huérfanos. Era cerca del mediodía.

Mientras tanto, Tomás Gutiérrez almorzaba en Palacio con el coronel Rosa Gil, abriendo la posibilidad de someterse al segundo vicepresidente, general Francisco Diez-Canseco, a cambio de quedar en libertad para retirarse del país con sus hermanos y los comprometidos que deseasen irse. Pero al llegar la noticia de la muerte de Silvestre, considerado como el brazo derecho de Tomás, la serenidad abandonó al dictador. Ya no podía abrigarse esperanzas en el arreglo pacífico ofrecido por Rosa Gil; lo único que quedaba era defenderse y lo primero que hizo Tomás, fue informar lo ocurrido a Marceliano, que estaba al mando de su batallón en el cuartel San Francisco, custodiando al depuesto presidente Balta.

Y es en este momento, que surge una de las grandes preguntas de aquel día terrible. Marceliano formó a su batallón Zepita, y marchó a Palacio para reunirse con Tomás. Los testimonios coinciden en señalar que Marceliano ya había salido con su batallón, cuando se escucharon detonaciones en el interior del cuartel: en esos momentos, el mayor Narciso Nájar, el teniente Juan Patiño y el capitán Laureano Espinoza ingresaron a la habitación en la que el depuesto presidente Balta dormía después de almorzar y lo acribillaron a balazos. Producto de los impactos, el cadáver cayó del catre. Según la autopsia practicada, el cadáver del presidente exhibía once heridas, diez de armas de fuego disparadas a bocajarro y un bayonetazo en el cuello; la muerte debió ser instantánea y el bayonetazo fue para cerciorarse del deceso. No hubo tiempo a los auxilios médicos o religiosos que algunos testigos afirmaron luego.

El asesinato del presidente José Balta en la habitación donde estaba prisionero.
(grabado inserto en la obra Revolución de Lima)

Los asesinos del presidente afirmaron luego que actuaron por órdenes de Marceliano, y ello sirvió a Nájar y Patiño para eludir la pena de muerte usando dichas supuestas órdenes como atenuante; Espinoza había sido condenado a prisión debido a que no llegó a disparar contra el presidente. Pero habría que tener en consideración que Nájar era enemigo personal del coronel Balta, desde 1854, en que el futuro presidente, jefe entonces del batallón Yungay, hizo flagelar duramente al entonces sargento Nájar. Por otro lado, existen testimonios en el sentido que Marceliano Gutiérrez había insistido en deportar a Balta, propósito que no se había realizado por retraso del barco respectivo. El mismo Tomás Gutiérrez, al momento de ser detenido, se sorprendió: "¿Cómo? Habrá sido asesinado por la tropa"; ello indicaría que, o Marceliano no se atrevió a contar el crimen a su hermano, cosa dudosa dada la subordinación entre hermanos, o que tampoco Marceliano tenía conocimiento del asesinato de Balta. Pero el secretario general Fernando Casós, afirmó que presentó verbalmente su renuncia a Gutiérrez al enterarse del asesinato del presidente, y se asiló en la legación ecuatoriana, tras redactar su renuncia en la misma puerta de la legación. Así pues, quizá nunca sepamos a ciencia cierta si los Gutiérrez dieron o no la orden de asesinar al presidente.

Funerales del presidente Balta el 31 de julio de 1872.
(Biblioteca Nacional del Perú)

Lo que sí sabemos es lo que ocurrió luego. Marceliano y Tomás Gutiérrez se dirigieron con el batallón Zepita al fuerte de Santa Catalina, donde estaba Marcelino con su batallón. Allí, se habría producido una discusión entre los hermanos sobre el rumbo a tomar, marchando Marceliano y su batallón al Callao. Nunca más volverían a verse: Marceliano fue muerto mientras intentaba girar los cañones de la fortaleza del Real Felipe hacia la población. Una versión sostiene que el tiro fatal partió del pueblo; otra sostiene que le disparó un sargento apellidado Fernandini, muerto en el acto por los leales al coronel.

Barricada en las cercanías del cuartel de Santa Catalina.
(grabado inserto en la obra Revolución de Lima)

El dictador había dejado Palacio de Gobierno a cargo del prefecto Darío Navarro, pero tras un corto tiroteo, a eso de las cinco y treinta de la tarde, Navarro rindió sus fuerzas de celadores al segundo vicepresidente, general Francisco Diez-Canseco. Diez-Canseco ordenó buscar y traer al primer vicepresidente, coronel Mariano Herencia Zevallos, quien en el acto lo nombró ministro de Guerra. Mientras tanto, la población hostil al golpe había formado barricadas alrededor de Santa Catalina, rodeando a Tomás y Marcelino; se temía un ataque de las tropas a Palacio, y a las nueve de la noche, una violenta salida de las tropas de Santa Catalina, pareció corroborar ese temor. En realidad, sin agua o luz, y con las municiones agotándose, la salida servía para permitir el escape de Tomás y Marcelino, vestidos de paisano. Se separarían en la esquina del cuartel; Marcelino logró asilarse en una casa amiga, mientras que Tomás tomó otra ruta que le fue fatal.

Acompañado por su ayudante Corrales y embozado en una capa, Tomás Gutiérrez intentó esquivar las calles céntricas, cuando topó con una partida al mando del coronel Domingo Ayarza, que lo reconoció a pesar que Tomás lanzó un viva a Pardo. Sin mayor resistencia, el fallido dictador entregó su arma a Ayarza, pidiendo ser llevado a la casa de Francisco Diez-Canseco en la calle Boza (actual cuadra octava del Jirón de la Unión). Había sido Jefe Supremo de la República por cien horas.

Ayarza testimonió luego, que "en los momentos que nos dejaban tranquilos las gentes que nos rodeaban me dijo con tono de arrepentimiento: 'He hecho esta salvajada: pero cualquiera otro en mi situacion, habria hecho lo mismo: todos los jefes y oficiales han estado comprometidos.' Que mas tarde me dijo: 'Sé que ha muerto mi hermano Silvestre;' á lo que le respondi: 'Si; pero tambien ha sido asesinado el Presidente:' '¡como!' esclamó al parecer sorprendido '¿habria sido asesinado por la tropa'? No, le repuse; quien le ha asesinado es Marceliano tu hermano: á esta respuesta bajo la cabeza, y siguió en silencio hasta que nos separamos".

Poco más adelante, tras avanzar en medio de gritos y disparos de una creciente turba furiosa, en la esquina de Espaderos (quinta cuadra del Jirón de la Unión) y Plateros de San Pedro (primera cuadra del Jirón Ucayalí), Ayarza entregó al prisionero al capitán de navío Lizardo Montero, destacado dirigente del civilismo, y se dirigió a Palacio a informar a Herencia Zevallos. Montero apenas pudo avanzar una cuadra, pues en la plazuela de la Merced, se concentró una caldeada multitud dispuesta a no dejar pasar a Gutiérrez (el que era llevado de los brazos por Daniel Nieto y por un francés que se decía su amigo); el marino no pudo aplacar a la turba, que incluso empezó a pedir por su cabeza, por lo que al final, volvió grupas hacia la Plaza Mayor, dejando al prisionero a su suerte.

El boticario Francisco Esteban Valverde, propietario de la botica "La Unión Peruana", intentó socorrer al fallido dictador haciéndole entrar en su establecimiento a fin que pudiera salvarse por la puerta falsa. Pero Tomás Gutiérrez ya no podía casi caminar, pues "se hallaba poseido de una fuerte convulsion nerviosa у de un frio general en su cuerpo", quejándose que ya no podía más y que nada traía: "hasta el reloj que traía me lo ha quitado este francés de la vuelta amigo mio". Lo escondieron en un baño lleno de cajones. La turba, detenida en la puerta por Valverde y otras personas, se abrió paso por la puerta falsa, encontró a Tomás Gutiérrez en el baño y una descarga lo mató instantáneamente. Valverde recordaría luego: "Hasta ese momento creia yo que ya habria salvado el general, y en esa persuacion decia á los que se precipitaban en el establecimiento que nadie habia ya dentro, cuando vi que sacaban al general arrastrado de dentro de las habitaciones, y con disgusto presencié que algunas personas decentes, le dispararon tiros despues de muerto; otros tomaban los frascos y se los tiraban á la cara". El cadáver fue arrastrado, baleado y acuchillado; un individuo sableó el pecho de Tomás Gutiérrez, gritándole "¡Dictador! ¡querias banda, toma banda!". Eran algo más de las diez de la noche.

Los cadáveres de Tomás (colgado más alto) y Silvestre Gutiérrez colgados de las torres de la Catedral de Lima la mañana del 27 de julio de 1872; en esa fotografía se inspiró la célebre fotografía editada que muestra los cadáveres de un tamaño desproporcionado a fin de hacerlos notar.
(fotografía publicada por Pedro Felipe Cortázar en la colección Documental del Perú, 1966)

Un grupo de exaltados se dirigió a la iglesia de los Huérfanos por el cadáver insepulto de Silvestre para unirlo con el de Tomás; ambos fueron arrastrados hacia la Plaza Mayor, donde fueron colgados en dos farolas. A las cuatro de la madrugada, el vicepresidente Herencia Zevallos ordenó que fueran descolgados y colocados en la prevención de la puerta principal de Palacio. A eso de las ocho de la mañana, surgió el grito de colgar a los Gutiérrez de las torres de la Catedral, entonces llena de andamios por reparaciones. La escasa guardia de Palacio no pudo o no se atrevió a oponerse a la turba, que colgó a ambos hermanos de las torres.

Cincuenta años después, Faustino Silva recordaría con disgusto lo ocurrido: "El cadáver de Silvestre conservaba el calzoncillo puesto y tenía el frente hacia la plaza; el de Tomás sin ninguna ropa, como ya he dicho, por el modo como le habían puesto la soga en el cuello tendía a dar la espalda a la plaza, por lo que un muchacho que estaba encaramado en una claraboya inmediata, empujaba el cadáver con un palo, como medio de obligar al cuerpo a dar frente a la plaza; detalle que no olvido por la impresión que me causó; el comentario del pueblo a cada vuelta del cadáver, no es para repetirse".

Hacia el mediodía, después de echar con cajas destempladas a un grupo de frailes dominicos que intentaban apaciguar a la turba, se escucharon los gritos de quemar a los Gutiérrez. El cadáver de Silvestre fue bajado lentamente, mientras que el cadáver de Tomás fue dejado caer de golpe, estrellándose contra las baldosas. Con leña sacada de una panadería de propiedad de Silvestre, los cadáveres fueron incinerados. El viajero italiano Perolari Malmignati diría que hubo negros ebrios que comieron de las carnes asadas; el testigo Faustino Silva rechazaría esa versión afirmando que el calor de la hoguera fue tal que habría sido "imposible aproximarse ni a dos metros de distancia". La hoguera fue avivada en la tarde para echar el cadáver de Marceliano, exhumado de la fosa común del cementerio de Bellavista. Al anochecer, todo había concluido.

El cadáver de Marceliano Gutiérrez arrastrado desde la estación del ferrocarril hacia la Plaza Mayor.
(grabado inserto en la obra Revolución de Lima)


Al día siguiente, 28 de julio, Manuel Pardo, virtual candidato ganador en las elecciones, retornó a Lima, siendo recibido apoteósicamente. Desde los balcones de su casa, lanzó un breve discurso al pueblo de Lima:

"¡PUEBLO DE LIMA!

Habeis realizado una obra terrible pero una obra de justicia. Despues de un año de sufrimientos, de persecucion y de abusos sin cuento, en un solo dia habeis castigado a los miserables que, con mano criminal, profanaron el arca santa de nuestras leyes. Las manifestaciones de que soy objeto en este instante, no las recibo sino como el hombre representante de un partido, que ha sido el blanco de las persecuciones del poder y de vejaciones de todo género.

Subo al mando por la voluntad del pueblo; y aquellos tres cadáveres que se ostentan frente à nuestra Metropolitana, envuelven una tremenda leccion que no olvidaré jamas!

Colocado en el poder, lo habré sido por el pueblo, y si él me eleva, tambien él sabrá sostenerme: mi gobierno será el vuestro y vuestros brazos serán mis defensores!"

Desembarco de Manuel Pardo en el Callao el 28 de julio de 1872.
(grabado inserto en la obra Revolución de Lima)

Fue en tal espiral de violencia que el primer vicepresidente, coronel Mariano Herencia Zevallos, asumió el mando para completar los días que faltaban al gobierno de Balta. Dio medidas para avanzar el proceso contra los asesinos de Balta y contra los funcionarios que se unieron al golpe, y acató la decisión del Congreso que el 1° de agosto de 1872, proclamó presidente electo a Manuel Pardo, quien asumiría su expectante gobierno al día siguiente.

Coronel Mariano Herencia Zevallos, vicepresidente encargado del mando.
(Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia)

El juicio histórico ha sido contundente en cuanto a condenar tanto el golpe de los hermanos Gutiérrez, como la orgía sangrienta que se vivió el 26 de julio de 1872. Lejos estamos de romantizar los hechos de julio de 1872 como la lucha de un pueblo justiciero frente a la tiranía militarista. Tampoco podemos caer en el extremo de considerarla el estallido de una turba delincuencial azuzada a los peores extremos. Sin duda, se mezclaron en esa multitud, desde personas que condenaron el golpe, a los agitadores y propagandistas favorables al civilismo, y a la población desempleada y incómoda ante los problemas del costo de vida (que José Gálvez Barrenechea, en conversaciones con Jorge Basadre, llamaría "hampa ferrocarrilera").

Y es que como apuntaría Emilio Romero, “Como el Perú se convirtió en monoproductor de guano, todas sus demás actividades se redujeron al mínimum. En consecuencia, el renglón de importaciones creció en forma gigantesca. El Perú, que había sido clásicamente un productor que abastecía de alimentos a su población y aun a otros países, debió convertirse en país importador de alimentos. [...] Además, la inflación monetaria causada por los grandes empréstitos y las emisiones de billetes bancarios habían producido un alza tremenda de precios, haciendo difícil y casi imposible el costo de la vida. Este hecho no es mencionado ni advertido por los historiadores generales, quienes solamente observan el brillo político de los generales o mariscales y la trascendencia de sus obras públicas, sin mencionar las grandes tragedias del pueblo".

Margarita Giesecke dedicó un amplio estudio a los hechos de 1872, concluyendo que dada la naturaleza paternal de la sociedad peruana, existió una alianza coyuntural entre la élite civilista y el pueblo, donde unos encauzaron la ira de los otros por la situación socioeconómica para lograr el derrocamiento de los Gutiérrez, sin calcular lo lejos que podría llegar un sector cuya agresividad fue liberada por la declaración del Congreso.

Coronel Tomás Gutiérrez, Jefe Supremo de la República en julio de 1872.
(Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia)

"Un creyente" cerraría su opúsculo con las siguientes palabras, de las que aún existen enseñanzas válidas a 150 años de distancia:

"Entretanto, del fondo del cuadro que acabamos de bosquejar, tomado de los hechos ocurridos en las jornadas del 26 y 27 de Julio, se destaca el cadáver de un personaje respetable para el pais entero por el puesto que ocupaba y muy particularmente para los que le dieron muerte. Ese cadáver es una gran enseñanza para los que mandan.

La política tortuosa é insegura que observó el Coronel Balta, preparó la revolucion que trajo en pos de sí su asesinato. ¡Cuán cierto es, que nadie puede preveer hasta donde llevará á un gobernante un paso falso!

Nosotros vemos la enseñanza y el ejemplo en el sacrificio de esta víctima... las cuerdas que sostuvieron los cadáveres de los Gutierrez, y la hoguera que los convirtió en cenizas, no evitarán las revoluciones, sino que harán mas cautos y precavidos á los revolucionarios.

Empero, esas cuerdas y esa hoguera, hacen temer mucho que se realize una vez mas este vaticinio de un ilustre publicista: el porvenir de la corrupcion es la barbarie.

¡Dios nos salve!"

FUENTES CONSULTADAS.

  • Arosemena Garland, Gerardo (1945). El coronel José Balta 1814-1872. Lima: Imprenta del Ministerio de Guerra.
  • Basadre Grohmann, Jorge (2005). Historia de la República del Perú 1822-1933 (tomos 6 y 7). Lima: Editora El Comercio.
  • Dávalos y Lissón, Pedro (1926). La primera centuria: causas geográficas, políticas y económicas que han detenido el progreso moral y material del Perú en el primer siglo de su vida independiente (tomo IV). Lima: Librería e Imprenta Gil.
  • Diario Oficial El Peruano – año 1872.
  • Diez Canseco, Ernesto (1950). Los generales Díez-Canseco: episodios históricos. Lima: Imprenta Torres Aguirre.
  • Fuentes, Manuel Atanasio (1876). Repertorio judicial (tomo II). Lima: Imprenta del Estado.
  • Giesecke, Margarita (1978). Masas urbanas y rebelión en la historia. Golpe de Estado: Lima 1872. Lima: CEDHP.
  • González Prada, Manuel (1938). Figuras y figurones. Manuel Pardo - Piérola - Romaña - José Pardo. París: Tipografía de Louis Bellenand et Fils.
  • Mc Evoy, Carmen (2017). La utopía republicana: Ideales y realidades en la formación de la cultura política peruana 1871-1919. Lima: Fondo Editorial de la PUCP.
  • Quiroz, Alfonso W. (2013). Historia de la corrupción en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
  • Romero, Emilio (2006). Historia económica del Perú. Lima: Fondo Editorial de la UNMSM.
  • Seoane, Guillermo (1873). La revolución de julio. Lima: Imprenta de "El Nacional".
  • Silva, Faustino (1927). La revolución de los Gutiérrez en julio de 1872. Lima: Imprenta C. Ruiz.
  • "Un creyente" (1872). Las Jornadas del 26 y 27 de julio. Reflexiones acerca de las causas y consecuencias de los horrores cometidos en estos memorables días. Lima: Imprenta de La Patria.
  • Varela, Héctor Florencio (1872). Revolución de Lima: reseña de los acontecimientos de julio. París: Imprenta Hispano-Americana.
  • Vargas Ugarte, Rubén (1971). Historia general del Perú (tomo IX). Lima: Editorial Milla Bartres.