Blog dedicado al estudio de temas constitucionales e históricos, enfocados dentro de la realidad del Perú.

martes, 27 de diciembre de 2011

Lambayeque en 1863 (II)

III
Entre 1820 y 1840, Lambayeque formaba parte del departamento de La Libertad, pero su situación se mantuvo en un punto muerto por la profunda desarticulación interna de la economía peruana tras las guerras de independencia y la consolidación nacional. Sin embargo y a pesar de la creación de la Aduana de Lambayeque en 1827 y de la Beneficencia Pública en 1836, la ciudad inició una lenta e irremisible decadencia, que comenzó en 1828, cuando a causa del fenómeno del Niño, el cual ya había afectado a la ciudad en 1791 y en 1815, las lluvias torrenciales y el desborde del río entre el 14 y 16 de marzo, inundaron la ciudad de Lambayeque destruyendo numerosas viviendas, perdiéndose grandes extensiones de terrenos cultivables, agravándose la situación con el terremoto del 30 del mismo mes, lo que empobreció a la población dando lugar a que se entablase numerosas demandas por deudas y a que lo poco que se podía recaudar como contribuciones se invierta en la provincia. Las constantes levas hacían más difícil el cobro de los impuestos, pues los tributantes abandonaban sus hogares, huyendo para no ser levados. Para colmo, los pocos efectivos del orden no podían tampoco dar seguridad a los pueblos apartados, muestra de la desorganización inicial de la República.
Tras el desastre, la importancia de Lambayeque empezó a decrecer en provecho del pequeño pueblo de Chiclayo, que se convirtió en el nuevo eje regional, con la cual comenzó una rivalidad que duró a lo largo del siglo XIX, y que se expresaba en detalles como la filiación política, pues si Lambayeque apoyaba a un determinado caudillo (Santa Cruz en 1836, Vivanco en 1856 y Prado en 1867), los chiclayanos apoyaban al caudillo opuesto (Salaverry en 1836, Castilla en 1856 y Balta en 1867). La rivalidad incluso llegó a aflorar en devociones religiosas como en mayo de 1834, durante la fiesta de San Isidro en Chiclayo, llegando el Gobierno al extremo de enviar batallones para controlar el orden entre ambas ciudades (1853). En medio de las vicisitudes del breve gobierno del general Felipe Santiago Salaverry, gracias a las gestiones de José Leonardo Ortiz, en abril de 1835, se elevó a Chiclayo a la categoría de Ciudad y se creó la creación de la provincia de Chiclayo, medida confirmada por el gobierno restaurador del mariscal Agustín Gamarra en marzo de 1839.
En el censo de 1853, Lambayeque contaba con 8551 habitantes, lo que indica, al margen de las deficiencias metodológicas, que la población disminuyó en un 28,88% con respecto al censo de 1784, confirmando la decadencia lambayecana y el creciente empuje chiclayano. Además, a mediados del siglo XIX los nuevos buques de vapor exigían mejores puertos que el Puerto Mayor de San José (la antigua Santa Rosa de Lambayeque), por lo que paulatinamente Pimentel y Eten, puertos de la provincia de Chiclayo, pasaron a ser los puertos de desembarque y embarque de mercaderías, lo que se consolidaría en los años 1870 con las empresas ferroviarias y portuarias de Eten y Pimentel.
Pero pese a ello, se vislumbraban expectativas de recuperación para Lambayeque. El arroz, como en los tiempos virreinales y como en la actualidad, formaba parte integral de la economía lambayecana. Lo mismo sucedía con el azúcar. Hacia 1875, de las 235 plantaciones de caña de azúcar a nivel nacional, 62 plantaciones estaban en la nueva provincia de Chiclayo y 29 en la provincia de Lambayeque. Además, el estanco chileno del tabaco se proveía en Lambayeque, hasta su supresión en 1872, y la casa Delgado Hermanos e Hijos cultivó tabaco en las haciendas de Batán Grande y La Viña, y en Motupe, manteniendo la posesión de estos contratos hasta 1869, tras lo cual cesaría el cultivo del tabaco en Lambayeque, perdiéndose tan lucrativa industria.
En enero de 1868, las fuerzas del coronel José Balta triunfaron sobre las tropas del gobierno del coronel Mariano Ignacio Prado en Chiclayo. Como si eso no fuera suficiente, poco después estalló la terrible epidemia de fiebre amarilla, que diezmó a Chiclayo y a los pueblos vecinos. Pero increíblemente y pese a ser un lugar rodeado de charcas y lagunas de agua estancada propicias para desarrollar miasmas palúdicos y malas condiciones sanitarias, Lambayeque “no fue atacada por la fiebre amarilla que grasaba en todas las poblaciones situadas en sus alrededores; y si hubo algunos enfermos fueron personas que trajeron el mal de fuera”. La escasez de víveres llegó a un extremo desesperado en Chiclayo: el queso, el trigo, las papas, la carne y demás productos de la sierra faltaron, pues los pobladores de esa región se abstenían de bajar a la costa, por miedo a enfermarse, lo que favoreció que algunos comerciantes acapararan alimentos y se hicieran ricos. Pese a la epidemia, Raimondi comentaría en 1868, que en Lambayeque se observaban muestras de una antigua opulencia, pero que "si actualmente Chiclayo progresa todos los días, Lambayeque va al contrario, decayendo un poco; se diría que la primera población le absorbe toda su vida; aún su principal industria, la fabricación de jabón, tan floreciente en el siglo pasado, está actualmente abatida..."
Pero faltaba la estocada final: en marzo de 1871, un devastador Fenómeno del Niño, selló la decadencia de Lambayeque, otrora rica, ostentosa y señorial, digna émula de Trujillo y Piura. No en vano el sabio Raimondi dijo que “la población de Lambayeque tiene en el río que la baña, su ruina y su sentencia de muerte, hallándose amenazada casi todos los años por inundaciones”. La noche del 13 de marzo, las aguas inundaron la ciudad y convirtieron literalmente en canales las calles de la ciudad, registrándose en los muros de la Iglesia de San Pedro, un “Hasta aquí llegaron las aguas el 71”: 1 metro y 10 de altura. Las consecuencias de la inundación de 1871 fueron terribles: se perdieron las cosechas, la tierra se convirtió en pantanos, y los caminos se hicieron impracticables. De tal forma que cuando el 1º de diciembre de 1874, el presidente Manuel Pardo creó el departamento de Lambayeque, la capitalidad del departamento pasó a Chiclayo, que así ganó definitivamente la puja con Lambayeque sobre la capitalidad del antiguo partido de Saña.
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Fue en este ambiente de decadencia de esta ciudad, originalmente una reducción indígena, luego una opulenta villa colonial, donde pasó sus primeros años de vida, quien sería el presidente que gobernó más tiempo en el Perú: Augusto B. Leguía.

BIBLIOGRAFÍA
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REBAZA, N. Anales del Departamento de la Libertad en la Guerra de la Independencia. Editorial EDIGRAFI. Trujillo, 1971.

Lambayeque en 1863 (I)

Hoy, 27 de diciembre, se conmemora un aniversario más del grito de independencia, que haría que Lambayeque fuese declarada "Benemérita" por el Primer Congreso Peruano. Estos párrafos son parte de un trabajo efectuado sobre Augusto B. Leguía, donde describe tanto el origen, apogeo y decadencia de Lambayeque entre los siglos XVI y XIX, y sirvan como mi conmemoración de esta fecha.

En 1863, la ciudad norteña de San Pedro de Lambayeque, conservaba aun su aire colonial. Al norte de la ciudad corría el río, llamado Faquisllanga en los tiempos prehispánicos, conocido actualmente como Chancay o de Lambayeque, mientras que al sur corre una vertiente del mismo, y más al sur, al costado del camino a Chiclayo un campo de dunas con amplia vegetación, como eucaliptos, molles y algarrobos. Al norte, atravesando el río, existía (y aún existe) una pampa semidesértica en el camino a la cercana localidad de Mochumí. La ciudad estaba rodeada por vastas extensiones de bosques secos ecuatoriales, cuya vegetación estaba compuesta de especies adaptadas a las duras condiciones del norte del Perú, como los algarrobales y los ceibales. En esos bosques, pastaban rebaños productores de lana y sebo.
La Plaza mayor o principal, era limpia y cuadrada, con una antigua pileta en el centro. Seguramente tenía alguna arboleda, mayor que la de los años coloniales, en los cuales, la Plaza servía para los ejercicios militares de las milicias locales. Desde 1791, para las fiestas navideñas, aproximadamente hasta los años 1880, la Plaza se adornaba con “toldos”, es decir, con “cuartos o salones amplios, improvisados con palos y cañas, petates, esteras, etc., forrados en madapolán o picardía (ricos géneros blandos de la época) y llenos de billares u otros juegos (bolos, trucos, etc.) y de mesas para exhibir las viandas, despacharlas y comerlas”, todas “encendidos como ascuas, por un cúmulo de luces y farolillos de color”.
A la plaza la rodeaban las calles San Roque (hoy Dos de Mayo; cuyas cuadras tenían distintas denominaciones como del Río, del Cabildo y de la Aduana), del Comercio (hoy Ocho de Octubre; en la época colonial llamada de los Mercaderes y en 1825 de la Independencia), Ña Medina (hoy Atahualpa; su nombre se debía a dos vecinas propietarias de dos solares en dicha manzana, doña Teodora y doña Teresa Medina y Búcaro, descendientes de una familia avecindada en Lambayeque tras la ruina de Saña) y San Isidro (hoy Simón Bolívar; continuación de la recta de Alto Perú). En el perímetro de la plaza estaban, partiendo desde la esquina de San Roque y Escribanos, la Municipalidad, la Aduana en la siguiente cuadra, varias casonas particulares como las de los Leguía, los Iturregui y los Salcedo completaban el perímetro, hasta llegar por último y no menos importante, a la Iglesia de San Pedro.
Los arrabales estaban al oeste y al este, alrededor de la ciudad. El centro de la ciudad estaba lleno de casonas solariegas. Estas casonas estaban hechas de materiales tradicionales: adobe en el primer piso y quincha en el segundo. La mayoría de las casonas tenían dos pisos con balcones y enrejados, de los que actualmente quedan muy pocas muestras. Al este de la plaza existe una colina que era cruzada por la calle conocida como Alto Perú (hoy Bolívar).
En la Plaza, se vendían todos los días los productos producidos por los poblados aledaños. Los pescadores de San José vendían róbalos, tollos y rayas, pescados en sus caballitos de totora. De Chongoyape, se traía cacao y café. Desde Illimo llegaban las vivanderas que ofrecían la densa chicha contenida en odres. De las huertas de Jayanca, se traían los racimos de uvas en canastos de carrizo. Los arrieros de Olmos traían tamarindo de Piura, brea de Amotape, azufre de Sechura, y paja toquilla que los balseros paiteños obtenían en Guayaquil. Los comerciantes de San Pedro de Lloc exhibían oloroso anís de Paiján, lana de ovejas cajamarquinas y añil de Costa Rica. Los habitantes de la cabecera de la sierra traían trigo, cebada y papa seca. Los indígenas de Catache, y los brujos de Salas ofrecían medicinas para todo tipo de males.
Importantes eran también la recta de San Antonio, Santa Catalina (también conocida como de la “mano peluda”, en cuya esquina con San Roque, se hallaba la Casa de la Logia, de importante papel en la independencia de Lambayeque), de la Gallera (conocida a inicios del siglo XX como Mariano Pastor Sevilla, hoy llamada José de San Martín), del Mercado, Callejón Rojo, de doña Rosa Cotera de los Ríos, del Correo y del Molino, todas las cuales formaban una sola recta, que desde 1866 sería llamada Constitución (sería en el siglo XX que llegaría al actual nombre de Miguel Grau); Chancay (llamada así por conducir a las chacras del valle de Chancay, actualmente llamada Francisco Bolognesi), del arrabal de Vulcano (hoy Juan Manuel Iturregui), Tres Cruces (hoy Junín), de la Ladrillera (hoy 28 de julio), del Palmo (hoy Huáscar) y Tancún (hoy Emiliano Niño).
Desde cualquier calle se podía contemplar la torre octogonal de la Iglesia de San Pedro, donde el maestro trujillano Nicolás Zevallos colocaría en 1864 un reloj donado por don Manuel Salcedo. La construcción de la Iglesia de San Pedro había empezado en 1563 y tras haber sido afectada por el fenómeno del Niño de 1720, fue refaccionada, siendo concluida en 1739. La Iglesia contaba con 3 puertas de arco, que aun existen. La principal tiene a sus costados una columna con pedestal, sosteniendo un frontón inconcluso, en cuyo centro superior existe una ventana. La Iglesia era magnífica por dentro: su altar mayor (el segundo en su historia) estaba hecho de pan de oro, que se perdería en un incendio en 1891.
Al costado de la Iglesia, formando una calle lateral, se alineaban las capillas de San Francisco, Santa Catalina, San Roque y Santa Lucía, parroquias autónomas, existentes desde inicios del siglo XVII. Durante la República, Santa Catalina y Santa Lucía fueron rematadas, sobreviviendo San Roque y San Francisco, funcionando sus pilas bautismales hasta 1863 en que San Pedro quedó como única parroquia local. En la actualidad, de las antiguas capillas laterales, sólo se conserva la capilla de San Francisco, la cual está siendo refaccionada, y la fachada de la capilla de Santa Catalina, la cual se encuentra tapiada.
Los vecinos eran gente honesta, trabajadora: eran comerciantes nacionales y extranjeros, labradores y artesanos. Había una mayor cantidad de indígenas, seguidos por los mestizos, los pardos, los blancos y los negros. Incluso había varios consulados, como el italiano y el norteamericano, situados en las Casa Descalzi y Montjoy respectivamente. En la zona este de la ciudad se hallaba el Hospital de Belén, fundado en 1781. Además algo alejadas de la ciudad, se hallaban las “tinas” donde, en tiempos coloniales, se fabricaba jabón y se curtía cuero.
I
El nombre antiguo de la ciudad fue Yampallec, pero los españoles la llamaron Lambayeque cuando pasaron por allí a fines de octubre de 1532. Al efectuarse los primeros repartimientos, Lambayeque estuvo asignado al conquistador Juan de Barbarán y San Pedro, personaje muy cercano al Marqués Pizarro, hasta el punto que fue quien enterró los restos del Conquistador, casi a escondidas, aquella trágica noche del 26 de junio de 1541. Fundada en la segunda mitad del siglo XVI, en una fecha que no ha llegado hasta nosotros, aunque la tradición la ubica en 1553, San Pedro de Lambayeque era sólo una reducción indígena, una urbe de adobes, con techos de vigas de sólida madera de algarrobo.
Es a partir del siglo XVII que Lambayeque se convierte en una urbe española, con las calles partiendo de una plaza. El saqueo de la opulenta ciudad de Saña por el pirata Davis en 1686 y su destrucción por una inundación en 1720, llevaron a su abandono por las autoridades y pobladores en provecho de Lambayeque. En 1784, según el Obispo Martínez de Compañón, Lambayeque contaba con 12,024 habitantes, contando con más de 50 tinas y trapiches con importantes volúmenes de producción, contando con el importante puerto de Santa Rosa de Lambayeque. La población estaba conformada por habitantes de diferentes etnias: españoles, mestizos en menor cantidad, indígenas, negros esclavos, mulatos y zambos.
La importancia de Lambayeque era tal, que tras la creación de las intendencias en 1781, entró a formar parte de la intendencia de Trujillo como cabeza del partido de Saña, que abarcaba los valles de La Leche (o Motupe), Chancay (con sus tres vertientes: canal Taymi, Lambayeque y Reque) y Saña. La Corona se preocupó por promover el desarrollo de la ciudad, fundando instituciones como el Colegio del Príncipe y el Hospital de Belén, que sólo estaban en ciudades importantes.
La principal riqueza lambayecana era la agricultura, favorecida gracias a un suelo feraz. Sus variados frutos alimentaron en tiempos coloniales un comercio constante y frecuentado con los importantes mercados de Lima, Guayaquil, Panamá y Chile. La importancia de Lambayeque llamó la atención de los virreyes y por ende, del gobierno de la metrópoli que dirigía una protección que, aunque mal dirigida por la doctrina económica de la época, el mercantilismo, “no era por ello menos solícita y casi paternal” en palabras de Manuel Pardo, siendo disculpable era que la corona española estancara el tabaco y reglamentara la industria de los cordobanes.
Después del tabaco, del arroz y del azúcar, el principal movimiento agrícola y comercial que se realizaba era la cría y engorde del ganado vacuno y cabrío para el que los algarrobales y prados naturales de la zona daban ancho campo. Pero no quedaba aquí el movimiento comercial de la zona. Aunque no tan extensa como las anteriores, no era menos importante la industria de tejidos tanto de paja como de algodón. Entre los primeros figuraban los sombreros y los petates. El cultivo del algodón servía apenas para el tejido local.
II
Al iniciar el siglo XIX, Lambayeque fue uno de los principales focos de insurrección patriota. El caudillo de los patriotas en Lambayeque fue Juan Manuel de Iturregui y Aguilarte, quien en 1820 era Alcalde de españoles y Coronel de las Reales Milicias de Ferreñafe, con la cooperación de su hermano José Ignacio; de Antonio López Vidaurre, Alcalde de Primera Nominación; de Melchor Sevilla, Alcalde de Segunda Nominación; del síndico procurador Mariano Quesada y Valiente; del coronel de milicias Juan del Carmen Casós; del capitán de milicias Pascual Saco Oliveros, de los hermanos José, Santiago y Romualdo de Leguía y Meléndez, y de numerosos ciudadanos, cuyos nombres se pueden leer en la actualidad en cuatro piletas de mármol en cada esquina de la Plaza de Armas de Lambayeque, llamada precisamente “27 de diciembre”.
Es punto de controversia entre los lambayecanos y los trujillanos, qué población juró primero la independencia. Los lambayecanos sostienen que lo hicieron el 27 de diciembre de 1820, es decir dos días antes que los trujillanos, existiendo varias evidencias documentales que lo confirmarían, aunque el memorialista liberteño Nicolás Rebaza sostenga lo contrario, afirmando que el Acta del 27 se firmó en secreto, haciéndose pública recién después de recibir el aviso de la proclamación en Trujillo el 29.
El hecho es que el 27 de diciembre, desde tempranas horas, llegaron a Lambayeque, las milicias de Ferreñafe a órdenes del capitán Baltasar Muro, un grupo de patriotas chiclayanos al mando de José Leonardo Ortiz, y milicianos de los pueblos cercanos, que sumados a los patriotas lambayecanos, podían derrotar fácilmente a las dos compañías de Dragones, las cuales, compuestas por 84 hombres al mando del sargento mayor Antonio Gutiérrez de la Fuente se atrincheraron en el local de la Aduana. Esa noche y tras la conminación de Pascual Saco, quien ingresó solo y desarmado a la Aduana, los Dragones se rindieron, permitiéndose su retirada a Trujillo, evitando un inútil derramamiento de sangre, tras lo cual el Cabildo, ya con el Acta firmada en la casa de don Melchor Sevilla (actual esquina de 8 de Octubre y Bolívar, detrás de la Iglesia de San Pedro), juró la libertad, proclamando la independencia de Lambayeque. El 31 de diciembre, tras enterarse de los hechos de Trujillo, se volvió a jurar la independencia en dos actos: uno, más popular, en las primeras horas de ese día, en la casa del síndico Quesada y Valiente, y otro, de carácter más protocolar, horas más tarde, en el Cabildo. Pocos días después, el 14 de enero de 1821, se proclamó solemnemente la independencia.
Los patriotas reunieron dinero para ayudar al general don José de San Martín y su ejército en Huaura, y formaron dos escuadrones de 800 hombres al mando de Iturregui y de Pascual Saco Oliveros, tropas que serían la base para el Regimiento de Coraceros del Perú, que instruidos por el comandante tarapaqueño Ramón Castilla, fueron llamados Húsares del Perú y que tras decidir la victoria peruana en la batalla de Junín en agosto de 1824, serían llamados Húsares de Junín. Antes, Torre Tagle dio a Lambayeque el título de Ciudad por Decreto del 15 de junio de 1822, y por ley de 18 de diciembre de 1822, el Primer Congreso Constituyente concedió a Lambayeque el apelativo de Generosa y Benemérita por “haber dado el ejemplo a los demás pueblos del Departamento al proclamar la Independencia.