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martes, 27 de diciembre de 2011

Lambayeque en 1863 (I)

Hoy, 27 de diciembre, se conmemora un aniversario más del grito de independencia, que haría que Lambayeque fuese declarada "Benemérita" por el Primer Congreso Peruano. Estos párrafos son parte de un trabajo efectuado sobre Augusto B. Leguía, donde describe tanto el origen, apogeo y decadencia de Lambayeque entre los siglos XVI y XIX, y sirvan como mi conmemoración de esta fecha.

En 1863, la ciudad norteña de San Pedro de Lambayeque, conservaba aun su aire colonial. Al norte de la ciudad corría el río, llamado Faquisllanga en los tiempos prehispánicos, conocido actualmente como Chancay o de Lambayeque, mientras que al sur corre una vertiente del mismo, y más al sur, al costado del camino a Chiclayo un campo de dunas con amplia vegetación, como eucaliptos, molles y algarrobos. Al norte, atravesando el río, existía (y aún existe) una pampa semidesértica en el camino a la cercana localidad de Mochumí. La ciudad estaba rodeada por vastas extensiones de bosques secos ecuatoriales, cuya vegetación estaba compuesta de especies adaptadas a las duras condiciones del norte del Perú, como los algarrobales y los ceibales. En esos bosques, pastaban rebaños productores de lana y sebo.
La Plaza mayor o principal, era limpia y cuadrada, con una antigua pileta en el centro. Seguramente tenía alguna arboleda, mayor que la de los años coloniales, en los cuales, la Plaza servía para los ejercicios militares de las milicias locales. Desde 1791, para las fiestas navideñas, aproximadamente hasta los años 1880, la Plaza se adornaba con “toldos”, es decir, con “cuartos o salones amplios, improvisados con palos y cañas, petates, esteras, etc., forrados en madapolán o picardía (ricos géneros blandos de la época) y llenos de billares u otros juegos (bolos, trucos, etc.) y de mesas para exhibir las viandas, despacharlas y comerlas”, todas “encendidos como ascuas, por un cúmulo de luces y farolillos de color”.
A la plaza la rodeaban las calles San Roque (hoy Dos de Mayo; cuyas cuadras tenían distintas denominaciones como del Río, del Cabildo y de la Aduana), del Comercio (hoy Ocho de Octubre; en la época colonial llamada de los Mercaderes y en 1825 de la Independencia), Ña Medina (hoy Atahualpa; su nombre se debía a dos vecinas propietarias de dos solares en dicha manzana, doña Teodora y doña Teresa Medina y Búcaro, descendientes de una familia avecindada en Lambayeque tras la ruina de Saña) y San Isidro (hoy Simón Bolívar; continuación de la recta de Alto Perú). En el perímetro de la plaza estaban, partiendo desde la esquina de San Roque y Escribanos, la Municipalidad, la Aduana en la siguiente cuadra, varias casonas particulares como las de los Leguía, los Iturregui y los Salcedo completaban el perímetro, hasta llegar por último y no menos importante, a la Iglesia de San Pedro.
Los arrabales estaban al oeste y al este, alrededor de la ciudad. El centro de la ciudad estaba lleno de casonas solariegas. Estas casonas estaban hechas de materiales tradicionales: adobe en el primer piso y quincha en el segundo. La mayoría de las casonas tenían dos pisos con balcones y enrejados, de los que actualmente quedan muy pocas muestras. Al este de la plaza existe una colina que era cruzada por la calle conocida como Alto Perú (hoy Bolívar).
En la Plaza, se vendían todos los días los productos producidos por los poblados aledaños. Los pescadores de San José vendían róbalos, tollos y rayas, pescados en sus caballitos de totora. De Chongoyape, se traía cacao y café. Desde Illimo llegaban las vivanderas que ofrecían la densa chicha contenida en odres. De las huertas de Jayanca, se traían los racimos de uvas en canastos de carrizo. Los arrieros de Olmos traían tamarindo de Piura, brea de Amotape, azufre de Sechura, y paja toquilla que los balseros paiteños obtenían en Guayaquil. Los comerciantes de San Pedro de Lloc exhibían oloroso anís de Paiján, lana de ovejas cajamarquinas y añil de Costa Rica. Los habitantes de la cabecera de la sierra traían trigo, cebada y papa seca. Los indígenas de Catache, y los brujos de Salas ofrecían medicinas para todo tipo de males.
Importantes eran también la recta de San Antonio, Santa Catalina (también conocida como de la “mano peluda”, en cuya esquina con San Roque, se hallaba la Casa de la Logia, de importante papel en la independencia de Lambayeque), de la Gallera (conocida a inicios del siglo XX como Mariano Pastor Sevilla, hoy llamada José de San Martín), del Mercado, Callejón Rojo, de doña Rosa Cotera de los Ríos, del Correo y del Molino, todas las cuales formaban una sola recta, que desde 1866 sería llamada Constitución (sería en el siglo XX que llegaría al actual nombre de Miguel Grau); Chancay (llamada así por conducir a las chacras del valle de Chancay, actualmente llamada Francisco Bolognesi), del arrabal de Vulcano (hoy Juan Manuel Iturregui), Tres Cruces (hoy Junín), de la Ladrillera (hoy 28 de julio), del Palmo (hoy Huáscar) y Tancún (hoy Emiliano Niño).
Desde cualquier calle se podía contemplar la torre octogonal de la Iglesia de San Pedro, donde el maestro trujillano Nicolás Zevallos colocaría en 1864 un reloj donado por don Manuel Salcedo. La construcción de la Iglesia de San Pedro había empezado en 1563 y tras haber sido afectada por el fenómeno del Niño de 1720, fue refaccionada, siendo concluida en 1739. La Iglesia contaba con 3 puertas de arco, que aun existen. La principal tiene a sus costados una columna con pedestal, sosteniendo un frontón inconcluso, en cuyo centro superior existe una ventana. La Iglesia era magnífica por dentro: su altar mayor (el segundo en su historia) estaba hecho de pan de oro, que se perdería en un incendio en 1891.
Al costado de la Iglesia, formando una calle lateral, se alineaban las capillas de San Francisco, Santa Catalina, San Roque y Santa Lucía, parroquias autónomas, existentes desde inicios del siglo XVII. Durante la República, Santa Catalina y Santa Lucía fueron rematadas, sobreviviendo San Roque y San Francisco, funcionando sus pilas bautismales hasta 1863 en que San Pedro quedó como única parroquia local. En la actualidad, de las antiguas capillas laterales, sólo se conserva la capilla de San Francisco, la cual está siendo refaccionada, y la fachada de la capilla de Santa Catalina, la cual se encuentra tapiada.
Los vecinos eran gente honesta, trabajadora: eran comerciantes nacionales y extranjeros, labradores y artesanos. Había una mayor cantidad de indígenas, seguidos por los mestizos, los pardos, los blancos y los negros. Incluso había varios consulados, como el italiano y el norteamericano, situados en las Casa Descalzi y Montjoy respectivamente. En la zona este de la ciudad se hallaba el Hospital de Belén, fundado en 1781. Además algo alejadas de la ciudad, se hallaban las “tinas” donde, en tiempos coloniales, se fabricaba jabón y se curtía cuero.
I
El nombre antiguo de la ciudad fue Yampallec, pero los españoles la llamaron Lambayeque cuando pasaron por allí a fines de octubre de 1532. Al efectuarse los primeros repartimientos, Lambayeque estuvo asignado al conquistador Juan de Barbarán y San Pedro, personaje muy cercano al Marqués Pizarro, hasta el punto que fue quien enterró los restos del Conquistador, casi a escondidas, aquella trágica noche del 26 de junio de 1541. Fundada en la segunda mitad del siglo XVI, en una fecha que no ha llegado hasta nosotros, aunque la tradición la ubica en 1553, San Pedro de Lambayeque era sólo una reducción indígena, una urbe de adobes, con techos de vigas de sólida madera de algarrobo.
Es a partir del siglo XVII que Lambayeque se convierte en una urbe española, con las calles partiendo de una plaza. El saqueo de la opulenta ciudad de Saña por el pirata Davis en 1686 y su destrucción por una inundación en 1720, llevaron a su abandono por las autoridades y pobladores en provecho de Lambayeque. En 1784, según el Obispo Martínez de Compañón, Lambayeque contaba con 12,024 habitantes, contando con más de 50 tinas y trapiches con importantes volúmenes de producción, contando con el importante puerto de Santa Rosa de Lambayeque. La población estaba conformada por habitantes de diferentes etnias: españoles, mestizos en menor cantidad, indígenas, negros esclavos, mulatos y zambos.
La importancia de Lambayeque era tal, que tras la creación de las intendencias en 1781, entró a formar parte de la intendencia de Trujillo como cabeza del partido de Saña, que abarcaba los valles de La Leche (o Motupe), Chancay (con sus tres vertientes: canal Taymi, Lambayeque y Reque) y Saña. La Corona se preocupó por promover el desarrollo de la ciudad, fundando instituciones como el Colegio del Príncipe y el Hospital de Belén, que sólo estaban en ciudades importantes.
La principal riqueza lambayecana era la agricultura, favorecida gracias a un suelo feraz. Sus variados frutos alimentaron en tiempos coloniales un comercio constante y frecuentado con los importantes mercados de Lima, Guayaquil, Panamá y Chile. La importancia de Lambayeque llamó la atención de los virreyes y por ende, del gobierno de la metrópoli que dirigía una protección que, aunque mal dirigida por la doctrina económica de la época, el mercantilismo, “no era por ello menos solícita y casi paternal” en palabras de Manuel Pardo, siendo disculpable era que la corona española estancara el tabaco y reglamentara la industria de los cordobanes.
Después del tabaco, del arroz y del azúcar, el principal movimiento agrícola y comercial que se realizaba era la cría y engorde del ganado vacuno y cabrío para el que los algarrobales y prados naturales de la zona daban ancho campo. Pero no quedaba aquí el movimiento comercial de la zona. Aunque no tan extensa como las anteriores, no era menos importante la industria de tejidos tanto de paja como de algodón. Entre los primeros figuraban los sombreros y los petates. El cultivo del algodón servía apenas para el tejido local.
II
Al iniciar el siglo XIX, Lambayeque fue uno de los principales focos de insurrección patriota. El caudillo de los patriotas en Lambayeque fue Juan Manuel de Iturregui y Aguilarte, quien en 1820 era Alcalde de españoles y Coronel de las Reales Milicias de Ferreñafe, con la cooperación de su hermano José Ignacio; de Antonio López Vidaurre, Alcalde de Primera Nominación; de Melchor Sevilla, Alcalde de Segunda Nominación; del síndico procurador Mariano Quesada y Valiente; del coronel de milicias Juan del Carmen Casós; del capitán de milicias Pascual Saco Oliveros, de los hermanos José, Santiago y Romualdo de Leguía y Meléndez, y de numerosos ciudadanos, cuyos nombres se pueden leer en la actualidad en cuatro piletas de mármol en cada esquina de la Plaza de Armas de Lambayeque, llamada precisamente “27 de diciembre”.
Es punto de controversia entre los lambayecanos y los trujillanos, qué población juró primero la independencia. Los lambayecanos sostienen que lo hicieron el 27 de diciembre de 1820, es decir dos días antes que los trujillanos, existiendo varias evidencias documentales que lo confirmarían, aunque el memorialista liberteño Nicolás Rebaza sostenga lo contrario, afirmando que el Acta del 27 se firmó en secreto, haciéndose pública recién después de recibir el aviso de la proclamación en Trujillo el 29.
El hecho es que el 27 de diciembre, desde tempranas horas, llegaron a Lambayeque, las milicias de Ferreñafe a órdenes del capitán Baltasar Muro, un grupo de patriotas chiclayanos al mando de José Leonardo Ortiz, y milicianos de los pueblos cercanos, que sumados a los patriotas lambayecanos, podían derrotar fácilmente a las dos compañías de Dragones, las cuales, compuestas por 84 hombres al mando del sargento mayor Antonio Gutiérrez de la Fuente se atrincheraron en el local de la Aduana. Esa noche y tras la conminación de Pascual Saco, quien ingresó solo y desarmado a la Aduana, los Dragones se rindieron, permitiéndose su retirada a Trujillo, evitando un inútil derramamiento de sangre, tras lo cual el Cabildo, ya con el Acta firmada en la casa de don Melchor Sevilla (actual esquina de 8 de Octubre y Bolívar, detrás de la Iglesia de San Pedro), juró la libertad, proclamando la independencia de Lambayeque. El 31 de diciembre, tras enterarse de los hechos de Trujillo, se volvió a jurar la independencia en dos actos: uno, más popular, en las primeras horas de ese día, en la casa del síndico Quesada y Valiente, y otro, de carácter más protocolar, horas más tarde, en el Cabildo. Pocos días después, el 14 de enero de 1821, se proclamó solemnemente la independencia.
Los patriotas reunieron dinero para ayudar al general don José de San Martín y su ejército en Huaura, y formaron dos escuadrones de 800 hombres al mando de Iturregui y de Pascual Saco Oliveros, tropas que serían la base para el Regimiento de Coraceros del Perú, que instruidos por el comandante tarapaqueño Ramón Castilla, fueron llamados Húsares del Perú y que tras decidir la victoria peruana en la batalla de Junín en agosto de 1824, serían llamados Húsares de Junín. Antes, Torre Tagle dio a Lambayeque el título de Ciudad por Decreto del 15 de junio de 1822, y por ley de 18 de diciembre de 1822, el Primer Congreso Constituyente concedió a Lambayeque el apelativo de Generosa y Benemérita por “haber dado el ejemplo a los demás pueblos del Departamento al proclamar la Independencia.

1 comentario:

  1. Fredy.
    Muy emocionado con tu crónica, dada mi condición de biznieto de Manuel Salcedo, Lambayecano que como mencionas donó el reloj de la iglesia San Pedro de Lambayeque.
    Atte
    Augusto Bernardino Salcedo Torcello
    ottosalcedo@hotmail.com

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