“Espadas cual centellas / fulguran en Junín”.
Este 6 de agosto se conmemora, en medio de la tensión política que vive el Perú desde hace varios años, el bicentenario de la victoria de la caballería patriota en la pampa de Junín. Estas breves líneas sirven como homenaje a la caballería peruana, que pese al menosprecio sufrido, se cubrió de gloria aquella tarde de 1824.
Plano de la batalla de Junín, dibujado por el capitán Juan Basilio Cortegana, veterano de la independencia, en sus memorias recientemente publicadas. (publicadas en la Historia del Perú de Cortegana) |
A su llegada al Perú en septiembre de 1823, el general Simón Bolívar, presidente de Colombia, se enfrentó a un ambiente político complejo, con divisiones internas entre los líderes patriotas. En febrero de 1824, el motín del sargento rioplatense Moyano entregó las fortalezas del Callao a las fuerzas realistas, siendo Lima ocupada por los generales Monet y Rodil. Ante el peligro, el Congreso nombró a Bolívar Dictador del Perú por un año, con poderes extraordinarios para enfrentar la crisis, disolviéndose para dejarle manos libres.
La organización del Ejército Unido Libertador.
Desde Trujillo, el Libertador tomó las medidas necesarias para reorganizar el ejército. "Se puso en ejecución, como en los días de los incas, una organización por regiones. Así, Lambayeque y Piura debían proporcionar calzado para la tropa; Huamachuco, vestidos y monturas; Trujillo, jabones, aceite, lienzos y tocuyos para camisas; Cajamarca, cordel late y bayetas para pantalones; Chota, Jaén y Chachapoyas, lana y cueros. Hojas de lata, jaulas de alambre, clavos de las sillas y otros objetos fueron reunidos para ser utilizados en el equipa miento del ejército. Los armeros, herradores y todos los demás artesanos llegaron a ser requisados para que trabajaran en maestranzas y talleres. Ganados, caballos, mulas, entraron también en los suministros", diría don Jorge Basadre.
Sin embargo, la opinión que Bolívar tenía sobre los peruanos era desdeñosa, tras las pugnas sostenidas con los expresidentes Riva Agüero y Torre Tagle, afirmando que los peruanos “eran unos cobardes y que, como pueblo, no tenían una sola virtud varonil”. Para Bolívar, la caballería colombiana “es invencible”, la realista “buena”, y la peruana “inferior a la realista”, por lo que ordenó arbitrariamente entregar los caballos peruanos a los escuadrones colombianos, asignando a los jinetes nacionales caballos costeños, poco aptos para los parajes serranos. La acción de Junín demostraría lo erróneo del apasionado juicio del caraqueño: sin los hombres reclutados en el Perú, sin el dinero y joyas entregados (de grado o fuerza), sin el equipo y material de guerra fabricados en el norte peruano, sin las montoneras acosando a los realistas, no se habrían logrado las victorias finales de la independencia.
Uniformes usados por el ejército libertador en Junín. (Álbum del Centenario de la Batalla de Junín) |
Para mayo de 1824, el Ejército Unido Libertador constaba de 10 mil hombres, entre peruanos, colombianos, chilenos y rioplatenses. Al frente del Ejército Unido Libertador, como Supremo Director de la Guerra, marchaba el Dictador Simón Bolívar, acompañado de su Secretario General de los Negocios de la República Peruana, doctor José Faustino Sánchez Carrión; su jefe de estado mayor era el general Andrés de Santa Cruz. General en Jefe del Ejército Unido Libertador era el general Antonio José de Sucre, contando con el general Agustín Gamarra como jefe de estado mayor. La infantería estaba organizada en once batallones repartidos en tres divisiones: Vanguardia (segunda división colombiana del general José María Córdova), Centro (división peruana del mariscal José de la Mar) y Retaguardia (primera división colombiana del general Jacinto Lara). La caballería estaba bajo el mando del general Mariano Necochea, distribuida en dos divisiones: la colombiana del coronel Lucas Carvajal (dos escuadrones de Granaderos de Colombia y tres de Húsares de Colombia) y la peruana del general Guillermo Miller (un escuadrón de Granaderos de los Andes y tres escuadrones de Húsares del Perú).
La logística era y sigue siendo un asunto esencial en cualquier campaña militar. Sucre, al mando del Ejército Unido Libertador, desplegó esfuerzos para afrontar tales desafíos, como recordaría Miller: "Cada división tenía su repuesto de municiones de fusil y el gran depósito de reserva lo conducían trescientas mulas. El comisariato tenía sus depósitos de arroz, tabaco, sal, y coca, cuyos artículos debían únicamente emplearse cuando las circunstancias lo exigieran. A cada depósito estaba destinado un número correspondiente de mulas de repuesto, para reemplazar las que se descarriasen o inutilizasen".
Entre las filas del ejército libertador, se contaban varios futuros protagonistas de la accidentada historia de la naciente República, empezando por Santa Cruz, La Mar y Gamarra. En la Legión Peruana de la Guardia, al mando del coronel José María Plaza, marchaban los mayores José María Raygada y Felipe Santiago Salaverry, el capitán José María Lastres, el teniente Juan Antonio Pezet y el subteniente Juan Crisóstomo Torrico. En el Batallón peruano N° 1, a órdenes del coronel Francisco de Paula Otero, se hallaban el mayor Pedro Bermúdez, el capitán Anselmo Quiroz y los subtenientes Felipe Rosell y Manuel Ignacio de Vivanco. En el Batallón peruano N° 2, el coronel Gregorio Fernández llevaba como ayudantes a los mayores Juan Pablo Fernandini y Clemente Ramos. En el Batallón peruano N° 3, secundando al coronel Juan Pardo de Zela, marchaban el capitán Miguel de San Román y el cadete Alejandro Deustua. Y entre los Húsares del Perú, cabalgaban el capitán Domingo Nieto y el teniente Baltazar Caravedo.
Detalle del retrato del coronel Clemente Ramos Delgado, hecho por Gil de Castro en 1832, donde se aprecian las medallas de Junín y Ayacucho. (fotografía inserta en la obra José Gil de Castro, pintor de libertadores, 2014) |
La situación del ejército realista.
En 1824, el Ejército Real del Perú, al mando del virrey José de la Serna, se sentía orgulloso tras los triunfos del año anterior. Sus unidades, compuestas mayormente por indígenas peruanos, estaban adaptadas al terreno de la sierra peruana, además de contar con jefes experimentados. Las fuerzas realistas se hallaban distribuidas en dos ejércitos: el del norte, con 8 mil soldados, al mando del teniente general José de Canterac, y el del sur, con 7 mil soldados, al mando del mariscal de campo Gerónimo Valdés. Sumando las unidades que el virrey mandaba en el Cuzco, y las guarniciones en distintos puntos del sur peruano, el Ejército Real ascendía a 18 mil hombres. Sin embargo, cuando la causa realista tenía la ventaja militar y moral y con Lima recuperada, sus propios defensores la debilitaron.
La pugna entre españoles liberales y absolutistas repercutió en el Ejército Real, ya que impidió el envío de refuerzos desde la metrópoli, y se trasladó a tierras americanas ya que el general Pedro Antonio de Olañeta, informado de la restauración absolutista en España, se sublevó en el Alto Perú en enero de 1824 contra la autoridad del virrey La Serna, cuyo ascenso irregular había sido ratificado por las autoridades liberales. Esta inoportuna rebelión mermó la capacidad operativa realista, y aunque oficiales como García Camba, insistieron en pasar a la ofensiva contra las mermadas fuerzas bolivarianas, Canterac se opuso, esperando realizar dicha ofensiva cuando fuese reforzado por Valdés, ocupado en lidiar con Olañeta. De hecho, entre julio y agosto, los soldados realistas de Valdés se batieron con los soldados realistas de Olañeta; entre los caídos figuraba el coronel Ameller, de notable actuación en las campañas de 1823. Después de Junín, Valdés acordaría un armisticio con Olañeta, dejandole el Alto Perú hasta el Desaguadero.
La situación del ejército realista devolvió la iniciativa al bando patriota y fue aprovechada por Bolívar para abrir campaña; el Libertador llegó a juzgar que "el general Olañeta ocupa el Alto Perú con un ejército verdaderamente patriota y protector de la libertad". A fines de mayo de 1824, el Ejército Unido Libertador emprendió una paulatina marcha a la sierra central, sufriendo los efectos del soroche.
El 2 de agosto, Bolívar pasó revista a las tropas en Rancas, cerca de Cerro de Pasco, lanzando una vibrante proclama, motivando a sus soldados a vencer a enemigos con catorce años de triunfos, animándoles a luchar por la paz y la libertad, no sólo para América sino para inspirar a Europa y al mundo. "Nada puede exceder al interés y entusiasmo de aquel día, en que todo contribuía a aumentar lo romántico de la escena. Cerca de aquel punto habían sido batidos los realistas cuatro años antes por el general Arenales: la vista que ofrece la meseta en que las tropas formaban y que se eleva majestuosamente más de mil doscientos pies sobre el nivel del mar es quizás la más hermosa del mundo", recordaría Miller.
Enterado de la presencia patriota, Canterac reaccionó y decidió marchar contra Bolívar buscando dar batalla en Pasco, sin embargo, la noche del 5 de agosto, fue informado que los patriotas marchaban hacia el sur, amagando con cortar sus líneas de comunicación con el virrey.
Mapa de las acciones del 5 y 6 de agosto de 1824. (publicado en la Historia Militar del Perú del general Dellepiane) |
La tarde de Junín.
El viernes 6 de agosto de 1824, sólo el lago Chinchaycocha separaba a los ejércitos en pugna: los realistas en la margen oriental, los patriotas en la margen occidental; ambas fuerzas marchaban hacia la pampa de Junín, al sur del lago. Hacia las 2 de la tarde, ambos ejércitos se divisaron: "Los semblantes de los patriotas se animaron con el ceño y la expresión varonil del guerrero que ve aproximarse el momento de lidiar y de la gloria, y con vista fija y ojos centellantes contemplaban las columnas enemigas, marchando majestuosamente al pie del sitio elevado que ocupaban. El temor de que los realistas se escapasen sin poderlos atacar ocupaba el ánimo de la mayoría, y la caballería particularmente ardía de impaciencia" (Miller).
Notando que Canterac estaba adelantado en su retirada a Jauja, Bolívar, buscando una batalla decisiva, decidió fijar al enemigo en el terreno a través de un ataque de su caballería, ganando tiempo para que su infantería llegase al campo de batalla. Ordenó entonces que sus escuadrones dejasen las mulas que habían cabalgado hasta ese momento para no fatigar a sus caballos, y que montasen en ellos. El Libertador se instaló en una colina para observar las maniobras: primero marchaban los jinetes colombianos y rioplatenses, y finalmente los peruanos. Eran cerca de las 4 de la tarde.
A la distancia, Canterac advirtió la maniobra y decidió aprovechar la ocasión: ordenó que su infantería y artillería continuasen su retirada, mientras él caería con sus escuadrones (compuestos por los Dragones de la Unión, los Dragones del Perú y los Húsares de Fernando VII) sobre los patriotas antes que pudieran desplegarse o recibir el refuerzo de su infantería. Además, al ojo del temerario oficial de caballería que era Canterac, el terreno donde marchaba la caballería patriota era estrecho, por lo que debía llegar a la pampa de Junín para formar los escuadrones, para lo cual, debía atravesar un paso angosto entre un cerro y un pantano. Para no darles tiempo de organizarse, y pese a estar a casi dos kilómetros de distancia y al riesgo de perder el control de sus monturas, Canterac ordenó cargar.
El choque “fue tremendo, horroroso. Alcanzábamos a ver que los caballos se estrellaban unos contra otros”, recordaría el general colombiano Manuel Antonio López, entonces un joven oficial del ejército patriota. Los escuadrones patriotas fueron arrollados. El bravo Necochea quedó envuelto en la lucha, siendo herido siete veces y hecho prisionero. Miller se batía cerca; a su lado, su ayudante, mayor Lizárraga, cayó atravesado de varias lanzadas. Sólo un puñado de los Granaderos de Colombia, al mando del mayor Otto Philip Braun, logró abrirse paso entre los realistas. El coronel Carvajal, veterano de las campañas llaneras, se batió a lanza, mientras el coronel José Laureano Silva, al mando de los Húsares de Colombia, logró reagrupar a sus jinetes, rechazando los escuadrones realistas que buscaban envolverlos, destacando la compañía del capitán José María Camacaro. Por su lado el coronel Alejo Bruix y el capitán Juan Pascual Pringles, al frente de los Granaderos de los Andes, hacían honor a su fama, manteniendose en la lid.
Ante la aparente victoria de Canterac, Bolívar abandonó su puesto de observación para apurar el paso de la infantería. López recordó que el Libertador se cruzó con el general Lara, intercambiando un breve diálogo en el que Bolívar alababa la caballería realista, y cuando Lara le propuso lanzar una carga con los jinetes arrollados, se rehusó porque "eso sería quedarnos sin caballería para concluir la campaña". Tal respuesta, consideraba López, en lo que coincidimos, manifestaba la intención de Bolívar de seguir la campaña.
En esta célebre pintura de 1895, el artista venezolano Martín Tovar y Tovar destaca la figura del Libertador Bolívar montado en su caballo "Palomo", mirando a lo lejos el enfrentamiento entre las caballerías, con licencias artísticas que no coinciden con lo que históricamente fue la batalla de Junín. |
“Todo se hallaba perdido”, recordaba el general Miller, “cuando la caballería peruana, puede decirse que dio la ganancia del día”. En efecto, producto del ímpetu de la carga realista, inadvertido por el terreno a los ojos del general español, el Primer Escuadrón de los Húsares del Perú, a órdenes del teniente coronel rioplatense Manuel Isidoro Suárez, quedó a retaguardia de las fuerzas realistas. Ante la crítica situación, se ordenó a todas las fuerzas de caballería el repliegue hacia la protección que podría brindar la infantería patriota. El ayudante de Suárez, mayor José Andrés Rázuri, apreció la posición de su escuadrón, y lejos de comunicar la orden, sugirió a su comandante, que cargase contra la desprevenida retaguardia realista. Ya los realistas dominaban el campo, cuando los Húsares del Perú “se lanzaron sobre los vencedores que se hallaban asimismo en el mayor desorden y confusión mezclados con los vencidos. Reunidos estos con aquella masa de bronce que se hallaba en perfecta formación, cayeron de nuevo sobre los diseminados realistas, los acuchillaron horrorosamente, los obligaron a ponerse en pronta retirada, y les arrebataron el campo de batalla”, en palabras del historiador español Torrente.
El mayor José Andrés Rázuri (1792-1883), oriundo de San Pedro de Lloc, tuvo un papel clave en la batalla de Junín. Después de la independencia, desempeñó cargos menores y se retiró a su pueblo natal, donde falleció durante la guerra con Chile. (retrato existente en el Instituto Sanmartiniano del Perú / autógrafo existente en el archivo del autor) |
En efecto, al cargar los Húsares del Perú, dio la oportunidad para que Miller, Carvajal, Silva, Bruix, Braun y otros oficiales, lograsen reagrupar a sus jinetes para contraatacar a los realistas. "El enemigo empezó a desordenarse y los nuestros lo cargaron, y lo acuchillaban por todas partes. Sus escuadrones, que poco antes contaban ufanos con destruirnos, dispersos por una inmensa llanura, ofrecían la más completa idea del desorden. La caballería española fue destrozada y perseguida hasta las mismas filas de su infantería, que durante el combate estuvo en inacción, y después se puso en completa fuga", apuntaría el general Santa Cruz en el parte oficial de la batalla. El herido Necochea había salvado la vida a "intercesión de un soldado realista que había servido a sus órdenes en el ejército de los Andes", el que lo retiraba del campo de batalla, cuando fue alcanzado por una partida colombiana que rescató a Necochea: "Es seguramente doloroso tener que decir que el soldado generoso que salvó la vida a Necochea fue muerto antes que los patriotas supiesen el servicio que había rendido" (Miller).
Retrato del mariscal Mariano Necochea, retratado por Gil de Castro en 1825. Su carrera militar inició en 1812 cuando se incorporó como alférez en el Regimiento de Granaderos a Caballo formado por San Martín. Guerrero de innegable valor, fue herido en Sipe Sipe, en Cancha Rayada, en Torata y en Junín. (fotografía inserta en la obra José Gil de Castro, pintor de libertadores, 2014) |
Todo duró menos de una hora, sin que se escuchase un solo disparo, librándose únicamente la lucha a punta de sables y lanzas. Bolívar se hallaba ya apurando el paso de la infantería, cuando una nota de Miller le informó del triunfo. Otra versión indica que se enteró cuando se le presentó el coronel Carvajal, "herido y con un prisionero en las ancas del caballo". López recordó que "Sólo divisábamos confusamente allá a lo lejos uno que otro grupo que se alejaba combatiendo, y dudábamos si aquello era fuga o retirada; mas pronto empezaron a llegar nuestros heridos y los prisioneros, que nos dieron pormenores más extensos del triunfo alcanzado". En reconocimiento a su comportamiento, al día siguiente, Bolívar dispuso que los Húsares del Perú fuesen conocidos como Húsares de Junín.
Un hecho recordado por Miller, nos hace venir a la memoria el relato de Apiano sobre la fidelidad del perro del diádoco Lisímaco en la batalla de Corupedio en 281 a.C. "A no gran distancia estaba aullando tristemente un perro, al lado del cadáver de un oficial español. Este mismo perro se había hecho notar durante el combate, pasando de un lado a otro en varias cargas, pero sin perder nunca de vista a su dueño. El general Miller procuró separarlo de aquel sitio; pero no fue posible agarrarlo ni hacerle retirar. Una partida de Húsares de Junín que pasó pocas horas después se lo llevó con mucha dificultad, y vino a ser perro del regimiento".
Según Santa Cruz, los patriotas tuvieron 45 muertos y 99 heridos, de los que la mitad fueron de los Húsares del Perú, entre los cuales, figuraban el teniente Miguel Cortés y del Castillo, caído en la batalla retando al adversario, y el coronel alemán Carlos Sowersby, comandante del Segundo Escuadrón, que acudió a la lucha pese a estar con fiebre para morir dos días después a causa de sus heridas (Miller recordaría con emoción sus últimos momentos); entre los heridos, se puede mencionar al teniente José Allende, que combatía en los Granaderos de los Andes, y que casi medio siglo después, sería Presidente del Consejo de Ministros del Perú. Por su lado, los realistas, según el parte de Santa Cruz, perdieron "dos jefes, diecisiete oficiales, y trescientos cuarenta y cinco hombres de tropa, ochenta prisioneros, más de cuatrocientos caballos ensillados, la mayor parte de sus armas, muchos dispersos y gran número de heridos"; ello no implicaba la aniquilación de la caballería realista, sin embargo, como destacó el general García Camba, habían perdido “todo el favorable prestigio y la ventajosa reputación que había sabido adquirirse en tan gloriosas campañas anteriores”.
Retrato del teniente piurano Miguel Cortés y del Castillo, caído en Junín. (publicado en la revista Variedades del 9 de agosto de 1924) |
El triunfo de Junín consolidó la moral del Ejército Unido Libertador. El historiador José M. Valega apuntaría en 1946, y con justa razón, que “en Junín no hubo otra tropa vencedora que los 350 Húsares del Perú, montados en caballos ridículos en un pantano. Los mil magníficos caballos quitados al Primer Regimiento de Húsares del Perú, sólo sirvieron en la batalla de Junín para que los Húsares y los Granaderos de Colombia se salvaran de la persecución que sobre ellos emprendieron los Escuadrones españoles, formados en su mayor parte, como los nuestros, con cholos y negros del Perú”.
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Armas y morriones usados por el ejército libertador en Junín. (Álbum del Centenario de la Batalla de Junín) |
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