Blog dedicado al estudio de temas constitucionales e históricos, enfocados dentro de la realidad del Perú.

sábado, 7 de enero de 2023

La guerra de Balta

Chiclayo, enero de 1868.


Este 7 de enero se cumplirá, entre la indiferencia oficial y el olvido colectivo, un aniversario del hecho más destacado de la historia de Chiclayo: la victoria frente a las fuerzas del gobierno tras varias semanas de asedio. Este texto fue publicado originalmente en el Semanario "Expresión" en cinco partes entre enero y febrero de 2018; queremos compartirlo (con modificaciones y adiciones) en un aniversario más de los hechos de 1868, hechos que, como veremos, contribuyeron a definir la realidad del departamento de Lambayeque.


Un país en ebullición.

El combate del Callao, el 2 de mayo de 1866.
(revista "Le Monde Illustré", junio de 1866)

En 1866, la guerra con España había puesto de manifiesto la debilidad económica de la Republica, y la urgente necesidad de una reorganización del Estado. La Dictadura encabezada por el coronel Mariano Ignacio Prado, había reunido al célebre Gabinete de los Talentos, cuyo jefe e inspirador, el líder liberal José Gálvez, secretario de Guerra, sucumbió en el combate del Dos de Mayo. Sin la magnética figura de Gálvez, el coronel Prado continuó la tarea reorganizadora, destacando la labor del secretario de Hacienda, Manuel Pardo y del secretario de Relaciones Exteriores, Toribio Pacheco.

Retrato y firma del general Mariano Ignacio Prado.
(grabado inserto en la Galería de retratos de los gobernantes del Perú independiente, 1909)

Retiradas las fuerzas españolas del Pacífico, y habiendo entrado la guerra en un forzoso período de tregua (la paz con España no se firmaría sino hasta 1879), Prado, que ya no tenía ningún motivo para prolongar la Dictadura, convocó un Congreso Constituyente. El ambiente se enrareció debido a las prisiones y destierros de varios opositores al régimen de Prado. Entre los desterrados se contaba al anciano mariscal Ramón Castilla y al coronel José Balta. Varios oficiales navales, como Lizardo Montero y Miguel Grau, fueron enjuiciados por insubordinación y traición a la Patria (¡!) al negarse a acatar las órdenes de un almirante norteamericano, Tucker, contratado por el gobierno para comandar la escuadra aliada peruano-chilena contra las posesiones españolas en las Filipinas.

Instalado el Congreso Constituyente el 13 de febrero de 1867, fue sumamente parecido a la célebre Convención Nacional de 1855. Los liberales radicales, sin su líder Gálvez, aspiraban a lograr culminar sus ideas plasmadas en la derogada Constitución de 1856, tomar una suerte de revancha histórica con su sucesora de 1860. Con ello, continuaban con la manía peruana de vivir haciendo y deshaciendo constituciones (en frase del maestro Manuel Vicente Villarán), creyendo en las virtudes mágicas de las normas constitucionales para corregir las costumbres perniciosas. Ante el Congreso, Prado renunció, para ser elegido inmediatamente Presidente Provisional de la República.

Muerte del mariscal Ramón Castilla en Tiviliche. El nonagenario coronel José Manuel Pereira recordaría en 1920, en una entrevista concedida a Ricardo Vegas García, que el viejo mariscal le comisionó para ganar para la causa al prefecto de Tarapacá, Zapata. "Fracasó la misión. Cuando regresé a Pachica, donde había dejado a Castilla y a los nuestros, encontré a la puerta de la choza que los cobijaba, al general Rivas, con el rostro sombrío. Este me indicó con señas que Castilla estaba muriendo. ¡Calcule usted mi sorpresa y mi emoción! Descendí de mi cabalgadura y avancé. En eso, oi la voz del general, recia y dominante, que decía: “Un vaso de agua”. Corrió el general Rivas a alcanzárselo y le dijo: “General, acaba de llegar el coronel Pereyra. – ¡Que entre, inmediatamente! – dijo Castilla. Entré. El general estaba reclinado en el lecho, vestido y envuelto en su capote. Estaba acabado. – ¿Qué hay? – me dijo. – “¡Ha fracasado la misión, general! “¡Esto se lo ha llevado el diablo!”. El general Rivas y yo, tratamos de disuadirle, haciéndole reflexiones acerca de su estado. “¡Váyanse ustedes al cuerno!” – dijo. “¡Los hombres como yo, mueren a caballo!” Y salió montado, en seguida. Ordenó el general que Rivas hiciera marchar a la tropa, y yo que mandaba una división, eché adelante. De pronto, Castilla picó espuelas y se adelantó. Iba erguido como en sus mejores épocas. Pero, en un momento dado, cerca de la quebrada de “Tibiliche”, vaciló, deteniendo el caballo. Manuel Rivas, hijo del general, que marchaba a su lado, se acercó y lo auxilió. Pero ya era tarde. El mariscal se desplomó violentamente del caballo, arastrando tras de si a Rivas, sobre el cual cayó al suelo, ya cadáver. El general Beingolea, dijo entonces: “ha muerto”. Y yo senti que se acababa un grande hombre…".
(óleo del pintor Aurelio Longaray Dávalos, Museo del Real Felipe)

Desde Chile, el casi septuagenario mariscal Castilla emprendió su última revolución en defensa de la Constitución de 1860. Enfermo y agotado por las marchas forzadas, el 30 de mayo, el viejo tarapaqueño murió en el desierto de Tiviliche. El país se conmovió ante la noticia, la rebelión iniciada quedó ahogada en su cuna, y el Congreso aprobó amplios honores al fallecido, además de una amnistía a sus seguidores.

El Congreso Constituyente seguía su trabajo, en medio de pugnas con el Gobierno, conduciendo a la primera censura de todo un gabinete. El 29 de agosto de 1867 fue promulgada la nueva Constitución, edición más radical que la de 1856. Con la promulgación de la Constitución, el general Prado pasó de Presidente provisional a Presidente constitucional, pero el gobierno estaba desprestigiado.  Aunque los pueblos del Perú juraron la nueva Carta, los enemigos del gobierno juzgaron a la nueva Constitución como impía, antisocial y contraria a la religión. Y en efecto, en Arequipa, estalló la rebelión de una forma tragicómica: varios cientos de señoras devotas protestaron contra la Constitución el mismo día de su jura, el 11 de septiembre, y todo acabó en un combate entre el pueblo y las tropas; el coronel Ginés, prefecto de Arequipa, fue asesinado y las fuerzas gubernamentales se rindieron.

La Constitución de 1867 fue una versión más radical del texto de 1856, buscando acentuar la importancia del Congreso frente al Presidente de la República.

Rebelada la ciudad del Misti contra la Constitución de 1867, proclamó la vigencia del texto de 1860, y a pesar de haber vencido su mandato, se llamó al general retirado Pedro Diez Canseco, cuñado del difunto mariscal Castilla y segundo vicepresidente del gobierno del también difunto mariscal San Román, para que asumiese el mando de la República en aras de una restauración de la constitucionalidad.

Retrato y firma del general Pedro Diez Canseco.
(grabado inserto en la Galería de retratos de los gobernantes del Perú independiente, 1909)


Un limeño acogido en el Norte.

Muerto el legendario gran mariscal Castilla y envejecidos los veteranos de Ayacucho, tocaba el turno del recambio generacional a cargo de los vencedores del Dos de Mayo, acción denominada la “segunda independencia”. Dos hombres encarnarían tal generación: Mariano Ignacio Prado y José Balta.

En 1856, Castilla afrontó una sublevación general contra la Constitución liberal de 1856, conservando apenas Lima y Callao: hasta la armada se sublevó; pero palmo a palmo el cazurro tarapaqueño logró reconquistar al país, hasta derrotar la rebelión con el asedio y asalto de Arequipa en 1858, para luego impulsar la moderada reforma constitucional de 1860. Transcurrieron casi diez años. De la escena de los vivos habían desaparecido el ideólogo conservador Bartolomé Herrera, el tribuno liberal José Gálvez y el carismático mariscal Ramón Castilla. Gobernaba un joven coronel, Mariano Ignacio Prado, con los frescos laureles del Dos de Mayo. Con él, los liberales radicales querían su revancha e imponer las reformas que anhelaban. Para ello, promulgaron la Constitución de 1867, pero una vez más, Arequipa se había levantado en contra, encabezada por el ex segundo vicepresidente de San Román y Pezet, general Pedro Diez Canseco. ¿Podría vencer? Nada estaba dicho aún, pero evidentemente Mariano Ignacio Prado, el caudillo huanuqueño, no era Ramón Castilla. Quizá Prado habría podido afrontar el desafío de haber tenido sublevado sólo al sur, ya que a diferencia del difunto mariscal, contaba con la armada, pero como en 1856, el levantamiento se extendió al norte encabezado por el coronel José Balta.

Retrato y firma del coronel José Balta.
(grabado inserto en la edición de las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma, 1896)

Balta era un personaje de bien ganada reputación de valentía. Nacido en 1814, era uno de los pocos militares verdaderamente profesionales en un país donde los ascensos por favor o por participación momentánea en algún conflicto eran lo usual, ya que estudió en el Colegio Militar fundado por el presidente Gamarra. Había combatido en defensa del presidente Orbegoso en el revés de Huaylacucho, presenciando luego el abrazo de Maquinguayo en 1834. Por el audaz Salaverry, se batió en el puente de Uchumayo y en el alto de Socabaya, siendo apresado y enviado a la sierra boliviana. Logró fugar, y en las acciones de Portada de Guía, Buin y Yungay, demostró tal coraje que ascendió a sargento mayor. Pese a haber combatido con Torrico en la debacle de Agua Santa (1842), y con el Supremo Director Vivanco (su antiguo director en el Colegio Militar) en la derrota de Carmen Alto (1844), logró ascender en el escalafón durante el apaciguamiento castillista, llegando a coronel. Pero el mantenerse fiel a la legalidad con el gobierno impopular de Echenique, dirigiendo el batallón Yungay en la cruenta batalla de la Palma, le costó ser dado de baja en 1855.

Cansado de los vaivenes de la política, Balta decidió dirigirse hacia el Norte, buscando como un romano antiguo, dejar la espada para consagrarse al arado. Así, empezó como agricultor en la hacienda Lurífico en el valle de Pacasmayo, entonces parte de la provincia de Chiclayo. Ahorrando progresivamente, pudo adquirir dicha hacienda, para luego, con los años, revenderla con buenas ganancias al empresario norteamericano Henry Meiggs. Su bonhomía y espíritu justo, pese a sus tremendos arranques de mal humor (que se harían legendarios en la Presidencia), le ganaron una franca popularidad. No se inmiscuyó en el levantamiento de 1856, y en 1861, logró ser rehabilitado y volver al servicio, siendo designado subprefecto de Chiclayo en 1863.

La labor de Balta como subprefecto fue amplia en beneficio del pueblo chiclayano. Se habilitó Pimentel como puerto, aunque sin efectos inmediatos en la economía local. Logró culminar el trabajo iniciado en los tiempos del coronel José Leonardo Ortiz para desviar la acequia que atravesaba el centro de la ciudad. Supo ganarse la simpatía del pueblo, y cuando se unió a la rebelión contra Pezet en 1865, el pueblo chiclayano lo respaldó.

Fugaz ministro de Guerra de Diez Canseco, Balta era una figura de cada vez mayor prestigio. Según Carmen McEvoy, la estricta política fiscal de la dictadura llevó a rechazar los pedidos de Balta para dar a sus milicianos los privilegios del ejército nacional. Preso y exiliado a Chile, cuando estalló la rebelión de Arequipa en septiembre de 1867, Balta se apresuró a retornar al Perú.

La noche del 14 de octubre de 1867, Trujillo se levantó en armas contra el gobierno de Prado; el prefecto coronel José Zavala cayó en la refriega. Al día siguiente, los rebeldes nombraron prefecto al doctor José Vicente Ampuero, vocal de la Corte Superior, y conocedores de la próxima llegada de Balta, lo designaron Jefe Superior Político y Militar del Norte. Ampuero envió mensajes a las provincias del departamento pidiendo su adhesión a la causa. El 19 de octubre, el subprefecto de Lambayeque, Antonio Pastor, respondió que "no solo haré respetar al Gobierno y hacer cumplir la Constitucion, sino que en caso necesario sacrificaré gustoso mi vida y mis intereses en combatir contra los enemigos del órden", e informó ese mismo día a Lima, que "Esta provincia y la inmediata de Chiclayo quedan en el mejor órden á la manera que el Rejimiento acantonado en dicha ciudad por la disposicion de sus jefes y fidelidad de los individuos de tropa". Dicho regimiento era el "Coraceros de la Libertad", a órdenes del coronel José Manuel Bernal.

Plano del departamento de La Libertad, publicado en el Atlas del Perú de L. A. Jouanny (1867).

El gobierno movilizó sus fuerzas, y el 20 de octubre, Prado expidió el nombramiento de prefecto de la Libertad al coronel José Bernardo Goyburu, quien desde Pacasmayo, agradeció el nombramiento en el entendimiento "que solo debe ser temporal, miéntras dure el actual estado de cosas y despues se dignará relevarme". A bordo de la corbeta "América", el gobierno envió tropas leales, cuyo desembarco en Pacasmayo, Goyburu demoró hasta que las fuerzas de Bernal marchasen a Malabrigo, marcha que no llegaría a ocurrir, ya que la situación en las provincias de Chiclayo y Lambayeque se complicó.

Sucedió que un grupo de chiclayanos se pronunciaron en contra de Prado y a favor de Balta, proclamando a Chiclayo Provincia Litoral, y en número de 200, con el respaldo de motupanos y ferreñafanos, marcharon a Lambayeque y la ocuparon en la madrugada del sábado 23 de noviembre de 1867. Sin embargo, el coronel Bernal y sus fuerzas patrullaban los alrededores de la ciudad, y enterados de la presencia de los facciosos, a las ocho de la mañana, "por diferentes direcciones mandé atacar sobre sus parapetos de la plaza, donde en cinco minutos fueron dispersados por todas direcciones y perseguidos hasta su completa destruccion", mientras que el subprefecto de Lambayeque, Antonio Pastor, al frente de una pequeña fuerza, hostigaba a los rebeldes desde la zona norte de la ciudad. El subprefecto de Chiclayo, J. C. Baca, informó al gobierno: "Hoy han sido batidas y completamente derrotadas en la ciudad de Lambayeque, las fuerzas revolucionarias que se habian levantado en esta, desde el 17 del corriente al mando del titulado coronel D. Marcos Barrantes, por un escuadron del regimiento “Coraceros de la Libertad” á órdenes de su primer Jefe Sr. Coronel D. José Manuel Bernal, quedando en poder de éste los prisioneros y armas que se han tomado á los facciosos". A su vez, el coronel Bernal afirmó: "Sin haber pasado por el dolor de lamentar desgracias, pues oficiales y tropa, generosos con los rendidos, no han sufrido atropellamientos; excepto el cabecilla de los Motupanos, Anselmo Prado, que con revolver en mano se resistia y ha sido levemente herido, y muerto su caballo: quedan pues, Sr. Coronel Prefecto, estas provincias libres de la plaga de conspiradores, lo que tengo el honor de comunicar por su órgano para que llegue al del Supremo Gobierno; á quien por el vapor de mañana comunicaré el buen éxito de mi comision". Incluso, el periódico lambayecano La Estrella del Norte publicó el 1.° de diciembre, un verso anónimo burlándose del movimiento chiclayano: "Chiclayo se ha pronunciado / en Provincia Litoral / y a Canseco ha proclamado / como a jefe de Estado / ahora sí que estamos mal". Los hechos demostrarían que era errónea la seguridad del elemento pradista.

Mientras tanto, Balta había arribado a Trujillo el 22 de octubre, y acosado por las fuerzas enviadas por el prefecto Goyburu, se replegó hacia Otuzco, en la sierra liberteña. La noche del 1° de noviembre, Balta y sus fuerzas abandonaron Otuzco, que fue ocupada al día siguiente por las tropas gobiernistas al mando del comandante Benigno Febres. A la luz de los documentos oficiales, sabemos que Balta se retiró hacia la sierra, realizando varios tiroteos con las fuerzas de Febres; este informó al prefecto que sus tropas ardían en entusiasmo y que confiaban derrotar pronto a "la montonera que capitanea el ciudadano Balta", pero no realizó mayores avances, pues recién salió con su fuerza a perseguir a Balta cinco días después.

Lo que ignoraba Febres, era que Balta, reforzado con los montoneros de Luis Herrera, había marchado a Huamachuco (14 de noviembre) y Cajabamba (16 de noviembre). El 21, atacó la ciudad de Cajamarca, defendida por fuerzas al mando del coronel Miguel Iglesias, cuya casa terminó saqueada por los asaltantes. En Cajamarca, Balta lanzó un manifiesto culpando a Prado de haber usurpado el poder el 28 de noviembre de 1865, proclamando la vigencia de la Constitución de 1860. El 27, las fuerzas de Balta marcharon hacia la costa, y tras enterarse de los hechos de Lambayeque, y decidió enrumbar hacia Chiclayo, pasando por Chepén y Guadalupe; Ricardo Palma, que era secretario general de Balta, recordaría en 1891, que le hastiaba oír cantar en las zamacuecas locales, una copla que le parecía particularmente sosa: "Viva el sol, viva la luna, / viva la flor del picante, / viva la mujer que tiene / a un baltista por amante".

Proclama del coronel José Balta, jefe superior político y militar del Norte, a las fuerzas de su mando, acantonadas en Chiclayo (6 de diciembre de 1867).


El asedio de Chiclayo.

El 6 de diciembre de 1867, Balta ingresó triunfalmente a Chiclayo. Sus fuerzas eran aproximadamente 200 hombres (las fuentes oscilan entre 150 y 300) que se le habían unido en Cajamarca y Otuzco; dos piezas de artillería reforzaban su capacidad ofensiva. Sus fuerzas, pertrechadas con fusiles Minié y Winchester, pronto se cuadruplicaron con voluntarios de Chiclayo, la mayoría armados sólo con puñales. El poeta Carlos Augusto Salaverry, que acompañaba a las fuerzas de Balta, apuntaría: “El pueblo los acogió con arcos de triunfo, banderas, coronas, aclamaciones entusiastas. El soldado vivaba al pueblo y el pueblo al soldado”.

Proclama del coronel José Balta, jefe superior político y militar del Norte, a los pueblos de Chiclayo y Lambayeque (6 de diciembre de 1867).

En aquella época, Chiclayo era una ciudad mucho menos grande de lo que es hoy en día. Apenas superaría los contornos de las calles Bolognesi, Luis González, Pedro Ruiz y Sáenz Peña. La Iglesia Matriz y el Colegio San José erguían sus fuertes estructuras en el centro de la ciudad. Y fue en el Colegio donde Balta instaló su cuartel general, a la par que un rudimentario hospital de campaña.  Examinando el mapa de Chiclayo, Balta comprendió que había que preparar la defensa para la inevitable reacción del gobierno: decidió cerrar las bocacalles de las tres calles que recorrían la ciudad de sur a norte, que corresponderían a las actuales calles Siete de Enero, José Balta y Alfredo Lapoint, para así impedir un posible acceso de las tropas gubernistas y tenderles emboscadas con facilidad. Además, fortificó con sacos de arena y adobes el Colegio, la Iglesia Matriz, y varias casas de utilidad estratégica, donde colocó expertos tiradores. Dos puntos destacaban: la trinchera construida en la parte posterior de la iglesia de la Verónica y la casa (llamada pomposamente “fuerte”) de Maradiegue (actual esquina de Siete de Enero e Izaga). Los chiclayanos tendrían que trabajar a toda prisa, puesto que la respuesta del gobierno no se haría esperar.

Vista de las calles de Chiclayo a fines del siglo XIX.
(grabado inserto en la edición de las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma, 1896)

Como era previsible, el gobierno de Prado tuvo que dividir sus fuerzas para derrotar la rebelión en ambos frentes. Como haría en 1879, Prado dejó encargado del mando al general Luis La Puerta, para hacerse cargo de sofocar la rebelión en Arequipa, buscando superar al mariscal Castilla y el asedio de 1858; para ello, proyectó trasladar pesados cañones Blackely para sitiar la ciudad blanca. De la tarea de enfrentar a Balta, se encargaría el ministro de Guerra, coronel Mariano Pío Cornejo.

Cornejo contaba con los batallones de infantería “Pichincha” y “Arequipa”, el regimiento de caballería “Húsares de Junín”, dos brigadas de artillería (es decir, 12 cañones) y dos columnas de celadores, con un total de 1750 soldados y oficiales. Además, el subprefecto de Lambayeque, Antonio Pastor, se le unió con 40 voluntarios. Y una semana después de la entrada triunfal de Balta en Chiclayo, el 13 de diciembre, Cornejo llegó a Reque, y emplazó sus fuerzas en los alrededores de la ciudad. Por órdenes de Cornejo, se ordenó a los propietarios del molino de pilar arroz propiedad del súbdito alemán Alfred Solf, el franqueo de habitaciones para depositar los fondos de la comisaría primero, y luego para hospital de sangre. Ello originó una protesta del señor Solf ante el cónsul de Chile, Gregorio del Castillo, y el cónsul de los Estados Unidos, Santiago C. Montjoy.

Al día siguiente, sábado 14 de diciembre de 1867, al romper el alba, las fuerzas gubernistas avanzaron hacia Chiclayo, y luego de tres horas de intenso tiroteo, acompañado por el fuego de sus cañones, instalados fuera del molino de Solf, fueron rechazados, dejando en el campo 80 muertos. Los baltistas tuvieron 20 bajas. Ante tal resistencia, Cornejo, levemente herido en la cabeza, optó por intentar ablandar a los defensores a través de un intenso bombardeo todo el día 15, a la vez que pedía refuerzos a Lima, antes de un asalto final.

Detalle de una pintura de Ignacio Merino, ilustrando a los soldados del gobierno del general Prado, asediando Arequipa en 1867; se puede notar el uniforme afrancesado de los soldados peruanos (casaca azul y pantalón rojo).
(publicado en la Historia General del Perú de Vargas Ugarte)

El 16 y 17 continuó el bombardeo, causando bajas civiles. El 18, Balta intentó un contraataque fallido, ante lo que el fuego artillero no cesó hasta el 23 de diciembre. El 24, Balta lanzó otro contraataque a las trincheras del Gobierno, sin lograr expulsar a los gubernistas de sus posiciones. Al día siguiente, 25 de diciembre, se trabó una feroz lucha en la trinchera de la Verónica, debiendo replegarse las fuerzas atacantes. Siguieron dos días de tensa calma.

El 27 de diciembre, Cornejo recibió los refuerzos que esperaba: 150 hombres y 5 cañones con abundante munición, con la que reinició el bombardeo, centrado en la trinchera de la Verónica. El 30, luego del bombardeo, tropas del “Pichincha” intentaron asaltar la trinchera de la Verónica por tres horas, siendo rechazados por un ataque a retaguardia de los voluntarios armados con puñales. Un grupo de baltistas, arrebatados ante el éxito, se arrojaron contra las trincheras enemigas, siendo repelidos. El 31 de diciembre, último día de 1867, sólo se escuchó el tronar del cañón. Ambas partes estaban por jugarse el todo por el todo.

El asalto del 7 de enero.

Tras casi un mes de asedio, entre lucha en las trincheras y bombardeos constantes, el coronel Cornejo esperaba una pronta rendición de la plaza; en caso contrario, intentaría emular al legendario mariscal Castilla con el atrevido asalto de Arequipa en 1858.

La experiencia del asedio y asalto de Arequipa por las fuerzas de Castilla entre 1857 y 1858, fascinó tanto al general Prado como al coronel Cornejo frente a Arequipa y Chiclayo, respectivamente. El diario El Comercio apuntaría en su edición del 21 de diciembre de 1867 que “Chiclayo ha venido a hacerle la competencia a Arequipa robándole en un instante la concentrada atención limeña. La forzada resistencia de Canseco se ha echado en olvido ante la atrevida audacia de Balta”.
(Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia)

El día de Año Nuevo, tras un breve fuego de artillería entre ambas partes, los rebeldes lanzaron un asalto a una de las trincheras gubernamentales, arrebatándoles una bandera, armas y municiones. Tras tres días de esporádicos tiroteos, Cornejo consideró que las posiciones de los rebeldes chiclayanos habían sido debilitadas lo suficiente como para tomar por asalto la ciudad y terminar de una vez por todas con la obstinada resistencia baltista. Para ello, optó por iniciar con un intenso bombardeo el 5 de enero, y enviar sus tropas a ocupar las posiciones de Maradiegue y la Verónica. Balta, adelantándose a las intenciones del ministro de Guerra, ordenó el repliegue de sus fuerzas de dichas posiciones, ocupadas de inmediato por las tropas gubernistas. Era una trampa para estimular a avanzar a las tropas de Cornejo y estirar sus líneas dentro de las calles de Chiclayo, sitio ideal para emboscadas.

El fervor popular hacia la figura de Balta se evidencia en este grabado de una chichería chiclayana en 1887, donde en la pared, se aprecia un retrato del coronel.
(revista "El Perú Ilustrado", 21 de mayo de 1887)

El 6 de enero, en medio de una tensa calma, apenas se registró un ligero tiroteo. Lejos de lo esperado por Cornejo, los chiclayanos tenían alta su moral. Basta con recordar el relato de Ricardo Palma, sobre los cánticos del pueblo: “De los coroneles / ¿cuál es el mejor? / El coronel Balta / se lleva la flor”. Dentro de la ciudad sitiada, se bailaba “la polca raspada” y “la conga”, brindando con chicha y pisco. Hasta mujeres participaban en la lucha, recordándose las figuras de la “negra Nevado” y la “ñata Fidela”. Algo de la euforia popular se puede entender por el hecho que en los 26 días del asedio, la artillería gubernamental disparó 1342 proyectiles con menos de 20 muertos entre combatientes y población civil. ¿Cómo pudo ser posible la falta de relación entre los proyectiles disparados y el número de muertos? Los daños materiales si fueron altos, teniendo en cuenta las promesas que haría Balta y las quejas de los extranjeros afectados.

Si los sitiados tenían la moral en alta, sucedía lo contrario en el campo de los sitiadores, y más bien, los baltistas devolvían el golpe: la misma noche del 6 de enero, mientras las tropas gubernamentales se sentían satisfechas con la toma del fuerte Maradiegue, se escuchó una tremenda explosión que hizo saltar los techos y derribó las paredes del edificio, matando a la mayor parte de sus ocupantes. Ocurrió que al replegarse los baltistas de Maradiegue, dejaron minado el edificio para hacer explosión en el momento preciso. Repuestas de la conmoción, los soldados del gobierno lucharon ferozmente, cuerpo a cuerpo, con los baltistas, debiendo retirarse ante el mayor número de los atacantes.

Si bien esta escena ilustra la lucha en las calles de Arequipa en 1858, no habría sido distinta la épica defensa chiclayana. El diario El Comercio apuntaría en su edición del 11 de enero de 1868, que las “brillantes cargas de los asaltantes eran rechazadas heroicamente por los chiclayanos: cadáveres cubrían las calles y los techos".
(Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia)

Cornejo decidió entonces dejar de lado las acciones parciales y jugarse el todo por el todo en un asalto final. Los primeros fuegos iniciaron esa misma noche, a la una de la madrugada del 7 de enero de 1868. Pareció que la resistencia baltista se quebraba puesto que las fuerzas de Cornejo entraron al parque principal desde tres puntos que coincidirían con las actuales esquinas de Colón y Elías Aguirre, con la actual esquina de San José y Balta, y con la actual esquina de Siete de Enero y Elías Aguirre. Tras cuatro horas de lucha, las tropas baltistas cedían terreno, y varios soldados del gobierno, creyendo liquidado el asalto, empezaron a desbandarse para iniciar el saqueo, incendiando parte del Colegio de San José. Peor aún, en la oscuridad de la noche, los asaltantes de un extremo llegaban a tomar por enemigos a los de la esquina opuesta.

Era el momento que Balta esperaba para ordenar un ataque general: las puertas de las casas que ocultaban voluntarios rebeldes se abrieron para dar paso a una incontenible avalancha de hombres (armados de poncho y puñales en su mayoría) contra las tropas gubernamentales que trataron de repelerla en una feroz lucha cuerpo a cuerpo. Era en vano: difícilmente podrían organizarse, dada la ubicación de los parapetos y paredes prolongadas construidas por los defensores. “De repente una Compañía del batallón gobiernista “Arequipa” fraternizó con los defensores, pasándose a Balta y gritando su nombre con gran bulla y tumulto. Desmoralizados los sitiadores no pudieron resistir la carga de los chiclayanos que saliendo a la carrera de sus parapetos sin cuidarse de la metralla, se lanzaron sobre las tropas de Cornejo”, apuntó El Comercio en su edición del 11 de enero de 1868.

Hacia las cinco y media de la mañana de aquel martes 7 de enero de 1868, las tropas sitiadoras se retiraron en completo desorden. Atrás dejaban 110 muertos, 220 heridos, 200 prisioneros, 9 cañones, 800 fusiles y el parque, todo en poder de los baltistas. Los vencedores llegaron al molino de Solf, y frenéticos en el triunfo, incendiaron el local, mientras entonaban nuevas coplas a la conga, recogidas por Palma: “¿Qué dice del gallo / el cocorocó? / Dice viva Balta, / Cornejo corrió”.

En palabras del padre Vargas Ugarte, "la resistencia ofrecida por Chiclayo puede compararse a la ofrecida por Arequipa, y aun en cierto modo llegó a superarla. El sitio había durado 25 días, pero Chiclayo no podía ofrecer al enemigo los sólidos muros de cantería y de piedra berroqueña que abundaba en la ciudad del Misti. Apenas si algunos muros de adobe y otros más débiles aún de quincha. Aunque es verdad que los sitiadores no pasaron del millar, los sitiados no llegaban a la mitad, y, no obstante esta diferencia y el poderío de los cañones, Chiclayo resistió y se impuso al enemigo".

La revista Variedades, en su edición del 5 de junio de 1915, ofrece el retrato de un veterano de los hechos de 1868: “El soldado inválido más antiguo es don Manuel García, que resultó herido el año 1868, siendo soldado del regimiento Chiclayo, en una acción revolucionaria, al lado del coronel Balta”.


El desenlace.

Figúrense la sorpresa del capitán Miguel Grau, comandante del vapor inglés Quito, entonces alejado del servicio, anclado aquella madrugada en el puerto de San José, cuando llegaron las primeras noticias del triunfo baltista en Chiclayo. Don Miguel había calculado, en base a las fuerzas gubernistas, que era una locura la resistencia en Chiclayo; no podemos evitar imaginar al futuro comandante del Huáscar, aquella madrugada, desde el castillo de proa de su barco, contemplando por medio de su catalejo, las lejanas llamaradas y fogonazos de la lucha en Chiclayo, escuchando a la distancia el feroz estruendo de la fusilería y artillería de sitiadores y sitiados. El agente de la Pacific Steam Navigation Company en San José, le informó que en Pacasmayo debía recoger al derrotado coronel Cornejo y a las autoridades pradistas de Trujillo, que partían a Lima a la brevedad, esperando retornar pronto. Pero a la altura de Supe, el Quito se cruzó con el Arica, otro barco de la Pacific, y al habla a través del megáfono, Grau transmitió las urgentes noticias: “¡Cayó Chiclayo! ¡Balta es el nuevo jefe del norte!”. La respuesta fue aún más sorprendente: “¡Prado renunció después de su derrota en Arequipa! ¡Diez Canseco es el nuevo presidente! ¡Todo el país se pronuncia por la causa constitucional!”.

Tienda de campaña utilizada por el general Prado en la campaña del sur.
(Museo del Real Felipe)

Sucedió que mientras Cornejo se afanaba en tomar Chiclayo, todo había cambiado. Cuando lanzó el asalto del 7 de enero, estaba defendiendo una causa ya muerta. Como dijimos anteriormente, el general Prado había marchado hacia Arequipa, mientras que el antiguo segundo vicepresidente, Diez Canseco, esperaba con calma la marcha de los oficialistas. Desde Puno y Moquegua, se surtía de plomo y pólvora para resistir, siguiendo la tradición rebelde de la Ciudad Blanca. El plan del presidente Prado era sitiar Arequipa, mientras desde Islay, marchaba con grandes dificultades un pesado cañón Blackely, de los usados en la defensa del Callao, para triturar las defensas arequipeñas. Es decir, repetir a Castilla, pero usando los últimos adelantos tecnológicos y ahorrar los ocho meses de asedio de 1857-1858. Entre oficialistas y rebeldes, se trabaron feroces combates sin resultados evidentes. Prado contaba con la llegada del cañón Blackely, pero su propia retaguardia era acosada por las partidas de montoneros rebeldes, y se selló su derrota cuando una partida audaz al mando del coronel Andrés Segura, atacó el convoy e inutilizó el cañón.

Pintura de Ignacio Merino ilustrando el asedio de Arequipa en 1867.
(publicado en la Historia General del Perú de Vargas Ugarte)

Las tropas enviadas para proteger el convoy llegaron demasiado tarde y sólo encontraron heridos y a la gigantesca pieza de acero volcada y partida. La moral de las tropas gubernistas decayó, y cuando se intentó lanzar un asalto definitivo el 27 de diciembre de 1867, las fuerzas de Prado fueron rechazadas. Habiendo perdido la tercera parte de sus soldados, Prado debió retirarse a marchas forzadas sobre Islay. De allí pasó a Lima, donde fue objeto de hostilidad, por lo que el 6 de enero renunció, entregando el mando supremo al general La Puerta, quien buscó traspasarlo al septuagenario mariscal Antonio Gutiérrez de la Fuente, alcalde de Lima, quien se negó. Al final, el general Francisco Diez Canseco ocupó militarmente Lima, sin hacer violencias contra Prado (quien partió a Chile) o a sus partidarios; una junta de vecinos declaró que el mando legítimo correspondía al general Pedro Diez Canseco, quien llegó a Lima el 22 de enero.

Retrato del general Pedro Diez Canseco, obsequiado por los oficiales de su guardia presidencial.
(colección Víctor Andrés García Belaúnde)

En Chiclayo, Balta lanzó una proclama al pueblo chiclayano, aplaudiendo su lucha y ofreciendo que la Nación no olvidaría sus sacrificios. Dos días después, el 9 de enero, remitiría un telegrama al doctor Juan Manuel Polar, ministro general del general Diez Canseco, informándole de los hechos de Chiclayo: "Después de 26 días de diario combate, de 7 de la mañana a 7 de la tarde, obtuvimos espléndida victoria derrotando al Coronel Mariano Pío Cornejo, haciéndole 110 muertos y 250 heridos, tomando nueve cañones y mucho armamento. Todos han sido valientes. En Chiclayo no ha habido un solo cobarde. Herido el Coronel Silvestre Gutiérrez". Ese mismo día, Balta dio un decreto para crear una Junta Valorizadora de los daños y perjuicios en la ciudad, "para evitar se hagan más tarde reclamaciones exageradas y obviar embarazos para el esclarecimiento del perfecto derecho de los damnificados, es conveniente proceder a la mayor brevedad a valorizar los daños ocasionados por el enemigo a los defensores de la ciudad", elaborando al día siguiente, las cuentas de los gastos causados por la guerra, los que ascendieron a 49,525 pesos.

Proclama del coronel José Balta, jefe superior político y militar del Norte, al pueblo de Chiclayo, tras la victoria ante las fuerzas del coronel Mariano Pío Cornejo, ministro de Guerra y Marina (7 de enero de 1868).

Lamentablemente, la situación continuó inestable en la zona, dado que viejas querellas políticas y de tierras estallaron aprovechando que no existía fuerza en Lambayeque capaz de hacer respetar el orden público. Por ello, el 14 de enero, el cónsul norteamericano Montjoy, el cónsul chileno Del Castillo, el cónsul venezolano Tirado y Ponte, y el cónsul colombiano De Ñeco, firmaron una protesta conjunta ante los “hechos de incendio, saqueo de propiedades valiosas de estranjeros y aun de nacionales, ejecutadas á la faz pública y de las autoridades nacionales”, ya “que cuando fundadamente se esperaba el inmediato desenlace de la cuestion armada para la toma de la plaza de Chiclayo, el restablecimiento del órden en estas Provincias, y que con él quedase garantida la vida y la propiedad, ha seguido un fatal desquiciamiento del órden social, destructor de la propiedad, justificado con el saqueo y el incendio de los establecimientos de los estrangeros Solf y Cª, en Chiclayo, Santiago Feeley, en el Distrito de Jayanca, y el de las haciendas “La Viña,” “Batan-grande,” y “Chocope,” propiedades de nacionales en las que han perdido numerosos empleados estrangeros todos sus efectos; que ademas están amenazadas con igual suerte esta ciudad, los fundos de “Errepon,” “Patapo,” “Molino de Santa Lucia” y otros, propiedad de ciudadanos estrangeros”. Ante la protesta y las notas enviadas por el ministro norteamericano en Lima, general Alvin P. Hoovey, el gobierno suspendió y enjuició al subprefecto de Lambayeque, José Tomás Tello.

El gobierno provisorio del general Diez Canseco por acuerdo de 15 de enero de 1868 dispuso que el arquitecto Manuel José San Martin se constituyese en Chiclayo a fin valorizar los daños inferidos á los edificios por el bombardeo sufrido; el costo de los daños ascendió, según la tasación efectuada, a 73,119 pesos y 5 reales, sin poder hacer una valoración del molino de Solf por haber quedado totalmente reducida a escombros y cenizas, afirmando que "parece que hubo en ella pisos altos, fábricas lujosas, depósitos de toda especie de mercaderías y excelentes máquinas". Ya bajo el gobierno del coronel Balta, se establecerían Comisiones mixtas, una entre el Perú y los Estados Unidos (convención del 4 de diciembre de 1868), y otra entre el Perú y el Imperio Alemán (convención del 26 de octubre de 1872), a fin de acordar el monto de las reparaciones a los extranjeros afectados por los conflictos intestinos peruanos. La lectura de dichos documentos diplomáticos en relación a los saqueos y daños personales (Montjoy reportó palizas a los trabajadores extranjeros, llegando los casos más extremos a un muerto, un inválido por herida de bala, y un trabajador que perdió un ojo a consecuencia de la violencia sufrida) no es ciertamente edificante. Carmen Mc Evoy equiparó las promesas al pueblo chiclayano a las que hizo el mariscal Castilla en la rebelión de 1854 y que condujeron a la creación del departamento de Cajamarca, añadiendo que la recompensa inmediata a los sectores populares fue el saqueo, del cual la jefatura baltista se hizo de la vista gorda, en tanto que para las aterradas y perjudicadas élites, la recompensa sería a través de las reparaciones, cuyo pago saldría de la caja fiscal.

Apenas arribado don Pedro Diez Canseco a Lima, se convenció que sólo la paz le daría prestigio, por lo que se abstuvo de caer en el vicio de perseguir a los enemigos vencidos: no desterró ni enjuició. Triunfó póstumamente el mariscal Castilla: Diez Canseco restauró la Constitución de 1860. Pero en esa óptica jurídica, terminó por retroceder en las reformas del régimen caído, pues declaró nulo y sin valor cuanto hizo Prado en la labor administrativa. Diez Canseco convocó a elecciones y se abstuvo de intervenir en ellas, siendo electo el héroe de Chiclayo, el coronel Balta.

“Para mí no hay vencidos ni vencedores, caídos ni levantados, hombres del Sur ni del Norte. Para mí no hay más que peruanos, porque no soy el caudillo de un bando, sino el Jefe de la Nación”, dijo Balta al asumir el mando. Siguió mostrando un estilo de vida sencillo: cuando se le ofreció ascender a general, prefirió seguir con el grado de coronel. Su obsesión con el progreso material del Perú motivó muchas de sus decisiones. Su gusto por la picante comida norteña le pasó factura con una molesta gastritis; sus arranques de mal humor se hicieron legendarios. Los cuatro años de Balta en Palacio de Gobierno se vieron marcados por la epidemia de fiebre amarilla, un catastrófico terremoto en el Sur en 1868, un devastador Niño en el Norte en 1871, por el polémico contrato Dreyfus, por la masiva construcción de ferrocarriles, por la corrupción de los funcionarios del gobierno, y por la fundación del primer partido político moderno en el Perú. La crisis de sucesión en 1872 hizo que Balta no concluyese su gobierno: faltando menos de una semana para concluir su mandato, la tarde de un viernes sangriento de julio, su cadáver, cubierto con un camisón de dormir, fue dejado en el patio del cuartel San Francisco, acribillado y cosido a bayonetazos, en medio del torbellino de horror que fue la rebelión de los Gutiérrez.

Tarjeta de visita con la imagen del coronel José Balta a caballo.
(Colección Eduardo Dargent Chamot)

Balta evidenció su agradecimiento con el pueblo chiclayano, al preguntar a una multitud lo que deseaban por el esfuerzo desplegado en aquellos días de 1868: templo y teatro fue la respuesta. La vieja Iglesia Matriz había sido dañada en el asedio, por lo que se optó por la construcción de un nuevo templo (la actual Catedral), cuya construcción demoraría más de medio siglo, por lo que Pedro Dávalos y Lissón decía a inicios del siglo XX que era "prueba de la vanidad de los hombres que pidieron y malgastaron tan tristemente en tan innecesaria obra los tesoros de la República". Por otro lado, el teatro de Chiclayo sería un nuevo elemento en la puja con Lambayeque, que ya tenía una instalación similar desde 1851. En alguna ocasión, coincidimos con Dávalos y Lissón en las críticas a ese pedido, cuando se pudo solicitar “agua potable que todavía no la hay y aumento de aguas para los valles”. Balta incluso proyectó la creación del departamento de Lambayeque con capital en Chiclayo, frente a su émula Lambayeque; de hecho, en 1868, se propuso en un gesto de adulación, que las provincias de Lambayeque, Chiclayo y Pacasmayo, formasen el "Departamento de Balta". Qué duda cabe que en las trincheras de Chiclayo, la figura de José Balta había pasado de ser un caudillo regional en un caudillo nacional, cambiando para bien y para mal, los rumbos del Perú decimonónico.

FUENTES CONSULTADAS.

  • Archivo Regional de Lambayeque – Periódicos.
  • Arosemena Garland, Gerardo (1945). El coronel José Balta 1814-1872. Lima: Imprenta del Ministerio de Guerra.
  • Bachmann, Carlos J. (1921). Departamento de Lambayeque: monografía histórico-geográfica. Lima: Imprenta Torres Aguirre.
  • Basadre Grohmann, Jorge (2005). Historia de la República del Perú 1822-1933 (tomo 6). Lima: Editora El Comercio.
  • Bonilla, Heraclio (1977). Gran Bretaña y el Perú: Informes de los cónsules británicos 1826-1919 (tomo IV). Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
  • Dávalos y Lissón, Pedro (1922). La primera centuria: causas geográficas, políticas y económicas que han detenido el progreso moral y material del Perú en el primer siglo de su vida independiente (tomo II). Lima: Librería e Imprenta Gil.
  • Dávalos y Lissón, Pedro (1926). La primera centuria: causas geográficas, políticas y económicas que han detenido el progreso moral y material del Perú en el primer siglo de su vida independiente (tomo IV). Lima: Librería e Imprenta Gil.
  • Diario Oficial El Peruano – años 1867 y 1868.
  • Diario El Comercio – años 1867 y 1868.
  • Díaz Torres, Miguel Ángel. Blog Del baúl bibliográfico lambayecano.
  • Diez Canseco, Ernesto (1950). Los Generales Diez Canseco. Episodios históricos. Lima: Imprenta Torres Aguirre.
  • García y García, Aurelio (1870). Derrotero de la costa del Perú. Lima: Imprenta del Estado.
  • Izquierdo Castañeda, Jorge. Blog Lambayeque: Camino al Bicentenario.
  • Jouanny, L. A. (1867). Atlas del Perú. Lima: P. V. Jouanny Editor.
  • León Barandiarán, Augusto (1949). La guerra de Balta. Lima: Librería e Imprenta Miranda.
  • McEvoy, Carmen (2017). La utopía republicana. Ideales y realidades en la formación de la cultura política peruana (1871-1919). Lima: Fondo Editorial de la PUCP.
  • Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú (1870). Correspondencia diplomática relativa a la Comision mixta peruano-americana establecida por la convención de 4 de diciembre de 1868. Lima: Imprenta Liberal.
  • Miranda, Ricardo A. (1927). Monografía general del Departamento de Lambayeque. Chiclayo: El Tiempo.
  • Palma, Ricardo (1896). Tradiciones Peruanas (tomo IV). Barcelona: Montaner y Simón Editores.
  • Pareja Pfluker, Piedad (2015). Del antiguo esplendor de Lambayeque. Lambayeque: edición de la autora.
  • Quiroz, Alfonso W. (2013). Historia de la corrupción en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
  • Raimondi, Antonio (1874). El Perú (tomo I). Lima: Imprenta del Estado.
  • Riva Agüero y Looz Corswarem, José de la (1874). Memoria que el Ministro de Estado en el despacho de Relaciones Exteriores presenta al Congreso Ordinario de 1874. Lima: Imprenta del Estado.
  • Secretaria de Estado de los EE. UU. (1869). Papers Relating to the Foreign Relations of the United States (parte II). Washington: Government Printing Office.
  • Thorndike, Guillermo (2005). Grau. Caudillo, la Ley (tomo 3). Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú.
  • Vargas Ugarte, Rubén (1971). Historia general del Perú (tomo IX). Lima: Editorial Milla Bartres.
  • Zevallos Quiñones, Jorge (1995). Historia de Chiclayo (Siglos XVI, XVII, XVIII y XIX). Lima: Librería Editorial Minerva.

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