Blog dedicado al estudio de temas históricos y jurídicos peruanos.

martes, 10 de octubre de 2023

Andrés Avelino Cáceres, un siglo después.

Centenario luctuoso del héroe de la Breña.


Hace cien años, la revista Mundial publicaba las siguientes líneas: "el Mariscal Cáceres significaba para el país una bella y gallarda tradición de heroísmo, de estupendo y portentoso amor patrio y de viril espíritu guerrero. El nombre de Cáceres se confunde con la historia nacional y la dá relieves vigorosos. Cáceres es aquel que en la hora de la derrota empuña la bandera de la resistencia heroica. Cáceres el que repite con su empuje indomable las hazañas de Grau y de Bolognesi. Cáceres es el último soldado que en la guerra infausta de 1879 deja el campo al vencedor... Con el Mariscal Cáceres pierde la República al último de sus héroes. Al que encerraba en su apellido toda la historia de la época más intensa de su vida libre. Y porque es tal la pérdida, es que hoy corre de uno a otro ámbito de su territorio un escalofrío de angustia y un hondo sollozo de pesar."

Retrato del mariscal Andrés A. Cáceres, tras su fallecimiento.
(Revista Mundial)

El ritmo de vida se hacía más acelerado. Ley natural de la vida, los hombres de la guerra envejecían y cedían el paso a las nuevas generaciones. Varios de los protagonistas de su generación ya habían muerto: el arrojado Recavarren, el belga La Combe, el leal Borgoño, el carismático Canevaro, su querida esposa doña Antonia. También los rivales emprendían el viaje eterno: el implacable Lynch, el discutido Iglesias, el Califa Piérola, el montonero Durand.

El viejo mariscal vivía alejado de la actividad pública. Desde 1917 acudía a veranear en el balneario de Ancón, cuyo clima le aliviaba los malestares de la arterioesclerosis. A pesar de la enfermedad, Cáceres aún no pensaba en morir, mostrando gran interés en los asuntos políticos. Los periodistas acudían a entrevistarlo en las fechas cívicas, destacando el reportaje que le hizo Ricardo Vega García en el aniversario de la batalla de Tarapacá en 1921.

El mariscal Cáceres con visitantes en su casa de Ancón. A su izquierda, se encuentra sentado don Félix Costa y Laurent, el último sobreviviente de su célebre "Ayudantina".
(vendido en ebay)

El futuro general José del Carmen Marín, que por aquellos años era un modesto cabo de infantería, recordaba la rutina de don Andrés Avelino. Se despertaba temprano, salvo que estuviese acatarrado, pero nunca se quedaba todo el día en cama. Salía a caminar hacia el mediodía, de un extremo a otro del malecón, acompañado por su nieta o por el oficial ayudante, siempre apoyado en un bastón de marapiní, una madera brasileña dura y pesada que elogiaba. Después, entraba a su escritorio, donde leía los periódicos del día, escribía y recibía a sus visitantes; sus lecturas predilectas eran temas de historia clásica e historia militar. Por la noche, jugaba rocambor con sus amigos.

La tarde del martes 9 de octubre de 1923, después del paseo, Cáceres se extrañó ante la fatiga que sentía, pues anteriormente había caminado sin mayores complicaciones. “La culpa de todo, la tienen los años, que es la única valla que, hasta ahora, no he podido salvar para seguir adelante”, comentó el viejo soldado. En la noche, el mariscal llamó a su secretario, teniente Armando Arroyo Vélez, para dictarle una carta para el senador ayacuchano José Salvador Cavero, veterano de la Breña, entonces en Washington. Firmó la carta con pulso un tanto tembloroso, hacia las once y media de la noche, indicando al teniente Arroyo que la depositara en el correo, y que coordinase la salida de un tren expreso hacia Miraflores: “Estoy muy lejos aquí de los centros políticos, y esta circunstancia me tiene impaciente”.

Partida de defunción del mariscal Andrés A. Cáceres.

El secretario se retiró a su alojamiento, mientras Cáceres se retiraba a su cama. Pero a la media hora, un policía despertó al teniente Arroyo, informándole que el estado del mariscal se había agravado de un momento a otro. El teniente regresó raudo a prestarle auxilio, pero encontró al anciano medio incorporado sobre la cama, sostenido por su ordenanza, arrojando bocanadas de sangre. Cáceres apenas pudo ver al secretario, movió la cabeza en gesto negativo y se desplomó. Eran las 12 y 20 minutos del miércoles 10 de octubre de 1923.

Los funerales del mariscal Cáceres fueron con los honores de presidente de la República. Vestido con una sencilla casaca azul y un pantalón rojo, el Soldado de la Breña fue despedido por una gran multitud, que acompañó su recorrido final, desde la Catedral de Lima hasta el Cementerio Presbítero Maestro, el sábado 13 de octubre de 1923.
(revistas Mundial y Variedades)

Los restos del mariscal Cáceres fueron depositados en la Cripta de los Héroes de la Guerra de 1879. Por Resolución Legislativa N° 4763 del 31 de octubre de 1923, se dispuso guardarlos en un sarcófago central en la Cripta, donde yacen hasta la actualidad.
(fotografía del autor, 2015)

Testigo, actor y símbolo de una época.

Estampilla emitida en 1918, retratando al general Cáceres.
(colección del autor)

La vida de Andrés Avelino Cáceres Dorregaray recorrió más de medio siglo de historia nacional. Nació en Ayacucho en los días de la Confederación Perú-Boliviana, meses después de la derrota y fusilamiento de Salaverry por las fuerzas bolivianas de Santa Cruz. Murió en Ancón, gobernando Leguía, meses después de las manifestaciones de mayo de 1923 que hicieron célebre al joven estudiante Haya de la Torre. Casi ochenta y siete años.

Retrato del general Andrés Avelino Cáceres por el pintor Nicolás Palas.
(Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia)

Su carrera militar fue distinta de muchos de los militares peruanos del siglo XIX. Lejos de ascender por influencias políticas, Cáceres inició su vida militar como subteniente en 1854, y ganó sus ascensos por mérito en el campo de batalla hasta llegar a coronel en 1875, general de brigada en 1881, general de división en 1886 y mariscal del Perú en 1919. Combatió bajo las órdenes de Castilla y San Román, a los que elogió en su vejez, como “los dos militares más grandes que ha tenido el Perú”. En el Dos de Mayo, dirigió el Fuerte Ayacucho y puso fuera de combate a la fragata española Berenguela. En 1874, siendo segundo jefe del batallón Zepita, frustró a balazos un motín contra el gobierno civil de Manuel Pardo, siendo ascendido a primer jefe de dicho cuerpo. Prefecto del Cuzco en 1877, mostró gran interés en la defensa de la población indígena y en la difusión de la educación. Toda esa meritoria labor, pareciera, en retrospectiva, no haber sido más que la preparación para su momento clave: la guerra de 1879.

Al frente del batallón Zepita, Cáceres hizo la campaña del sur: San Francisco, Tarapacá, el Alto de la Alianza. Destacó en la defensa de Lima, comandando el centro de la línea de San Juan y el flanco derecho en Miraflores. Herido en una pierna, debió esconderse mientras los chilenos ingresaban a Lima. Lejos de amilanarse ante la derrota, cuando lo “sensato” habría sido la capitulación, cuando el aparato del Estado había quedado virtualmente destruido, cuando el ejército profesional y las milicias urbanas habían sido arrasadas en cruentas batallas, Cáceres mantuvo la voluntad de seguir en la brega y emprendió la tarea titánica de juntar tropas, entrenarlas, conducirlas, obtener dinero, armas y acémilas, espiar al enemigo y frenar sus avances, estudiar el terreno, vigilar el campo, saber cuándo y dónde atacar, mantener el orden en las retiradas; en una palabra, la tarea de levantar la bandera de la resistencia. Lejos de ser obra de un poder central, La Breña fue obra popular, galvanizada por un caudillo carismático, el “taita” con quien la población indígena se vinculó de forma tan emocional, que daba la vida por su causa. Basadre apuntaría que el Soldado de la Breña hizo la tarea de muchos hombres, y que por momentos, “en el Perú no relucía oro de más quilates que la espada de Cáceres”.

Junto con el mariscal Cáceres, figuró su esposa, doña Antonia Moreno, quien yace también en la Cripta de los Héroes. "Patriota abnegada, invencible, astuta, valerosa, serena, esta dama fue la heroína, uno de los principales factores de aquella gloriosa campaña que el Perú recuerda con orgullo y que se llama La Breña", escribiría Abraham Valdelomar en su recuerdo.
(Biblioteca Nacional del Perú)

La hija del mariscal, Zoila Aurora Cáceres, escribiría que era “necesario tener presente la psicología del indio, su idiosincrasia y tradición, para comprender cómo pudieron el general Cáceres y su Ejército realizar la campaña de La Breña, que más que una realidad semeja un cuento prodigioso”.

Lamentable es el olvido que el Estado peruano ha hecho de aquellos bravos “montoneros”, peruanos de todas las sangres, que mantuvieron en alto el pabellón nacional. Viejos soldados como Manuel Tafur y Pedro Silva, marinos sin barcos como Luis Germán Astete, catedráticos fuera del claustro como Emiliano José Vila, sacerdotes como Eugenio Ríos y Buenaventura Sepúlveda, pequeños propietarios como Ambrosio Salazar, extranjeros como Ernesto La Combe, modestos campesinos como Aparicio Pomares, mujeres como Leonor Ordóñez y la misma esposa de Cáceres, Antonia Moreno.

Cáceres siempre rechazó la versión de que sus tropas eran “montoneros” o tropas irregulares al margen del derecho de guerra de la época (argumento que usó el ejército chileno para cohonestar la ejecución de prisioneros en Huamachuco), afirmando que el “Ejército del Centro” bajo su mando, fue una unidad orgánica, compuesta, en parte, de veteranos, habiéndole servido los guerrilleros solamente de tropas de choque. Y con tales elementos y hombres, Cáceres logró alargar la guerra, hostigar sin descanso al invasor, triunfar en Pucará, Marcavalle y Concepción; aún derrotado en Huamachuco, se negó a aceptar la derrota y formó un nuevo ejército antes de la noticia de la paz de Ancón.

González Prada, que lo criticó como gobernante, no dejó de reconocer su gloria como jefe de la Breña: “Hace frente a los enemigos de fuera y a los traidores de casa. Palmo a palmo defiende el territorio, día a día expone su pecho a las balas chilenas y peruanas. No se fatiga ni se arredra, no se abate ni se desalienta. Parece un hombre antiguo, vaciado en el molde de Aníbal. No es el cobarde que abandona el poder para salvar la vida, ni el ladrón que se escurre por llevarse el talego”.

Pintura de Alberto Zevallos ilustrando una recepción cívica realizada en Arequipa en honor al general Cáceres en 1886.
(Ministerio de Relaciones Exteriores)

Pero al sobrevivir a la guerra, el guerrero se convirtió en caudillo. Y es una crítica reiterada por González Prada, Basadre, y hasta por el general Marín: de haber sucumbido Cáceres en Huamachuco, el Perú habría contado con una trinidad gloriosa, formada por Grau, Bolognesi y Cáceres. Y ciertamente se puede compartir esa opinión: la actuación política de Cáceres, que lo llevó a la Presidencia en dos ocasiones, en 1886 y en 1894, enfocada en la necesaria reconstrucción del país, no estuvo exenta de polémicas, especialmente por el contrato Grace para la cancelación de la deuda externa o la forma violenta en que terminó su segundo gobierno ante las fuerzas pierolistas en 1895, con excesos nauseabundos por parte de la prensa opositora, y hasta el pedido de eliminarlo del escalafón.

Calmadas las pasiones, Cáceres regresó al Perú y a la actividad política, como ministro plenipotenciario en Italia y Alemania. Buscando la concordia nacional, impulsó la Convención de Partidos de 1915, que designó a José Pardo y Barreda como candidato a la presidencia de la República. Y luego, respaldó a Leguía en su retorno al poder en 1919; de hecho, Leguía juró la presidencia provisoria ante el viejo Cáceres, al que prometió resolver el problema con Chile.

El 8 de mayo de 1922, el presidente Leguía colocó la primera piedra de un inmueble para ser vivienda para los últimos años del mariscal Cáceres, y luego como sede de un Museo de la Breña. La muerte de Cáceres impidió tal propósito, y el edificio terminó siendo sede de la Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia, Vencedores el 2 de mayo de 1866 y Defensores Calificados de la Patria. Como recuerdo del propósito inicial del inmueble, un mosaico recuerda el momento en que el Soldado de la Breña recibió el bastón de mariscal, durante la Jura de la Bandera el 6 de junio de 1920.
(Datos de Lima - Facebook)

Ascendido a mariscal en 1919, el Soldado de la Breña falleció cuatro años después en medio del pesar nacional. Su imagen sería utilizada por los sucesivos gobiernos y por grupos políticos, en base a tres facetas: el militar de carrera, el caudillo cercano al indio, y el político de la reconstrucción. Pero ante todo, Cáceres fue un peruano que nunca aceptó que el Perú quemase su último cartucho: “El Perú será grande, el Perú será lo que debe ser, si todos los peruanos nos resolvemos virilmente a engrandecerlo”, dijo en 1916, frases que, a un siglo de su partida terrenal, aún no pierden actualidad.

Retrato del mariscal Andrés Avelino Cáceres, pintado por Fernando Saldías, que lo muestra luciendo las condecoraciones ganadas en su carrera militar y en la actividad diplomática.
Del pecho penden las medallas peruanas del Dos de Mayo, Tarapacá, Pucará y Marcavalle, y la boliviana del Dos de Mayo. Debajo, se aprecia la Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar (España), la Orden del Libertador (Venezuela), la Gran Cruz de la Orden de la Cruz del Sur (Brasil) y la Orden de la Corona de Prusia (Alemania). La banda que cruza el pecho del mariscal es la de la Orden del Mérito Militar (España). En la manga izquierda, un parche indicando que combatió en el Fuerte Ayacucho durante el combate del Dos de Mayo.
(Congreso de la República)

No hay comentarios:

Publicar un comentario