Blog dedicado al estudio de temas históricos y jurídicos peruanos.

jueves, 19 de septiembre de 2024

Las provincias de Lambayeque y Chiclayo en "El Perú" de Raimondi (1874)

Bicentenario del sabio Antonio Raimondi.


Antonio Raimondi ocupa una posición prominente entre quienes se dedicaron a la investigación científica en el Perú. Durante las cuatro décadas que el sabio italiano vivió en el Perú, hizo de la exploración de la naturaleza y geografía peruana, el objeto de su vida y el motivo de sus esfuerzos. Es lamentable que su bicentenario natal, transcurra mientras arden nuestros bosques amazónicos, aquellos en los que el sabio tenía tanta esperanza para el futuro del Perú, en medio de una inconcebible indolencia.


Retrato del sabio Antonio Raimondi.
(publicado en L’Italia al Peru: Rassegna della vita e dell’opera italiana nel Peru)

Giovanni Antonio Raimondi Dell’Acqua nació en Milán, capital del reino lombardo-véneto bajo dominio austríaco, el 19 de septiembre de 1824. Nacido en una familia dedicada a la panadería, el joven Antonio tuvo inclinación temprana por los viajes y el estudio de las ciencias naturales, teniendo una formación en gran parte autodidacta, puesto que cuando viajó al Perú, carecía de algún grado académico o profesional. “Después de haber pasado revista a todos los puntos de Sur-América, me pareció que el Perú era el país menos conocido hasta hoy. Además, su proverbial riqueza, su variado territorio que parece reunir en sí, en los arenales de la Costa, los áridos desiertos del Africa; en las dilatadas Punas, las monótonas estepas del Asia; en las elevadas cumbres de la Cordillera, las frígidas regiones polares; y en los espesos bosques de la Montaña, la activa y lujosa vegetación tropical, me decidieron a preferir el Perú como mi campo de exploración y de estudio”, escribiría después.

El 28 de julio de 1850, el joven italiano arribó al Callao. Protegido por el célebre doctor Cayetano Heredia, trabajó en el Museo de Historia Natural del Colegio de la Independencia, y luego pasó a dictar clases, a la par que empezó a emprender viajes financiados con sus recursos, hasta que en 1858, se aprobó un apoyo del Estado, encargando su cátedra de Botánica al doctor Miguel Colunga, quien sería su asiduo corresponsal e informante de las noticias en Lima.

Durante 19 años, entre 1851 y 1870, Raimondi recorrió los diversos rincones del Perú a pie, a caballo, a mula, a canoa y a vapor, a través de más de cuarenta mil kilómetros, tomando notas sobre la geografía, el clima, los recursos naturales, las ruinas arqueológicas, en la costa, en la sierra y en la selva. El profesor italiano había recorrido la costa entre Chilca y Huarmey (1851), la selva de Chanchamayo (1853 y 1855), los desiertos de Tarapacá (1853-1854), la zona de Tingo María (1857), la sierra central y sur (1858), la costa norte hasta el Amazonas (1859-1860), las serranías de Lima y Huánuco (1861), nuevamente la sierra central (1862), la costa y sierra sur (1863-1865), la sierra de Junín y Huancavelica (1866), y por último, la selva central y la costa norte hasta llegar por el Amazonas a la frontera con Brasil (1867-1869).

Grabado inserto en la obra de Raimondi, ilustrando el recorrido en el pongo de Manseriche en la selva peruana.
(publicado en el tomo II de El Perú)

Al recordar sus primeros viajes a la selva peruana, el naturalista italiano escribió: "Largo tiempo quedé absorto, contemplando ese enjambre de variados vegetales; me parecia no tener ojos suficientes para verlo todo y abrazar de un solo golpe su admirable conjunto; al mismo tiempo pasaban por mi mente los sueños de mi niñez, y tan viva era la sensacion que experimentaba, que todas las descripciones de la vegetacion tropical que habia leido en Europa, me parecian un débil reflejo comparado con la realidad". Una de esas frases ha sido utilizado recientemente por el Banco Central de Reserva para la moneda conmemorativa del bicentenario de Raimondi.

Raimondi apuntaría al recordar las fatigas de sus viajes: “¡Desgraciado del viajero que se pusiera ciegamente en marcha, confiado en la pequeña distancia que se observa entre dos lugares en un mapa! Correría muchas veces riesgo de ser sorprendido por una noche obscura, en la cumbre de elevados cerros enteramente despoblados y expuestos á un frío glacial”, expresando páginas después, su emoción de viajero: “Si es verdad que mucho había sufrido, recorriendo aquel mundo primitivo, puedo también decir que mucho había gozado; puesto que allí se habían verificado del modo más completo, los sueños de mi infancia, de ver aquellos empinados cerros, torrentosos ríos e impenetrables bosques en su estado más virgen, sin huella alguna de la civilización del hombre”.

El conocimiento que Raimondi trabó con la población indígena llegó a tal nivel, que años después, los indígenas lo visitaban en su casa cerca de la plaza Santa Ana en Lima para llevarle muestras naturales y minerales. Aunque criticó el uso de los indígenas como cargueros, Raimondi lo vio como un mal necesario puesto que "sin su auxilio el viajero científico no podría alejarse de lo poblado, para recorrer regiones desconocidas", asombrándole la resistencia del hombre andino ante tales fatigas. También apuntó Raimondi, los problemas con los indígenas "salvajes", que "no han recibido de la civilizacion sino agravios", lo que explicaba odios y venganzas; por eso, insistía en entrar en relaciones amistosas con ellos, "haciéndoles entender que el objeto de su viaje no es hacer mal á nadie, sino el de buscar plantas y animales para remedio, pues sería inútil hablarles de ciencia, palabra que para ellos carece enteramente de sentido".


Una de las grandes obsesiones de Raimondi fue la elaboración de un mapa preciso del Perú, con las fronteras delimitadas hacia el oriente. Sobre la base del mapa hecho en 1877, Raimondi preparó una edición más detallada en 32 fojas, edición que sería póstuma puesto que terminó de publicarse en 1897.

El naturalista alemán August Weberbauer manifestó que "Hasta nuestros días, ningún hombre de ciencia ha conocido al Perú tan profundamente como Raimondi"; la admiración del científico alemán llegó al punto de dedicar su monumental obra fitogeográfica El Mundo Vegetal de los Andes Peruanos, "A la memoria de Antonio Raimondi". Y es que Raimondi también sentó las bases de la botánica peruana con sus Elementos de botánica aplicada a la medicina y a la industria en los cuales se trata especialmente de las plantas del Perú (1857).

Concluidos sus viajes, Raimondi se estableció en Lima para organizar sus colecciones y preparar una obra que plasmase todo lo que recorrió en nuestro país, además de otros trabajos sobre el guano, el salitre, los minerales de Ancash, y las aguas termales de Arequipa, escritos en su calidad de consultor del Estado. De las 195 libretas de apuntes manuscritos del sabio, más de 60 se conservan en el Archivo General de la Nación, siendo la base para la elaboración de su obra. Algunos de sus mapas, como los que hizo de las ciudades de Cajamarca, Tarapoto y Chachapoyas, serían incorporados al célebre Atlas de Paz Soldán.

La gran obra que proyectaba Raimondi tendría el sencillo título de El Perú. Por Resolución Legislativa de 28 de enero de 1869, se autorizó al Ejecutivo "para que entendiéndose con D. Antonio Raimondi, proceda á la publicacion de los trabajos de este sobre la Geografía, Geología é Historia Natural del Perú. Los gastos que la impresion demande se harán de cuenta del Estado"; además, se autorizó la compra de las colecciones científicas reunidas por Raimondi para constituir un museo. A tal respecto, don Antonio manifestaba agradecido: "No basta, pues, que haya hombres que dediquen su existencia al estudio de un país: es preciso tambien que haya un gobierno que sepa apreciar esta clase de trabajos, y les conceda su poderoso valimiento, para que estos no permanezcan estériles".

La principal obra de Raimondi fue, que duda cabe, la monumental El Perú, publicada en cinco tomos entre 1874 y 1913; los dos últimos volúmenes fueron póstumos. La obra ha sido reeditada en cinco ocasiones, destacando las ediciones facsimilares publicadas en 1965 y 1983 por la Universidad Nacional de Ingeniería.

Con tal respaldo, la Imprenta del Estado publicó en 1874 el primer tomo de El Perú, donde se recogió los viajes y observaciones de Raimondi, bajo el título de Parte Preliminar. En ese volumen, el sabio ofreció reflexiones sobre el desarrollo peruano, consejos para los futuros viajeros e investigadores científicos, dedicando la obra a la juventud peruana. Atormentado por la posibilidad de que la vida no le alcanzase, Raimondi manifestaba la esperanza al ver "despertarse entre los jóvenes del país el amor á las ciencias físicas y naturales".

Al publicar El Perú, el sabio Raimondi dedicó su obra a la juventud peruana, expresando en vibrantes palabras su esperanza en el porvenir nacional.

El segundo y tercer tomo, publicados en 1876 y1879 respectivamente, sintetizaban la historia de la geografía peruana. Estuardo Núñez apuntó a tal respecto, que Raimondi comprendió "antes que nadie la necesidad de estudiar y esclarecer los aportes de los viajeros que recorrieron el Perú en distintas épocas y escribieron sus impresiones y formularon sus observaciones sobre el país", siendo su labor el primer esfuerzo de tal índole realizado en el Perú, utilizando la bibliografía extranjera existente sobre la materia; el joven Pablo Patrón publicó una crítica constructiva a la obra de Raimondi, llamando la atención sobre fuentes olvidadas o ignoradas por el sabio milanés.

Los dos últimos tomos, editados en 1902 y 1913, fueron póstumos y versaron sobre estudios mineralógicos y geológicos. Y es que la guerra con Chile frenó la publicación de El Perú, llevando al sabio a momentos depresivos: “He dedicado mi vida al Perú, pero desgraciadamente los años pasan sin poder adelantar como yo quisiera a la tarea que me he propuesto de dar a conocer al mundo a este privilegiado país” escribió en una carta al presidente Iglesias en 1883.

La preocupación por el destino de su patria adoptiva, y la protección de sus colecciones naturales, no hicieron que Raimondi perdiese su fe en el Perú: “estoy plenamente convencido que ninguna época es mas propicia que la actual para dar á conocer las grandes riquezas naturales del Perú, las que bien esplotadas pueden ser fuentes de lucrativas industrias para sus habitantes y de engrandecimiento para el país”. Cuando don Ricardo Palma emprendió la reconstrucción de la Biblioteca Nacional, Raimondi donó varios ejemplares de sus obras y un libro de Aristóteles editado en 1605. Con el respaldo del gobierno, Raimondi continuó trabajando en la preparación de sus mapas, posponiendo temporalmente la continuación de El Perú; esperando recuperarse de sus males físicos, viajó al norte, al cuidado de un compatriota médico. El afecto que aquel italiano alto y encorvado, sencillo y empeñoso, ganó en la sociedad peruana, se manifestó con el hondo pesar que causó el fallecimiento de don Antonio en San Pedro de Lloc la noche del 26 de octubre de 1890.

En 1877 se pidió a Raimondi, una apreciación sobre el Perú, texto que fue inserto en El Autógrafo Americano. Colección de facsimiles de Americanos Notables en las letras, las artes y la política (1878).
El Perú
No sin razon la palabra Perú es casi sinonimo de riqueza, en el viejo mundo; pues, muy pocos países, ó tal vez ninguno, ha sido colmado de mayores dones, que este por la munificente Naturaleza.
Si es en la Costa, bajo un manto de árida arena se oculta un suelo virgen y fecundo, que no pide sino un poco de agua (posible de obtener en varios puntos) para cubrirse de una lujosa vegetacion.
Si dirigimos una mirada hacia el interior, vemos unas elevadas cordilleras repletas de útiles y preciosos metales, que han derramado en el antiguo Continente fabulosas riquezas y que darán otras mayores, cuando se proteja el importante ramo de minería, alumbrandolo con la gran antorcha de la ciencia.
Hasta las inmensas masas de nieve que coronan los encumbrados picos de la Cordillera constituyen una gran riqueza; pues el agua que produce por su derretimiento, descendiendo por la ley natural de gravedad, hacia la Costa, desde una altura mayor de 5000 metros, á mas de su accion vivificante en los sedientos terrenos de esta última region; encierra una incalculable y valiosa fuerza motriz, que será sin duda utilizada algun dia para distintas industrias.
Por último ¿Que diremos de la región oriental del Perú, de aquella gran extension de terreno cubierto de vírgenes bosques; de aquel mundo desconocido, emporio de mil valiosas producciones, y cruzado de innumerables ríos, que ofrecen un medio fácil de exportacion y comunicacion con el Atlantico? Diremos, que allí está encerrado el porvenir de las futuras generaciones del Perú.
Lima Octubre 1 de 1877.
A. Raimondi. 

El recorrido de Raimondi por las provincias de Lambayeque y Chiclayo.

Desde septiembre de 1867, Raimondi emprendió viaje al norte del Perú, recorriendo los departamentos de Ancash, La Libertad (donde se incluían aún las provincias de Lambayeque y Chiclayo) y Piura. El 6 de junio de 1868, el sabio italiano dejó la provincia de Pacasmayo y llegó a la hacienda de Ucupe a través de “terrenos áridos, pero siempre con algunas matas de varias especies de Capparis, conocidas en el lugar con los nombres vulgares de Zapote de perro, Zapotillo ó Yunto y Bichayo, y con algarrobos muertos que permanecen parados en su posicion natural”.

Portada de la Libreta N° 57, donde Raimondi apuntó sus impresiones durante el viaje por el departamento de La Libertad.
(Apissek: Círculo de Didáctica de la Geohistoria)

Los cultivos de algodón, azúcar y arroz en Ucupe le motivaron reflexiones optimistas: “Tambien Ucupe seguía el movimiento de reforma y progreso que se habia despertado en el valle de Chicama; tambien aquí se iba sustituyendo á los motores de sangre la poderosa y económica fuerza del vapor, que da movimiento á los grandes cilindros de fierro que sirven para moler la caña, y á los ruidosos pilones para el beneficio del arroz”, para luego seguir viaje a Eten.

Los médanos en el desierto, escribía Raimondi, “á pesar de su aridez sirven de alguna distracción; pues el viajero tiene en ellos un objeto donde fijar su vista, mirando siquiera su caprichosa forma semi-circular, cuya convexidad indica el lado por donde sopla el viento dominante que se levanta todos los dias por la tarde en la desierta costa del Perú”.

Fotografía de los apuntes de Raimondi en Eten. Nótese el dibujo a mano alzada de las piedras de las Campanas realizado por Raimondi en el Morro de Eten.
(Apissek: Círculo de Didáctica de la Geohistoria)

Las peculiaridades de la población de Eten llamaron la atención del italiano: “hablan un idioma distinto de los demas Indios del Perú, tienen costumbres especiales, no se mezclan con las demas razas y se mántienen desde tiempo inmemorial como aislados”. Raimondi llegó en medio de la epidemia de fiebre amarilla, lo que le impidió indagar más detalladamente el origen de la población de Eten. Y es que por aquellos años, se decía que en Lima, un chino y un vecino de Eten se entendieron perfectamente, rumor recogido aunque con dudas por el polígrafo Mateo Paz Soldán. De lo que pudo indagar Raimondi, y de las breves conversaciones sostenidas con el cura de Eten, Dr. Manuel Farfán, ajetreado en auxiliar a sus feligreses enfermos de fiebre amarilla, el italiano consideró “absolutamente falso que los Chinos hablan en su lengua con los habitantes de Eten, y que se comprendan mutuamente Chinos y Etanos”.

Tras pasar por Monsefú, el 8 de junio, Raimondi llegó a Chiclayo, la que “acababa de salir de los dos peores azotes que afligen á la humanidad”: la guerra que el coronel José Balta ganó en las trincheras chiclayanas y la epidemia de fiebre amarilla, que según el sabio, había causado mil víctimas en una población de diez mil habitantes. Los profesores Arraiza y Ayasta se sorprenden al contrastar las amplias observaciones de Raimondi sobre Chiclayo en sus libretas, frente a la parquedad sobre el tema en El Perú. En sus libretas, Raimondi plasmó interesantes perspectivas. Si bien apreció condiciones para la prosperidad y engrandecimiento de la ciudad gracias a su agricultura fértil, sus apuntes relatan la ruina de los edificios tras la sublevación de Balta y el asedio que concluyó el 7 de enero de 1868. La iglesia, "bastante bonita", anotó Raimondi, tenía tres naves, pero su interior era simple y se hallaba dañada tras el bombardeo. Del molino de Solf, apenas se veían algunas paredes tras el saqueo e incendio a que fue sometido tras el triunfo de Balta. Muchas casas "han tenido paredes derrumbadas, puertas acribilladas de balazos y han sufrido que más que menos por el bombardeo".

En Chiclayo, el sabio italiano fue visitado por el hacendado Manuel María Izaga, y durante la conversación, Raimondi recordaría al día siguiente en carta a don José del Carmen Baca, un mensajero de Pucalá informó a Izaga del asesinato de su hermano Rosendo a manos de los trabajadores chinos de la hacienda. Este incidente, dada la fecha, sin duda debió estar vinculado con una serie de actos violentos contra los chinos en varias haciendas lambayecanas. Así, en julio de 1868, poco antes de la asunción al mando del coronel Balta, se denunciaron hechos de violencia contra los chinos en la hacienda Capote, que según los documentos, parecieron ser falsos. Y al año siguiente, el subprefecto de Chiclayo marchó hacia la hacienda Pátapo, donde se produjo "una sublevacion de asiáticos y peonada, de carácter y proporciones alarmantes", que causó "6 muertos y 14 heridos asiáticos y 6 heridos paisanos". El incidente surgió debido a choques entre los peones nacionales con el administrador, que sacó en su defensa a los peones asiáticos. Este tema amerita una mayor investigación que sale de los límites de estos apuntes.

Fotografía de Lambayeque tomada a principios del siglo XX por el arqueólogo alemán Max Uhle, digitalizada por el Instituto Ibero-Americano.
(Archivo histórico de Lambayeque - Facebook)

El 10 de junio, el italiano llegó a Lambayeque, escribiendo un célebre contraste entre ambas ciudades: “si actualmente Chiclayo progresa todos los dias, Lambayeque va al contrario, decayendo un poco”, añadiendo una sombría reflexión: “La poblacion de Lambayeque tiene en el rio que la baña su ruina y su sentencia de muerte, hallándose amenazada casi todo los años con inundaciones; y se cuentan casos en que el agua ha invadido una gran parte de la ciudad”. Faltaban pocos años para el desastre lambayecano de 1871. Sorprendía a Raimondi que pese a estar rodeada de “charcos y pequeñas lagunas de agua estancada”, Lambayeque no fue atacada por la fiebre amarilla que arrasaba las poblaciones cercadas.

Retrato del hacendado chiclayano Manuel María Izaga y Arbulú (1831-1907), propietario de la hacienda Pucalá, quien sería alcalde de Chiclayo (1875) y senador por Lambayeque (1886-1895), impulsando la elevación de la villa de Monsefú a la categoría de ciudad (1888). Amigo del sabio Raimondi, este lo describió como "uno de los jovenes peruanos que mas aprecio y por el haría cualquier sacrificio".
(Antiguas Fotos de Chiclayo - Facebook)

Acompañado por Izaga, Raimondi realizó diversas excursiones en los alrededores de la población, visitando la huaca Chotuna y las ruinas denominadas Lambayeque-viejo. En este último lugar, contrariando la tradición de una población anterior al Lambayeque actual, el sabio halló “las ruinas de una pequeña iglesia y de algunas paredes situadas mas allá; pero bien por falsedad de la tradicion, ó por que el pueblo fue muy reducido, lo cierto es, que no se notan sino unas pocas paredes, que parecen haber pertenecido á una sola casa”.

Postal de principios del siglo XX ilustrando la hacienda Pátapo.
(Antiguas Fotos de Chiclayo - Facebook)

Tras visitar Mórrope, Pátapo, Capote, Picsi y Tumán, Raimondi arribó a Pátapo, “la reina de las haciendas del valle de Lambayeque”, propiedad del chileno José Tomás Ramos, y luego a Pucalá, hacienda arrocera de propiedad de Izaga. De allí, siguió viaje a Chongoyape, poblado de “temperatura muy elevada”. La vegetación, apreció Raimondi, “aunque no muy abundante, es enteramente distinta de la de la parte Sur y central del Perú; notándose ademas de numerosos arbustos de Capparis, algunos de los cuales forman coposos arbolillos que ofrecen una protectora sombra, unas hermosas matas de Bougainvillea peruviana, engalanadas con muchísimas flores de color rosado, que en el país llaman Papelillo, y unos espinosos arbustos de Parkinsonia con su tronco revestido de un velo de materia cerosa de color verde, que impidiendo la evaporacion, hace que puedan crecer con lozanía en un terreno muy escaso de agua”.

Oficinas de la maquinaria de la hacienda Pucalá a principios del siglo XX.
(Antiguas Fotos de Chiclayo - Facebook)

A través de las serranías, Raimondi se internó en el departamento de Cajamarca, donde recorrió la ciudad de Cajamarca y sus alrededores, además de los minerales de Hualgayoc y Chilete, para luego bajar a la costa a través de Niepos, Nanchó y Culpón, a través de “un llano seco con árboles de palo santo (Guaiacum), y zapote (Capparis)”.

Grabado inserto en la obra de Raimondi, ilustrando las ruinas incaicas en Cajamarca.
(publicado en el tomo II de El Perú)

Este camino condujo al sabio a las ruinas de Saña; si un viajero se preguntase por el cataclismo de Saña, reflexionaba un apesadumbrado Raimondi, “comprenderá luego que esta accion destructora es debida á aquel devastador é incontenible elemento, el agua, que da la vida y la muerte al mismo tiempo, transformando un desierto en un lugar habitable y de delicias, con su accion lenta, benéfica y vivificadora; y causando la desolacion, la ruina y la muerte, cuando se arroja de improviso sobre un lugar lleno de actividad y de vida”.

Tras pasar por los “ruinosos ranchos” de Reque, asolados por la fiebre amarilla, el 3 de agosto de 1868, Raimondi regresó a Lambayeque, notando el cambio invernal del clima, una realidad que para el lector actual no seria sorprendente: “hallé su clima enteramente cambiado, tanto las mañanas como las tardes el cielo se hallaba cubierto y se experimentaba una sensacion de frio. Al caer el sol se levantaba un viento frio del Sur que duraba toda la noche”. Días después, el 13 de agosto, mientras un devastador terremoto arrasaba el sur peruano, don Antonio apuntó un constante aumento en la presión atmosférica y los maretazos intensos en San José.

El 18 de agosto, Raimondi viajó a Ferreñafe, siguiendo por Mochumí, Túcume, Illimo, Pacora, Jayanca, Motupe y Olmos. Luego viajó a las haciendas de Mayascón y de Batán Grande, destruida por “un bárbaro acto de venganza de los habitantes de Motupe y Jayanca, los que en la creencia de que los hacendados les habian quitado unos terrenos, y ademas retenian el agua en sus haciendas, aprovechando del trastorno político, en que se hallaba entonces el país, se dirigieron en masa á dicho punto, incendiando los cercos y las casas de las Haciendas de Batan-grande y la Viña, dispersando á los Chinos, quemando las pacas de algodon y llevando por todas partes la devastacion y la ruina”.

Tras pasar por Tocmoche y Cachén, Raimondi llegó a Incahuasi, donde “no pude notar ningun resto de edificio que justifique el nombre”, criticando la superstición de los pobladores que “tienen una especie de temor á las lagunas de la Cordillera”, continuando viaje al departamento de Piura a través de Canchachalá y Penachi.

Folio N° 11 del mapa del Perú proyectado por Raimondi, editado en el taller de los Hnos. Ehrard en París, ilustrando la costa del departamento de Lambayeque.
(Archivo histórico de Lambayeque - Facebook)

FUENTES CONSULTADAS.

  • Apissek: Círculo de Didáctica de la Geohistoria. https://apisseklambayeque.blogspot.com/
  • Basadre Grohmann, J. (2005). Historia de la República del Perú 1822-1933 (tomo 1). Lima: Editora El Comercio.
  • Bustos Chávez, C. D. (1990). La vida y obra del sabio Antonio Raimondi Dell'Aqua. Lima: CONCYTEC.
  • Inglesi, P.; Inglesi, S.; La Torre Silva, R. (2005). Antonio Raimondi. Mirada íntima del Perú. Epistolario 1849-1890. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú – Banco Central de Reserva del Perú.
  • Núñez Hague, E. (1989). Viajes y viajeros extranjeros por el Perú. Lima: CONCYTEC.
  • Sacchetti, A. (1906). L’Italia al Peru: Rassegna della vita e dell’opera italiana nel Peru. Lima: Litografía y Tipografía Carlo Fabbri.
  • Tauro del Pino, A. (2001). Enciclopedia ilustrada del Perú. Lima: PEISA.
  • Vargas Ugarte, R. (1971). Historia general del Perú (tomo IX). Lima: Editorial Milla Bartres.
  • Weberbauer, A. (1945). El Mundo Vegetal de los Andes Peruanos. Lima: Ministerio de Agricultura.

martes, 6 de agosto de 2024

Bicentenario de la batalla de Junín

“Espadas cual centellas / fulguran en Junín”.


Este 6 de agosto se conmemora, en medio de la tensión política que vive el Perú desde hace varios años, el bicentenario de la victoria de la caballería patriota en la pampa de Junín. Estas breves líneas sirven como homenaje a la caballería peruana, que pese al menosprecio sufrido, se cubrió de gloria aquella tarde de 1824.

Plano de la batalla de Junín, dibujado por el capitán Juan Basilio Cortegana, veterano de la independencia, en sus memorias recientemente publicadas.
(publicadas en la Historia del Perú de Cortegana)

A su llegada al Perú en septiembre de 1823, el general Simón Bolívar, presidente de Colombia, se enfrentó a un ambiente político complejo, con divisiones internas entre los líderes patriotas. En febrero de 1824, el motín del sargento rioplatense Moyano entregó las fortalezas del Callao a las fuerzas realistas, siendo Lima ocupada por los generales Monet y Rodil. Ante el peligro, el Congreso nombró a Bolívar Dictador del Perú por un año, con poderes extraordinarios para enfrentar la crisis, disolviéndose para dejarle manos libres.

La organización del Ejército Unido Libertador.

Desde Trujillo, el Libertador tomó las medidas necesarias para reorganizar el ejército. "Se puso en ejecución, como en los días de los incas, una organización por regiones. Así, Lambayeque y Piura debían proporcionar calzado para la tropa; Huamachuco, vestidos y monturas; Trujillo, jabones, aceite, lienzos y tocuyos para camisas; Cajamarca, cordel late y bayetas para pantalones; Chota, Jaén y Chachapoyas, lana y cueros. Hojas de lata, jaulas de alambre, clavos de las sillas y otros objetos fueron reunidos para ser utilizados en el equipa miento del ejército. Los armeros, herradores y todos los demás artesanos llegaron a ser requisados para que trabajaran en maestranzas y talleres. Ganados, caballos, mulas, entraron también en los suministros", diría don Jorge Basadre.

Sin embargo, la opinión que Bolívar tenía sobre los peruanos era desdeñosa, tras las pugnas sostenidas con los expresidentes Riva Agüero y Torre Tagle, afirmando que los peruanos “eran unos cobardes y que, como pueblo, no tenían una sola virtud varonil”. Para Bolívar, la caballería colombiana “es invencible”, la realista “buena”, y la peruana “inferior a la realista”, por lo que ordenó arbitrariamente entregar los caballos peruanos a los escuadrones colombianos, asignando a los jinetes nacionales caballos costeños, poco aptos para los parajes serranos. La acción de Junín demostraría lo erróneo del apasionado juicio del caraqueño: sin los hombres reclutados en el Perú, sin el dinero y joyas entregados (de grado o fuerza), sin el equipo y material de guerra fabricados en el norte peruano, sin las montoneras acosando a los realistas, no se habrían logrado las victorias finales de la independencia.

Uniformes usados por el ejército libertador en Junín.
(Álbum del Centenario de la Batalla de Junín)

Para mayo de 1824, el Ejército Unido Libertador constaba de 10 mil hombres, entre peruanos, colombianos, chilenos y rioplatenses. Al frente del Ejército Unido Libertador, como Supremo Director de la Guerra, marchaba el Dictador Simón Bolívar, acompañado de su Secretario General de los Negocios de la República Peruana, doctor José Faustino Sánchez Carrión; su jefe de estado mayor era el general Andrés de Santa Cruz. General en Jefe del Ejército Unido Libertador era el general Antonio José de Sucre, contando con el general Agustín Gamarra como jefe de estado mayor. La infantería estaba organizada en once batallones repartidos en tres divisiones: Vanguardia (segunda división colombiana del general José María Córdova), Centro (división peruana del mariscal José de la Mar) y Retaguardia (primera división colombiana del general Jacinto Lara). La caballería estaba bajo el mando del general Mariano Necochea, distribuida en dos divisiones: la colombiana del coronel Lucas Carvajal (dos escuadrones de Granaderos de Colombia y tres de Húsares de Colombia) y la peruana del general Guillermo Miller (un escuadrón de Granaderos de los Andes y tres escuadrones de Húsares del Perú).

La logística era y sigue siendo un asunto esencial en cualquier campaña militar. Sucre, al mando del Ejército Unido Libertador, desplegó esfuerzos para afrontar tales desafíos, como recordaría Miller: "Cada división tenía su repuesto de municiones de fusil y el gran depósito de reserva lo conducían trescientas mulas. El comisariato tenía sus depósitos de arroz, tabaco, sal, y coca, cuyos artículos debían únicamente emplearse cuando las circunstancias lo exigieran. A cada depósito estaba destinado un número correspondiente de mulas de repuesto, para reemplazar las que se descarriasen o inutilizasen".

Entre las filas del ejército libertador, se contaban varios futuros protagonistas de la accidentada historia de la naciente República, empezando por Santa Cruz, La Mar y Gamarra. En la Legión Peruana de la Guardia, al mando del coronel José María Plaza, marchaban los mayores José María Raygada y Felipe Santiago Salaverry, el capitán José María Lastres, el teniente Juan Antonio Pezet y el subteniente Juan Crisóstomo Torrico. En el Batallón peruano N° 1, a órdenes del coronel Francisco de Paula Otero, se hallaban el mayor Pedro Bermúdez, el capitán Anselmo Quiroz y los subtenientes Felipe Rosell y Manuel Ignacio de Vivanco. En el Batallón peruano N° 2, el coronel Gregorio Fernández llevaba como ayudantes a los mayores Juan Pablo Fernandini y Clemente Ramos. En el Batallón peruano N° 3, secundando al coronel Juan Pardo de Zela, marchaban el capitán Miguel de San Román y el cadete Alejandro Deustua. Y entre los Húsares del Perú, cabalgaban el capitán Domingo Nieto y el teniente Baltazar Caravedo.

Detalle del retrato del coronel Clemente Ramos Delgado, hecho por Gil de Castro en 1832, donde se aprecian las medallas de Junín y Ayacucho.
(fotografía inserta en la obra José Gil de Castro, pintor de libertadores, 2014)

La situación del ejército realista.

En 1824, el Ejército Real del Perú, al mando del virrey José de la Serna, se sentía orgulloso tras los triunfos del año anterior. Sus unidades, compuestas mayormente por indígenas peruanos, estaban adaptadas al terreno de la sierra peruana, además de contar con jefes experimentados. Las fuerzas realistas se hallaban distribuidas en dos ejércitos: el del norte, con 8 mil soldados, al mando del teniente general José de Canterac, y el del sur, con 7 mil soldados, al mando del mariscal de campo Gerónimo Valdés. Sumando las unidades que el virrey mandaba en el Cuzco, y las guarniciones en distintos puntos del sur peruano, el Ejército Real ascendía a 18 mil hombres. Sin embargo, cuando la causa realista tenía la ventaja militar y moral y con Lima recuperada, sus propios defensores la debilitaron.

La pugna entre españoles liberales y absolutistas repercutió en el Ejército Real, ya que impidió el envío de refuerzos desde la metrópoli, y se trasladó a tierras americanas ya que el general Pedro Antonio de Olañeta, informado de la restauración absolutista en España, se sublevó en el Alto Perú en enero de 1824 contra la autoridad del virrey La Serna, cuyo ascenso irregular había sido ratificado por las autoridades liberales. Esta inoportuna rebelión mermó la capacidad operativa realista, y aunque oficiales como García Camba, insistieron en pasar a la ofensiva contra las mermadas fuerzas bolivarianas, Canterac se opuso, esperando realizar dicha ofensiva cuando fuese reforzado por Valdés, ocupado en lidiar con Olañeta. De hecho, entre julio y agosto, los soldados realistas de Valdés se batieron con los soldados realistas de Olañeta; entre los caídos figuraba el coronel Ameller, de notable actuación en las campañas de 1823. Después de Junín, Valdés acordaría un armisticio con Olañeta, dejandole el Alto Perú hasta el Desaguadero.

La situación del ejército realista devolvió la iniciativa al bando patriota y fue aprovechada por Bolívar para abrir campaña; el Libertador llegó a juzgar que "el general Olañeta ocupa el Alto Perú con un ejército verdaderamente patriota y protector de la libertad". A fines de mayo de 1824, el Ejército Unido Libertador emprendió una paulatina marcha a la sierra central, sufriendo los efectos del soroche.

El 2 de agosto, Bolívar pasó revista a las tropas en Rancas, cerca de Cerro de Pasco, lanzando una vibrante proclama, motivando a sus soldados a vencer a enemigos con catorce años de triunfos, animándoles a luchar por la paz y la libertad, no sólo para América sino para inspirar a Europa y al mundo. "Nada puede exceder al interés y entusiasmo de aquel día, en que todo contribuía a aumentar lo romántico de la escena. Cerca de aquel punto habían sido batidos los realistas cuatro años antes por el general Arenales: la vista que ofrece la meseta en que las tropas formaban y que se eleva majestuosamente más de mil doscientos pies sobre el nivel del mar es quizás la más hermosa del mundo", recordaría Miller.

Enterado de la presencia patriota, Canterac reaccionó y decidió marchar contra Bolívar buscando dar batalla en Pasco, sin embargo, la noche del 5 de agosto, fue informado que los patriotas marchaban hacia el sur, amagando con cortar sus líneas de comunicación con el virrey.

Mapa de las acciones del 5 y 6 de agosto de 1824.
(publicado en la Historia Militar del Perú del general Dellepiane)

La tarde de Junín.

El viernes 6 de agosto de 1824, sólo el lago Chinchaycocha separaba a los ejércitos en pugna: los realistas en la margen oriental, los patriotas en la margen occidental; ambas fuerzas marchaban hacia la pampa de Junín, al sur del lago. Hacia las 2 de la tarde, ambos ejércitos se divisaron: "Los semblantes de los patriotas se animaron con el ceño y la expresión varonil del guerrero que ve aproximarse el momento de lidiar y de la gloria, y con vista fija y ojos centellantes contemplaban las columnas enemigas, marchando majestuosamente al pie del sitio elevado que ocupaban. El temor de que los realistas se escapasen sin poderlos atacar ocupaba el ánimo de la mayoría, y la caballería particularmente ardía de impaciencia" (Miller).

Notando que Canterac estaba adelantado en su retirada a Jauja, Bolívar, buscando una batalla decisiva, decidió fijar al enemigo en el terreno a través de un ataque de su caballería, ganando tiempo para que su infantería llegase al campo de batalla. Ordenó entonces que sus escuadrones dejasen las mulas que habían cabalgado hasta ese momento para no fatigar a sus caballos, y que montasen en ellos. El Libertador se instaló en una colina para observar las maniobras: primero marchaban los jinetes colombianos y rioplatenses, y finalmente los peruanos. Eran cerca de las 4 de la tarde.

A la distancia, Canterac advirtió la maniobra y decidió aprovechar la ocasión: ordenó que su infantería y artillería continuasen su retirada, mientras él caería con sus escuadrones (compuestos por los Dragones de la Unión, los Dragones del Perú y los Húsares de Fernando VII) sobre los patriotas antes que pudieran desplegarse o recibir el refuerzo de su infantería. Además, al ojo del temerario oficial de caballería que era Canterac, el terreno donde marchaba la caballería patriota era estrecho, por lo que debía llegar a la pampa de Junín para formar los escuadrones, para lo cual, debía atravesar un paso angosto entre un cerro y un pantano. Para no darles tiempo de organizarse, y pese a estar a casi dos kilómetros de distancia y al riesgo de perder el control de sus monturas, Canterac ordenó cargar.

El choque “fue tremendo, horroroso. Alcanzábamos a ver que los caballos se estrellaban unos contra otros”, recordaría el general colombiano Manuel Antonio López, entonces un joven oficial del ejército patriota. Los escuadrones patriotas fueron arrollados. El bravo Necochea quedó envuelto en la lucha, siendo herido siete veces y hecho prisionero. Miller se batía cerca; a su lado, su ayudante, mayor Lizárraga, cayó atravesado de varias lanzadas. Sólo un puñado de los Granaderos de Colombia, al mando del mayor Otto Philip Braun, logró abrirse paso entre los realistas. El coronel Carvajal, veterano de las campañas llaneras, se batió a lanza, mientras el coronel José Laureano Silva, al mando de los Húsares de Colombia, logró reagrupar a sus jinetes, rechazando los escuadrones realistas que buscaban envolverlos, destacando la compañía del capitán José María Camacaro. Por su lado el coronel Alejo Bruix y el capitán Juan Pascual Pringles, al frente de los Granaderos de los Andes, hacían honor a su fama, manteniendose en la lid.

Ante la aparente victoria de Canterac, Bolívar abandonó su puesto de observación para apurar el paso de la infantería. López recordó que el Libertador se cruzó con el general Lara, intercambiando un breve diálogo en el que Bolívar alababa la caballería realista, y cuando Lara le propuso lanzar una carga con los jinetes arrollados, se rehusó porque "eso sería quedarnos sin caballería para concluir la campaña". Tal respuesta, consideraba López, en lo que coincidimos, manifestaba la intención de Bolívar de seguir la campaña.

En esta célebre pintura de 1895, el artista venezolano Martín Tovar y Tovar destaca la figura del Libertador Bolívar montado en su caballo "Palomo", mirando a lo lejos el enfrentamiento entre las caballerías, con licencias artísticas que no coinciden con lo que históricamente fue la batalla de Junín.

“Todo se hallaba perdido”, recordaba el general Miller, “cuando la caballería peruana, puede decirse que dio la ganancia del día”. En efecto, producto del ímpetu de la carga realista, inadvertido por el terreno a los ojos del general español, el Primer Escuadrón de los Húsares del Perú, a órdenes del teniente coronel rioplatense Manuel Isidoro Suárez, quedó a retaguardia de las fuerzas realistas. Ante la crítica situación, se ordenó a todas las fuerzas de caballería el repliegue hacia la protección que podría brindar la infantería patriota. El ayudante de Suárez, mayor José Andrés Rázuri, apreció la posición de su escuadrón, y lejos de comunicar la orden, sugirió a su comandante, que cargase contra la desprevenida retaguardia realista. Ya los realistas dominaban el campo, cuando los Húsares del Perú “se lanzaron sobre los vencedores que se hallaban asimismo en el mayor desorden y confusión mezclados con los vencidos. Reunidos estos con aquella masa de bronce que se hallaba en perfecta formación, cayeron de nuevo sobre los diseminados realistas, los acuchillaron horrorosamente, los obligaron a ponerse en pronta retirada, y les arrebataron el campo de batalla”, en palabras del historiador español Torrente.

El mayor José Andrés Rázuri (1792-1883), oriundo de San Pedro de Lloc, tuvo un papel clave en la batalla de Junín. Después de la independencia, desempeñó cargos menores y se retiró a su pueblo natal, donde falleció durante la guerra con Chile.
(retrato existente en el Instituto Sanmartiniano del Perú / autógrafo existente en el archivo del autor)

En efecto, al cargar los Húsares del Perú, dio la oportunidad para que Miller, Carvajal, Silva, Bruix, Braun y otros oficiales, lograsen reagrupar a sus jinetes para contraatacar a los realistas. "El enemigo empezó a desordenarse y los nuestros lo cargaron, y lo acuchillaban por todas partes. Sus escuadrones, que poco antes contaban ufanos con destruirnos, dispersos por una inmensa llanura, ofrecían la más completa idea del desorden. La caballería española fue destrozada y perseguida hasta las mismas filas de su infantería, que durante el combate estuvo en inacción, y después se puso en completa fuga", apuntaría el general Santa Cruz en el parte oficial de la batalla. El herido Necochea había salvado la vida a "intercesión de un soldado realista que había servido a sus órdenes en el ejército de los Andes", el que lo retiraba del campo de batalla, cuando fue alcanzado por una partida colombiana que rescató a Necochea: "Es seguramente doloroso tener que decir que el soldado generoso que salvó la vida a Necochea fue muerto antes que los patriotas supiesen el servicio que había rendido" (Miller).

Retrato del mariscal Mariano Necochea, retratado por Gil de Castro en 1825. Su carrera militar inició en 1812 cuando se incorporó como alférez en el Regimiento de Granaderos a Caballo formado por San Martín. Guerrero de innegable valor, fue herido en Sipe Sipe, en Cancha Rayada, en Torata y en Junín.
(fotografía inserta en la obra José Gil de Castro, pintor de libertadores, 2014)

Todo duró menos de una hora, sin que se escuchase un solo disparo, librándose únicamente la lucha a punta de sables y lanzas. Bolívar se hallaba ya apurando el paso de la infantería, cuando una nota de Miller le informó del triunfo. Otra versión indica que se enteró cuando se le presentó el coronel Carvajal, "herido y con un prisionero en las ancas del caballo". López recordó que "Sólo divisábamos confusamente allá a lo lejos uno que otro grupo que se alejaba combatiendo, y dudábamos si aquello era fuga o retirada; mas pronto empezaron a llegar nuestros heridos y los prisioneros, que nos dieron pormenores más extensos del triunfo alcanzado". En reconocimiento a su comportamiento, al día siguiente, Bolívar dispuso que los Húsares del Perú fuesen conocidos como Húsares de Junín.

Un hecho recordado por Miller, nos hace venir a la memoria el relato de Apiano sobre la fidelidad del perro del diádoco Lisímaco en la batalla de Corupedio en 281 a.C. "A no gran distancia estaba aullando tristemente un perro, al lado del cadáver de un oficial español. Este mismo perro se había hecho notar durante el combate, pasando de un lado a otro en varias cargas, pero sin perder nunca de vista a su dueño. El general Miller procuró separarlo de aquel sitio; pero no fue posible agarrarlo ni hacerle retirar. Una partida de Húsares de Junín que pasó pocas horas después se lo llevó con mucha dificultad, y vino a ser perro del regimiento".

Según Santa Cruz, los patriotas tuvieron 45 muertos y 99 heridos, de los que la mitad fueron de los Húsares del Perú, entre los cuales, figuraban el teniente Miguel Cortés y del Castillo, caído en la batalla retando al adversario, y el coronel alemán Carlos Sowersby, comandante del Segundo Escuadrón, que acudió a la lucha pese a estar con fiebre para morir dos días después a causa de sus heridas (Miller recordaría con emoción sus últimos momentos); entre los heridos, se puede mencionar al teniente José Allende, que combatía en los Granaderos de los Andes, y que casi medio siglo después, sería Presidente del Consejo de Ministros del Perú. Por su lado, los realistas, según el parte de Santa Cruz, perdieron "dos jefes, diecisiete oficiales, y trescientos cuarenta y cinco hombres de tropa, ochenta prisioneros, más de cuatrocientos caballos ensillados, la mayor parte de sus armas, muchos dispersos y gran número de heridos"; ello no implicaba la aniquilación de la caballería realista, sin embargo, como destacó el general García Camba, habían perdido “todo el favorable prestigio y la ventajosa reputación que había sabido adquirirse en tan gloriosas campañas anteriores”.

Retrato del teniente piurano Miguel Cortés y del Castillo, caído en Junín.
(publicado en la revista Variedades del 9 de agosto de 1924)

El triunfo de Junín consolidó la moral del Ejército Unido Libertador. El historiador José M. Valega apuntaría en 1946, y con justa razón, que “en Junín no hubo otra tropa vencedora que los 350 Húsares del Perú, montados en caballos ridículos en un pantano. Los mil magníficos caballos quitados al Primer Regimiento de Húsares del Perú, sólo sirvieron en la batalla de Junín para que los Húsares y los Granaderos de Colombia se salvaran de la persecución que sobre ellos emprendieron los Escuadrones españoles, formados en su mayor parte, como los nuestros, con cholos y negros del Perú”.

Armas y morriones usados por el ejército libertador en Junín.
(Álbum del Centenario de la Batalla de Junín)

FUENTES CONSULTADAS.

  • Albi de la Cuesta, Julio (2019). El Ejército español en las guerras de Emancipación de América. Madrid: Desperta Ferro Ediciones.
  • Basadre Grohmann, Jorge (2005). Historia de la República del Perú 1822-1933 (tomo 1). Lima: Editora El Comercio.
  • Bulnes, Gonzalo (1897). Últimas campañas de la independencia del Perú (1822-1826). Santiago de Chile: Imprenta y Encuadernadora Barcelona.
  • Colección Documental de la Independencia del Perú (1974). Asuntos Militares. Reimpresos de campañas, acciones militares y cuestiones conexas, años 1823-1826 (tomo VI, volumen 9). Lima: Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú.
  • Comisión Permanente de Historia del Ejército del Perú (1984). El Ejército en la Independencia del Perú (tomo IV, volumen 2).Lima: Imprenta del Ministerio de Guerra.
  • Cortegana, Juan Basilio (2022). Historia del Perú (vol. V). Lima: Biblioteca Nacional del Perú - Fundación BBVA.
  • Dellepiane, Carlos (1964). Historia militar del Perú (tomo I). Lima: Ministerio de Guerra.
  • García Camba, Andrés (1846). Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú (tomo II). Madrid: Establecimiento Tipográfico de D. Benito Hortelano.
  • Herrera, José Hipólito (1862). El álbum de Ayacucho. Coleccion de los principales documentos de la guerra de la independencia del Perú y de los cantos de victoria y poesía relativas a ella. Lima: Tipografía de Aurelio Alfaro.
  • López, Manuel Antonio (1878). Recuerdos históricos del coronel Manuel Antonio López: ayudante del Estado Mayor General Libertador. Colombia y Perú, 1819-1826. Bogotá: J. B. Gaitán Editor.
  • Lorente, Sebastián (1876). Historia del Perú desde la proclamación de la independencia. Tomo I. 1821-1827. Lima: Imprenta Calle de Camaná.
  • Miller, John (2021). Memorias del general Miller al servicio de la República del Perú (selección). Lima: Ministerio de Cultura del Perú.
  • Mitre, Bartolomé (1890). Historia de San Martín y de la emancipación sud-americana (tomo IV). Buenos Aires: Félix Lajouane Editor.
  • Odriozola, Manuel de (1873). Documentos históricos del Perú (tomo V). Lima: Imprenta del Estado.
  • Palma, Ricardo (1896). Tradiciones Peruanas (tomo IV). Barcelona: Montaner y Simón Editores.
  • Paz Soldán, Mariano Felipe (1870). Historia del Perú independiente: Segundo período, 1822-1827 (tomo I). El Havre: Imprenta de Alfonso Lemale.
  • Torrente, Mariano (1830). Historia de la revolución hispano-americana (tomo III). Madrid: Imprenta de Moreno.
  • Valega, José Manuel (1942). La gesta emancipadora del Perú (tomo VI). Lima: Empresa Editora Peruana.
  • Vargas, Manuel Nemesio (1906). Historia del Perú independiente (tomo II). Lima: Imprenta de La Abeja.
  • Vargas Ugarte, Rubén (1971). Historia general del Perú (tomo VI). Lima: Editorial Milla Bartres.

martes, 10 de octubre de 2023

Andrés Avelino Cáceres, un siglo después.

Centenario luctuoso del héroe de la Breña.


Hace cien años, la revista Mundial publicaba las siguientes líneas: "el Mariscal Cáceres significaba para el país una bella y gallarda tradición de heroísmo, de estupendo y portentoso amor patrio y de viril espíritu guerrero. El nombre de Cáceres se confunde con la historia nacional y la dá relieves vigorosos. Cáceres es aquel que en la hora de la derrota empuña la bandera de la resistencia heroica. Cáceres el que repite con su empuje indomable las hazañas de Grau y de Bolognesi. Cáceres es el último soldado que en la guerra infausta de 1879 deja el campo al vencedor... Con el Mariscal Cáceres pierde la República al último de sus héroes. Al que encerraba en su apellido toda la historia de la época más intensa de su vida libre. Y porque es tal la pérdida, es que hoy corre de uno a otro ámbito de su territorio un escalofrío de angustia y un hondo sollozo de pesar."

Retrato del mariscal Andrés A. Cáceres, tras su fallecimiento.
(Revista Mundial)

El ritmo de vida se hacía más acelerado. Ley natural de la vida, los hombres de la guerra envejecían y cedían el paso a las nuevas generaciones. Varios de los protagonistas de su generación ya habían muerto: el arrojado Recavarren, el belga La Combe, el leal Borgoño, el carismático Canevaro, su querida esposa doña Antonia. También los rivales emprendían el viaje eterno: el implacable Lynch, el discutido Iglesias, el Califa Piérola, el montonero Durand.

El viejo mariscal vivía alejado de la actividad pública. Desde 1917 acudía a veranear en el balneario de Ancón, cuyo clima le aliviaba los malestares de la arterioesclerosis. A pesar de la enfermedad, Cáceres aún no pensaba en morir, mostrando gran interés en los asuntos políticos. Los periodistas acudían a entrevistarlo en las fechas cívicas, destacando el reportaje que le hizo Ricardo Vega García en el aniversario de la batalla de Tarapacá en 1921.

El mariscal Cáceres con visitantes en su casa de Ancón. A su izquierda, se encuentra sentado don Félix Costa y Laurent, el último sobreviviente de su célebre "Ayudantina".
(vendido en ebay)

El futuro general José del Carmen Marín, que por aquellos años era un modesto cabo de infantería, recordaba la rutina de don Andrés Avelino. Se despertaba temprano, salvo que estuviese acatarrado, pero nunca se quedaba todo el día en cama. Salía a caminar hacia el mediodía, de un extremo a otro del malecón, acompañado por su nieta o por el oficial ayudante, siempre apoyado en un bastón de marapiní, una madera brasileña dura y pesada que elogiaba. Después, entraba a su escritorio, donde leía los periódicos del día, escribía y recibía a sus visitantes; sus lecturas predilectas eran temas de historia clásica e historia militar. Por la noche, jugaba rocambor con sus amigos.

La tarde del martes 9 de octubre de 1923, después del paseo, Cáceres se extrañó ante la fatiga que sentía, pues anteriormente había caminado sin mayores complicaciones. “La culpa de todo, la tienen los años, que es la única valla que, hasta ahora, no he podido salvar para seguir adelante”, comentó el viejo soldado. En la noche, el mariscal llamó a su secretario, teniente Armando Arroyo Vélez, para dictarle una carta para el senador ayacuchano José Salvador Cavero, veterano de la Breña, entonces en Washington. Firmó la carta con pulso un tanto tembloroso, hacia las once y media de la noche, indicando al teniente Arroyo que la depositara en el correo, y que coordinase la salida de un tren expreso hacia Miraflores: “Estoy muy lejos aquí de los centros políticos, y esta circunstancia me tiene impaciente”.

Partida de defunción del mariscal Andrés A. Cáceres.

El secretario se retiró a su alojamiento, mientras Cáceres se retiraba a su cama. Pero a la media hora, un policía despertó al teniente Arroyo, informándole que el estado del mariscal se había agravado de un momento a otro. El teniente regresó raudo a prestarle auxilio, pero encontró al anciano medio incorporado sobre la cama, sostenido por su ordenanza, arrojando bocanadas de sangre. Cáceres apenas pudo ver al secretario, movió la cabeza en gesto negativo y se desplomó. Eran las 12 y 20 minutos del miércoles 10 de octubre de 1923.

Los funerales del mariscal Cáceres fueron con los honores de presidente de la República. Vestido con una sencilla casaca azul y un pantalón rojo, el Soldado de la Breña fue despedido por una gran multitud, que acompañó su recorrido final, desde la Catedral de Lima hasta el Cementerio Presbítero Maestro, el sábado 13 de octubre de 1923.
(revistas Mundial y Variedades)

Los restos del mariscal Cáceres fueron depositados en la Cripta de los Héroes de la Guerra de 1879. Por Resolución Legislativa N° 4763 del 31 de octubre de 1923, se dispuso guardarlos en un sarcófago central en la Cripta, donde yacen hasta la actualidad.
(fotografía del autor, 2015)

Testigo, actor y símbolo de una época.

Estampilla emitida en 1918, retratando al general Cáceres.
(colección del autor)

La vida de Andrés Avelino Cáceres Dorregaray recorrió más de medio siglo de historia nacional. Nació en Ayacucho en los días de la Confederación Perú-Boliviana, meses después de la derrota y fusilamiento de Salaverry por las fuerzas bolivianas de Santa Cruz. Murió en Ancón, gobernando Leguía, meses después de las manifestaciones de mayo de 1923 que hicieron célebre al joven estudiante Haya de la Torre. Casi ochenta y siete años.

Retrato del general Andrés Avelino Cáceres por el pintor Nicolás Palas.
(Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia)

Su carrera militar fue distinta de muchos de los militares peruanos del siglo XIX. Lejos de ascender por influencias políticas, Cáceres inició su vida militar como subteniente en 1854, y ganó sus ascensos por mérito en el campo de batalla hasta llegar a coronel en 1875, general de brigada en 1881, general de división en 1886 y mariscal del Perú en 1919. Combatió bajo las órdenes de Castilla y San Román, a los que elogió en su vejez, como “los dos militares más grandes que ha tenido el Perú”. En el Dos de Mayo, dirigió el Fuerte Ayacucho y puso fuera de combate a la fragata española Berenguela. En 1874, siendo segundo jefe del batallón Zepita, frustró a balazos un motín contra el gobierno civil de Manuel Pardo, siendo ascendido a primer jefe de dicho cuerpo. Prefecto del Cuzco en 1877, mostró gran interés en la defensa de la población indígena y en la difusión de la educación. Toda esa meritoria labor, pareciera, en retrospectiva, no haber sido más que la preparación para su momento clave: la guerra de 1879.

Al frente del batallón Zepita, Cáceres hizo la campaña del sur: San Francisco, Tarapacá, el Alto de la Alianza. Destacó en la defensa de Lima, comandando el centro de la línea de San Juan y el flanco derecho en Miraflores. Herido en una pierna, debió esconderse mientras los chilenos ingresaban a Lima. Lejos de amilanarse ante la derrota, cuando lo “sensato” habría sido la capitulación, cuando el aparato del Estado había quedado virtualmente destruido, cuando el ejército profesional y las milicias urbanas habían sido arrasadas en cruentas batallas, Cáceres mantuvo la voluntad de seguir en la brega y emprendió la tarea titánica de juntar tropas, entrenarlas, conducirlas, obtener dinero, armas y acémilas, espiar al enemigo y frenar sus avances, estudiar el terreno, vigilar el campo, saber cuándo y dónde atacar, mantener el orden en las retiradas; en una palabra, la tarea de levantar la bandera de la resistencia. Lejos de ser obra de un poder central, La Breña fue obra popular, galvanizada por un caudillo carismático, el “taita” con quien la población indígena se vinculó de forma tan emocional, que daba la vida por su causa. Basadre apuntaría que el Soldado de la Breña hizo la tarea de muchos hombres, y que por momentos, “en el Perú no relucía oro de más quilates que la espada de Cáceres”.

Junto con el mariscal Cáceres, figuró su esposa, doña Antonia Moreno, quien yace también en la Cripta de los Héroes. "Patriota abnegada, invencible, astuta, valerosa, serena, esta dama fue la heroína, uno de los principales factores de aquella gloriosa campaña que el Perú recuerda con orgullo y que se llama La Breña", escribiría Abraham Valdelomar en su recuerdo.
(Biblioteca Nacional del Perú)

La hija del mariscal, Zoila Aurora Cáceres, escribiría que era “necesario tener presente la psicología del indio, su idiosincrasia y tradición, para comprender cómo pudieron el general Cáceres y su Ejército realizar la campaña de La Breña, que más que una realidad semeja un cuento prodigioso”.

Lamentable es el olvido que el Estado peruano ha hecho de aquellos bravos “montoneros”, peruanos de todas las sangres, que mantuvieron en alto el pabellón nacional. Viejos soldados como Manuel Tafur y Pedro Silva, marinos sin barcos como Luis Germán Astete, catedráticos fuera del claustro como Emiliano José Vila, sacerdotes como Eugenio Ríos y Buenaventura Sepúlveda, pequeños propietarios como Ambrosio Salazar, extranjeros como Ernesto La Combe, modestos campesinos como Aparicio Pomares, mujeres como Leonor Ordóñez y la misma esposa de Cáceres, Antonia Moreno.

Cáceres siempre rechazó la versión de que sus tropas eran “montoneros” o tropas irregulares al margen del derecho de guerra de la época (argumento que usó el ejército chileno para cohonestar la ejecución de prisioneros en Huamachuco), afirmando que el “Ejército del Centro” bajo su mando, fue una unidad orgánica, compuesta, en parte, de veteranos, habiéndole servido los guerrilleros solamente de tropas de choque. Y con tales elementos y hombres, Cáceres logró alargar la guerra, hostigar sin descanso al invasor, triunfar en Pucará, Marcavalle y Concepción; aún derrotado en Huamachuco, se negó a aceptar la derrota y formó un nuevo ejército antes de la noticia de la paz de Ancón.

González Prada, que lo criticó como gobernante, no dejó de reconocer su gloria como jefe de la Breña: “Hace frente a los enemigos de fuera y a los traidores de casa. Palmo a palmo defiende el territorio, día a día expone su pecho a las balas chilenas y peruanas. No se fatiga ni se arredra, no se abate ni se desalienta. Parece un hombre antiguo, vaciado en el molde de Aníbal. No es el cobarde que abandona el poder para salvar la vida, ni el ladrón que se escurre por llevarse el talego”.

Pintura de Alberto Zevallos ilustrando una recepción cívica realizada en Arequipa en honor al general Cáceres en 1886.
(Ministerio de Relaciones Exteriores)

Pero al sobrevivir a la guerra, el guerrero se convirtió en caudillo. Y es una crítica reiterada por González Prada, Basadre, y hasta por el general Marín: de haber sucumbido Cáceres en Huamachuco, el Perú habría contado con una trinidad gloriosa, formada por Grau, Bolognesi y Cáceres. Y ciertamente se puede compartir esa opinión: la actuación política de Cáceres, que lo llevó a la Presidencia en dos ocasiones, en 1886 y en 1894, enfocada en la necesaria reconstrucción del país, no estuvo exenta de polémicas, especialmente por el contrato Grace para la cancelación de la deuda externa o la forma violenta en que terminó su segundo gobierno ante las fuerzas pierolistas en 1895, con excesos nauseabundos por parte de la prensa opositora, y hasta el pedido de eliminarlo del escalafón.

Calmadas las pasiones, Cáceres regresó al Perú y a la actividad política, como ministro plenipotenciario en Italia y Alemania. Buscando la concordia nacional, impulsó la Convención de Partidos de 1915, que designó a José Pardo y Barreda como candidato a la presidencia de la República. Y luego, respaldó a Leguía en su retorno al poder en 1919; de hecho, Leguía juró la presidencia provisoria ante el viejo Cáceres, al que prometió resolver el problema con Chile.

El 8 de mayo de 1922, el presidente Leguía colocó la primera piedra de un inmueble para ser vivienda para los últimos años del mariscal Cáceres, y luego como sede de un Museo de la Breña. La muerte de Cáceres impidió tal propósito, y el edificio terminó siendo sede de la Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia, Vencedores el 2 de mayo de 1866 y Defensores Calificados de la Patria. Como recuerdo del propósito inicial del inmueble, un mosaico recuerda el momento en que el Soldado de la Breña recibió el bastón de mariscal, durante la Jura de la Bandera el 6 de junio de 1920.
(Datos de Lima - Facebook)

Ascendido a mariscal en 1919, el Soldado de la Breña falleció cuatro años después en medio del pesar nacional. Su imagen sería utilizada por los sucesivos gobiernos y por grupos políticos, en base a tres facetas: el militar de carrera, el caudillo cercano al indio, y el político de la reconstrucción. Pero ante todo, Cáceres fue un peruano que nunca aceptó que el Perú quemase su último cartucho: “El Perú será grande, el Perú será lo que debe ser, si todos los peruanos nos resolvemos virilmente a engrandecerlo”, dijo en 1916, frases que, a un siglo de su partida terrenal, aún no pierden actualidad.

Retrato del mariscal Andrés Avelino Cáceres, pintado por Fernando Saldías, que lo muestra luciendo las condecoraciones ganadas en su carrera militar y en la actividad diplomática.
Del pecho penden las medallas peruanas del Dos de Mayo, Tarapacá, Pucará y Marcavalle, y la boliviana del Dos de Mayo. Debajo, se aprecia la Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar (España), la Orden del Libertador (Venezuela), la Gran Cruz de la Orden de la Cruz del Sur (Brasil) y la Orden de la Corona de Prusia (Alemania). La banda que cruza el pecho del mariscal es la de la Orden del Mérito Militar (España). En la manga izquierda, un parche indicando que combatió en el Fuerte Ayacucho durante el combate del Dos de Mayo.
(Congreso de la República)